Dom, 31 Xul 2016, 21:16
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Tercer año del gato. Día 24. (30 de julio)
Vaya fiasco. Animado por Manu, urgido por César, retado por Chamorro, fui a darlo todo a Marín y el que se la dio fui yo. Tenía que haberle hecho caso a Fefa y salir sin hacerle caso a nadie (salvo a ella, claro, o entraría en una paradoja infinita).
Crecido tras la buena nocturna de Vilagarcía y optimista, avisé que iría a 4'18". No lo anuncié a bombo y platillo sino a capella, en petit comité jackbaueriano, y Ángel dijo que él no podría, que estaba flojo (mi ceja izquierda arriba en señal de incredulidad), y Eugenio que perfecto y que vendría conmigo sin presionarme, a mi paso (la ceja derecha ahora).
En medio de un ambiente espectacular, más propio de otras nacionalidades históricas que del páramo nuestro de cada día, con un público de los que incitan a correr, arrancamos. Y como partí del fondo y gasté energías de más esquivando, levanté un poco el pie, no mucho, cuando me adelantan Chamorro y Lihto, eso ya lo sabía yo. Voy detrás, intentando no soltar el hilo invisible, y durante algún trecho nos unimos los tres, alcanzamos al incombustible Rosales y confío en que los aplausos me lleven hasta el final. Me veo pesado, he cenado muy encima de la hora, y admitámoslo, estoy gordo, gordo de barriga y delgado del resto pero fondón y tripero.
Kilómetro uno: a 4'24" y perdiendo contacto. Con la cámara en la mano, Enrique anima y me siento un poco culpable por las cosas que escribo de él.
Kilómetro dos: después de unos tramos a 4'14" y aun así descolgado, cedo y lo completo a 4'22" y sufriendo.
Kilómetro tres: a 4'25". Llego junto a Pol34, ¿pero qué haces aquí yendo tan rápido?, le protesto (ole mis huevos), y el pobre se justifica, que va con el globo de los cuarenta y cinco minutos. Efectivamente, helo ahí con su helio. No puede ser, no me dan las cuentas.
Kilómetro cuatro: en vez de mejorar sigo retrocediendo, a 4'26". Me abandonan Pol, el globo y una pareja de negro con chica peleona y heavy pequeño.
Kilómetro cinco: la decadencia, a 4'35", casi veinte segundos por encima del plan. A mí también me encanta que me salgan bien, Hannibal, o te crees que eres especial.
Kilómetro seis: nada nada está yendo según lo previsto. Aunque recibo el apoyo de dos fans femeninas que me llaman por el nombre, una de ellas tan entusiasta que cruza el parque a propósito para gritar, y yo sin darme cuenta de quiénes son, como si me sobrasen, ¡como si fuese Beuckelssen en su diario!, aunque recibo ese apoyo, digo, no levanto cabeza. Me hundo moralmente, no quiero correr más, agarro una pataleta y decido ir de paseo. El problema es cómo conseguir que se me note en la cara. Porque parecer, lo que es parecer, parece que voy hecho un asco. A 4'50", tocando fondo.
Kilómetro siete: a 4'46", penando. Me adelantan todos, pero de pronto unos pasos a mi espalda despiertan el orgullo dormido y digo que no, recuerdo mis momentos de portero vaticano y le niego el acceso, vade retro. No puedo verlo, creo que es un chico, no tengo motivos objetivos ni subjetivos para archienemistarme con él o ella, no, es un él, da igual, no cederé. Y estamos unos diez minutos en ese tira y afloja, cada vez que se acerca acelero y viceversa, es un juego psicológico por quemar al contrario, no es un duelo de velocidades sino de voluntades, vamos en una burbuja los dos aislados del resto del mundo, y no voy a dejarle cruzar el puente.
Kilómetro ocho: como consecuencia de esta persecución suya y huida mía, nos ponemos a 4'26". ¡Cómo cambió el cuento! Ahora somos nosotros los adelantadores (pareja de heavys, Pol...).
Kilómetro nueve: iba seguro de llegar a la meta así y ya anticipaba la madre de todos los sprints cuando un advenedizo al que nadie había invitado a este entierro mete un apretón y me pasa como si fuese Pedro Nimo doblándome, esa gente que empieza a correr de pronto y no sabes de dónde sale y qué estuvo haciendo hasta encontes, y al quitarme las pegatinas fue como si rompiese el nexo con mi anónimo rival, me descoloca a mí y lo recoloca a él, que ve una brecha en mi muro y aprovecha para rebasarme por fin, y no me quedan ni capacidad ni ganas de reacción. Vete, ingrato, vuela solo, me dejas con el síndrome del nido vacío y ni un gesto de cariño me dedicas. Y vuelvo a hundirme y caigo a los 4'44" y en depresión y ahí vienen Pol, los satánicos y tantos otros.
Kilómetro diez: el regreso al centro de Marín es el regreso a los vítores, los hurras y los bravos, y guardo energías para una entrada triunfal, al menos voy a darme el gusto de terminar en condiciones y poner a Pol34 en su sitio, ya falta menos, en cien o doscientos metros meto la quinta y verán, y en esos cálculos estaba y al tomar una curva me encuentro con la meta ahí delante, inesperada como un tren de Renfe que llegase puntual, un sprintus interruptus. Ni siquiera esto me ha salido bien hoy, qué desastre. Y por poco no me gana Montse, que hizo un carrerón.
Habrá más días, habrá más noches. Habrá más broncas de Chamorro. Yo se las guardo, no por rencor sino por coleccionismo. Pero se las guardo.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones