Mar, 07 Set 2021, 22:06
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Los fracasos tardan en cicatrizar; a veces, incluso, marcan para toda la vida, pero el éxito no. El triunfo es fatuo, efímero, pasajero, fugaz, inaprensible, caprichoso... Una joyita.
Dicen que aprendemos de nuestros errores, y tal vez, si no nos equivocáramos nunca, aun seguiríamos en parvulitos.
- Seño. Me he hecho pis encima.
- Perfecto, Jaimito. Súbelo a Instagram.
Por eso que, por un lado, nuestro fiasco en el Xiabre de hace dos semanas no podía quedar así. La primera intentona era una experiencia, un aprendizaje de cara al futuro... Pero por otro, nada ganábamos con doblegarlo, si al fin y al cabo sólo son etapas que se han de quemar...
Y hablando de quemar. Esta vez tuvimos la precaución de salir un par de horas antes, y hacer la "plantá" en Frigoatún alrededor de las siete menos cuarto. La falta de tiempo y de luz ya no sería excusa.
Tenía en cambio el inconveniente de que esas primeras rampas, del todo inamistosas, que invitan a reflexionar, con poderosos argumentos, sobre lo que uno está haciendo allí en lugar de ir a aprovechar tal vez la última tarde de playa de este verano, habrían de cogerse con todo el calorón del día todavía encima.
Y cuando me vi sudando ya la gota gorda nada más comenzar, la tentación de echarme atrás era bien hermosa. No llevábamos ni un sobrecito siquiera de avituallamiento líquido, sólido o gaseoso, gel o plasma. ¿Nos quedaríamos como pajaritos en los rampones?
Por suerte, de nuevo, la experiencia es un grado, sabía que no faltaba mucho para alcanzar la vertiente con sombra, aunque, por lo mismo, a costa de malograr toda la emoción y el suspense del momento.
De hecho, a partir de ahí, y cuando nos volvimos a asomar, ya bastante arriba, a la luminosa inmensidad de las rías - desde aquí, bajas no; ¡Enanas! - el sol había perdido fuste, se había quedado yermo, sin empaque, y a la sazón repantigado, solazándose en la neblina... Se había desentendido de nosotros, y entre la arboleda se escondía a la mínima ocasión que se le presentaba. Como queriendo no ser juez ni testigo. Mejor así.
Y por fin nos encontramos con el feroz molinillo de la vez anterior, ahora, en huelga de brazos caídos. Ningún problema. Claro que, para problema, ya estaba con el que se nos presentaba con los rampones, a los que recordábamos, vive el cielo, la mar de bien.
Y si entonces me impresionaron las tremendas vistas desde allí, de esta, ya no podíamos mirar atrás. Clavábamos las pupilas en el asfalto, y a sufrir.
Y de pronto, sin comerlo ni beberlo, emperzaron a adelantarnos coches, repletos de manos que salían por fuera de las ventanillas a aplaudir, a animarnos... ¿Es esto una broma? ¿Es cachondeito? Desde luego en algún porcentaje lo será, pero, no quiero saberlo... ¡Envuélvemelo todo!
Y en verdad que el subidón de energías se notó, y que también falta iban a hacer, pues los últimos kilómetros, ya casi a los pies de las antenas, eran auténticas paredes verticales, donde la suela de la zapatilla se las veía y se las deseaba para traccionar.
Los metros finales en dirección al punto más elevado, donde la pendiente ya cede, y rehúsa continuar con las hostilidades, son de extremo "felisancio", palabra inventada por mí, mal que la RAE me la ningunee, a partes iguales compuesta de cansancio y felicidad.
Y allí, que hay levantada una caseta sobre un planchón de cemento, como queriendo ceñir el yugo a la roca originaria, y que se postula de mirador privilegiado y señorial, nos recibió de nuevo toda aquella gente de antes, entre ovaciones y loas, cual victoriosos atlantes.
Y allí mismo tuvimos que dar una rueda de prensa, que ya la quisiera Naomi Osaka para su peor enemiga, y contar nuestra aventura, los por qués y porque nos de tan descabellada ocurrencia.
Y yo, como Simone Biles, hubiera preferido dar un paso atrás, alejarme de la fama y de los focos, pero, ¡ay!, en aquella roca cimera, con medio pie sobre el vacío, no tenía escapatoria.
¡Ah, el triunfo! ¡Recuerda que eres mortal!, o eso que decía el esclavo del César, con calambres en el brazo ya, de tanto sostener los laureles sobre su coronilla.
Y entre ellos una chica vallisoletana, ya no del todo joven, pero todavía de buen ver, nos ofrecía agua (que nunca llegó a materializarse, y eso que no era poca la falta que hacía), y el hacernos fotos que inmortalizaran el momento, esto sí, cumplido y celebrado.
Es esta de aquí, pues, la foto de la cremá. La que reconvertía nuestra intentona de fallida en fallera, de fiesta y alegría, y pólvora de adrenalina ensordecedora.
A contraluz, pues era de rigurosa necesidad el que se mostrase la ría documentando notarialmente, a manos de la improvisada Miss Hawley, el haber hecho cumbre.
El corte al bies y la pose "Papa-ralímpica" de la imagen mía nunca sabré si resultó del extenuente esfuerzo, del vértigo de estar al borde de un precipicio, y el tembleque de pierna sobrevenido, o sí acaso, y en qué cuantía, de alguna que otra razón que dejo a la imaginación (lúbrica) del lector.
Y entonces, a su ofrecimiento de bajarnos en coche, matogrosso repuso que, como los alpinistas, el reto también consistía en descender sanos y salvos la montaña, y nos despidieron, y nos volvieron a aplaudir, y a animar, y otra vez a aplaudir... Y eso fue todo.
Que la vuelta no fue sino otra soberana paliza, en marchas cortas, con el motor retenido y el freno de mano agarrado. Dando zapatazos a diestro y siniestro, y cuidándonos de no perder la verticalidad. Y así andábamos, tumba que dale, cuando reparé en que me había olvidado de hacer mi ofrenda votiva al perro de Femón. Y entonces cantó el gallo, y Papa-Léguas rompió a llorar amargamente.
Ay, estas tipiñas, que todo lo enredan y descacharran, queriendo y sin querer... Incluso allí en las alturas, donde se supone que la luna más pura brilla, y se respira mejor... Al bueno de Leo traicioné por unas faldas.
La llegada casi de noche a Frigoatún, culminó con mascletá de endorfinas y el botellón de Aquarius apagando la sed, una pirotécnica en llamas, como si de bomberos ceremoniosos en un fin de fiesta se tratara todo, y jugar con fuego fuera cosa nimia y de poca importancia.
Pero ni el Xiabre, ni nosotros habíamos ardido - ¡Todos contentos! - y bajo el cálido anochecer de la villa arousana, por fin se podían saborear las mieles de la victoria.
Pero ahora ya es agua pasada, ya es reto superado, y ya es poca cosa, y ya han de buscarse nuevos y trepidantes desafíos...
¡Tengas juicios y los ganes!, que dirían los gitanos.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.