Mér, 30 Set 2015, 23:03
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Segundo año del gato. Día 83. (27 de septiembre)
Maaaratoniano,
gatuno y maaaratoniano,
maaaratoniaaano,
gatuno y maaaratoniaaano.
(Cántese con la música de
Guantanamera)
A César lo que es de César.
Se lo debo a dos personas.
Si ésta es mi afición, si le dedico tanto tiempo, que sí se lo dedico, a entrenar (lo que menos), competir, viajar, socializar, escribir y buscar fotos de gatos, si mido los fines de semana según la carrera de turno, si al ir de vacaciones meto las zapatillas en la maleta, si he hecho amigos y grupos, es gracias a
Jesús, el Admin. Sin Correr en Galicia dónde va que me habría cansado y pasado al macramé, el salto base, Telecinco o los perros. Jesús, lo que haces no tiene precio.
Si he llegado a Berlín es gracias a
César, matveiev. Nos conocimos cuando yo estaba lesionado y quejoso y pesimista, y hablando y preguntando y dándome ánimos y consejos y hablando y hablando acabó por llevarme de la mano desde Carregal a la Puerta de Brandeburgo. Sin pedírselo, sin acordarlo, sin querer nada a cambio, interesándose desinteresadamente (¿hum?), recogió a un desahuciado y devolvió un maratoniano a la sociedad. Preocupándose de mi evolución más que yo mismo, echándome broncas, siendo hasta pesado, poniendo un plan personalizado y revisándolo día a día, tomándoselo muy en serio. César es el entrenador innominado que lleva semanas apareciendo por el diario, y ahora que todo ha salido bien quiero agradecérselo públicamente. Contra la dejadez, la desconfianza y los malos augurios de otros profesionales, han podido tu apoyo y tu implicación, tus conocimientos y tu amistad: este maratón es tuyo.
First we take Ryanair, then we take Berlin.
La preparación ya estaba hecha. Iba un poco cogida con pinzas, pero fuertes como de bogavante. Yo creía, creía en las hadas y en mi cabeza y en mi corazón, no tanto en las piernas pero para eso había elegido debutar en un maratón llano, sin calor y multitudinario. Claro que más apostaba por Montse y ya veis. Dormí bien el sábado aunque poco, y a las seis nos levantamos. Cuidé todos los detalles, no estrenaba ni los imperdibles, y también el aseo personal para evitar molestias o rozaduras: dicen que es importante llevar las uñas cortadas, pero yo soy más de tirarlas por el váter. En el desayuno nos reconocíamos gremiales y saludábamos, unos portugueses, otros de Aranjuez, los demás de lugares incluso más extraños si lo podéis creer, y en la habitación de al lado asomaba el ex-auditor de mi trabajo y aún hay quien dice que el mundo es grande. Como el café americano no lo trago (y no es una forma de hablar) lo sustituí por huevos revueltos, bacon, croissant y antibiótico. Tras varias visitas al baño (pero no suficientes según se verá) partimos hacia la salida. Caminamos, caminamos, caminamos y los minutos volaban, llegamos por fin a la
Straße des 17. Juni y empecé sin prisa pero sin pausa a entrar en pánico. Aquello era enorme y extranjero y pagábamos la novatada, además Moncho se iba a un cajón distinto al mío y Montse, Sonia e Isaías tampoco podrían acompañarnos a partir de cierto punto. Descarté lo de ver a los africanos calentando y me despedí no muy lejos del llanto con aires de fatalidad, como si fuese a un destino funesto y no festivo. Crucé la última valla de control y quedé con cara de niño que no tiene arena ni cubito. Eran menos veinticinco y no encontraba mi guardarropa, eran menos veinte y ya estaba definitivamente histérico, recordaba ver en el Mapoma las escenas de caos y mochilas, eso no podía estar pasándome, hasta que di con la tienda (los voluntarios siempre ayudando sonrientes) y pude terminar de cambiarme, aplicar vaselina a paladas, colocar todos los gadgets y dejar la bolsa sin más apuros. No eché Reflex (el lunes me lo confiscarían en el vuelo de regreso) ni tomé ibuprofeno, y eso es muestra suficiente de cuánta confianza tenía. Pero la confianza y los nervios desatados no son incompatibles, y entonces inicié una pelea con la riñonera y el pulsómetro, quería apretar las cintas y sólo las aflojaba, como se me soltase un cordón no me sentía capaz de hacer un nudo y eso que aún no sabía que la nueva tendencia será llevar las plantillas por fuera. Qué gama de temblores y desatinos. Acepté un plástico de los que ofrecían para abrigarnos, unas chicas de Vigo que venían con la prensa me sacaron una foto y desearon suerte, y me coloqué entre los miles y miles de corredores del cajón H, el último, y entre gentes de todos los países aguardamos nuestro turno. Las nueve en punto, vimos el lanzamiento de globos y escuchamos el pistoletazo de inicio del maratón, aplaudimos y un cuarto de hora más tarde salió el grupo G en el que iba Moncho. Supe luego que Montse lloró al ver pasar a los primeros y no poder estar allí, ya tendrá más oportunidades. Mientras, dábamos palmas o movíamos los brazos al son del speaker, seguía embutido en mi cobertor y en la espera y a pasitos cortos ganaba posiciones sin molestar demasiado, quería acercarme lo más posible a los globos que se distinguían a lo lejos para intentar agarrarme al de 3:45', globo que ¡oh! no existía para mi cajón. Habría que ir por el reloj, cambio de estrategia.
Porque había una estrategia, que aparte de disfrutar y olvidarme de la marca y todo eso que se dice algún ritmo tendría que llevar y no ir en espasmódica improvisación. Según el manual de Jack Daniels para corredores y sus tablas yo estaba para hacer 3:21', daban ganas de imprimirlo, plastificarlo y quedarme en casa ahorrando en salud y dinero y superando en ambición y fantasía a la lechera del cuento, esa no-participación sería un no-logro deportivo a la altura de los cuasi-goles de Pelé o de cuando Cesarín Currelas estuvo a punto de adelantar a uno que se parecía a Pedro Nimo. César, mi César, con datos más reales y más prudencia, me animó a ir a por las tres horas y cuarenta y cinco, o un poco menos incluso. Una primera media a 5'20" y la segunda a 5'10", y buscando grupos a los que unirme. Y por supuesto: no caminar, no pararme.
Acabado este párrafo seguíamos sin comenzar y toda esa inactividad expectante me había calmado por fin y el Garmin confirmaba que no estaba cardíaco. Me entretenía mirando el exotismo a mi alrededor sin hablar con nadie, sonaba la música, el animador nos dirigía y algunos disfraces daban colorido y calor y sudores por empatía, pero no era un ambiente exultante. La temperatura ideal. Y a y treinta y ocho cantaron la tercera cuenta atrás, tiré la mantita a un lado, avanzamos despacio y sin empujones hasta la línea de salida, pulsé el botón del cronómetro, grité uuuuuuuuh. Los tiempos eran llegados. Di la primera zancada de mi primer maratón.
Los alemanes vestían de gris y yo iba vestido de azul.
Buscaba un grande y un grande encontré, mucha mucha gente, demasiada para correr, no pocos andando y los que iría pillando que claramente se habían colocado donde no debían. Ocupado en evitar chocar sin zizaguear demasiado, los pasos no siempre los elegía yo sino la manada. Las calles de Berlín son anchas pero cuarenta mil personas aunque tengan tipo ectomorfo ocupan lo suyo. Decidí que lo que ahorrase al comienzo me vendría bien al final y no me agobié y dejé que la marea fuese fluyendo. Hasta que miré el reloj, iba a más de ciento setenta pulsaciones, vuelta al pánico por ir acelerado y a la aceleración por el pánico, tiré de todo lo que había aprendido aquel mes que fui a yoga (básicamente: que si me tumbo en penumbra con música de acuario duermo como un bendito) y procuré relajarme. Era una falsa alarma porque en seguida bajaron los latidos y fui en modo bradicárdico digno de un deportista de élite.
Venía con mantra: en cada kilómetro iba a soltar un pi pa pi pa (copyright de Mary Abal), y para mi sorpresa (grata) nunca llegaba a tiempo porque pasaban muy rápido, se hacían solos y cuando me acordaba de consultar el Garmin (supongo que estarían señalizados pero no los veía) ya andaba por la mitad del siguiente. Fenomenal, esto lo hago con la gorra. 5'37", 5'19", 5'26", 5'09", 5'09", los primeros cinco despachados y por debajo de ciento cincuenta bpm. Y al pasar delante del hotel están Isaías, Montse y Sonia, sonrío, ¿cómo vas?, bien, bien. Porque voy muy bien, pero cada vez que había un avituallamiento se formaban tapones y yo gritaba
go go go go!!! para que me dejasen sitio, no seas membrillo y permite pasar, hombre, que no estamos en la barra de un bar. Así salen ritmos a 5'46" y 5'39" casi diría que ajenos a mí, en función del tráfico y la hora punta. Y el primer contratiempo serio: tanta hidratación y tantos nervios pedían salir por algún sitio. Aguanto, ahora aguanto. ¿Más de tres horas por delante aguantas?
Aguas menores aparte, me encontraba muy bien y marcaba 5'03", 5'03", 5'02" y 5'01". Pi pa pi pa. La primera hora de carrera quedaba atrás. Las calles llenas de público que animaba constantemente, no con el fervor inigualable de la Behobia pero entregados, los niños poniendo las palmas para chocar las manos, e infinidad de carteles de apoyo, personalizados unos y para todos nosotros los demás. Alguno me emocionaba tontamente, los que recordaban el esfuerzo que había supuesto llegar allí, las historias que hay detrás de cada participante, ver a los familiares con una pancarta que decía "Susi, trust your training" me hizo un nudo en la garganta. Otros: Puedes hacerlo. O Has trabajado demasiado duro como para caminar ahora. Todo lo que necesitas está dentro de ti. El maratón es un estado de la mente. Más ligeros: No camines, hay gente mirando. Pulsa aquí para superenergía, y tocabas el cartón y una chica simulaba una explosión de adrenalina. Un payaso en el medio de la calzada ofrecía ramos, más tarde lo encontraría en un vídeo bailando con un corredor. Y los voluntarios siempre siempre sonriendo y amables, y yo danke danke al coger el agua o las isotónicas (pero también go go go porque no quería detenerme). Grandísima maratón. Que lo mismo me están diciendo
Se fórades traballar... en alemán, ojo, pero no lo parece.
Iba con neumáticos de seco y a tres repostajes, el primer gel a la hora, lo saco... y se me cae al suelo. Shit!, grito, ¿pero por qué en inglés?, será por los tres días que llevo chapurreando en Berlín o que no me da el riego. ¿Y ahora qué hago? ¿Puedo recogerlo? Aplico la regla de los cinco segundos, antes de eso se puede comer y no se considera parada, desando un par de metros, consigo no ser atropellado y seguimos. Ese kilómetro sale a 5'19", luego 5'05", 5'06" y suelto un fuerte pi pa, un tercio del maratón está en el bote y no hay síntomas de cansancio ni dolor, ni sudo siquiera, y las pulsaciones en ciento cincuenta estables. Disfrutando un montón. Pero sigo hidratándome y acumulando líquidos y el problema no se soluciona solo haciendo el don Tancredo. Voy viendo las posibilidades, hay baños a lo largo del recorrido pero con pequeñas colas, no entiendo cómo puede uno ponerse pacientemente a esperar su turno en plena carrera, ni de coña, si lloviese incluso pensaría en..., nada, nada, habrá que ir a un arbusto. ¿Y si me paro me autodescalifico según las estrictas normas de mi cosecha? Me reúno conmigo mismo y la voz de los Supertacañones dictamina que por ser el debut se me permite salir una sola vez y hacer lo que tengo que hacer, por supuesto con el crono corriendo. Resisto tres kilómetros más, 5'13", 5'12", 5'19" (que incluye un intento fallido de encontrar un callejón) y el dieciocho sale a 6'17", no diremos más. Me reincorporo y volvemos a 5'11", 5'15" y 5'02". Es la media maratón. PIIII PAAAAA. Esta distancia sólo la he superado una vez en un rodaje, y qué reforzado salí de él.
Todo va a pedir de boca. No hay rozaduras. En la cabeza la cinta del pelo, en el pecho la banda, más abajo el dorsal, en la cintura la riñonera. Vengo deprisa y corriendo porque me oprime el corsé. Cuando devuelvo los aplausos o levanto el pulgar o cruzo palmas, entonces me miran y leen y dicen Dániel (con el acento adelantado), y así hago míos los ánimos. Muchas mujeres corriendo y muchas mujeres en el público. Y las bandas de música. De calidad, con un sonido que tienta a dejar de correr y sentarse a escuchar con una cerveza, de todo tipo, en algunos tramos casi superpuestas. A estas alturas el apoyo que recibimos es enorme y no puedo imaginarme no lograrlo. En un balcón una rave lanzándonos decibelios y aliento. Gracias, Berlín.
Los kilómetros todavía se hacen solos, los puestos intermedios, los conjuntos, las banderas españolas a las que me acerco y grito para que me griten, el recuento de razas y nacionalidades según las camisetas (ciento treinta y un países distintos), voy entretenido sin descontar lo que falta, de momento sólo adelante. 5'14", 5'09", 5'14", cada pi pa es un poco más fuerte y enfadado, un pi pa coño vamos que podemos, algunos me miran y yo a 5'08" ¡pi pa veinticincoooo! y hasta me he olvidado del segundo gel, ya llevo dos horas y cuarto y tan ricamente, lo tomo en el veintiséis (5'21"), hago el siguiente a 5'11", las pulsaciones están en ciento cincuenta y siete y controladas, y me regalo porque yo lo valgo un pequeño descanso: 5'30" (¡dos tercios consumidos!) y 5'31". Los mexicanos me rodean por todas partes, son mayoría, pero ni busco ni encuentro grupo en ningún momento, voy siempre solo (entiéndase: por libre) y adelantando. Los globos que he dejado atrás no me sirven, son de 4:15' o 4:30'.
Y aunque no se me va la cabeza y estoy centrado, me acuerdo de los que estuvieron conmigo y los que no. Con un sandwich y un quinqué iba pensando en mi ex, si me viera a estas alturas, que cantaba Krahe. Hará veinte años (no es nada) o más que le dije que tenía el sueño de hacer un maratón y me retó a intentar siquiera un triste kilómetro. Habré tardado lo mío, pero aquí queda (o quedará) hecho. Contigo empezó todo, Kevin Roldán. ¿Y qué hacemos con el fisio, que primero me enderezó y después intentó vetar la carrera? Si no fuera por él no estaría aquí y si fuera por él no estaría aquí. Se convierte así en el primer osteópata cuántico, por tibio lo metemos castigado un mes en la caja de Schrödinger y dejamos salir por fin al gato, que no estaba ni vivo ni muerto sino durmiendo y soñando con sus cacerías. Gracias, Gerardo. También guardo dedicatorias rencorosas para todos esos traumatólogos que sin moverse de la silla quisieron retirarme porque correr es malo, porque ya no tengo edad (más bien tendré demasiada). Considero por un momento que no es de caballeros acordarse de los que no ayudaron, pero si quisiese ser elegante no estaría en camiseta de sisas y calzones jadeando por las calles, así que sigo brindando. Para ese entrenador que se rió de mí: tu desprecio me hizo más fuerte (eso y el Pharmaton).
Llego al treinta. Aquí hay dragones, decían los mapas antiguos. Aquí hay maratones. Terra incognita. Faltan doce, reservo o ataco, no sé qué me espera en la otra orilla. Mejor aguardo a los últimos diez y los planteo como un domingo cualquiera acompañado. Decepción al no ver caras amigas. 5'10", 5'16", 5'05", los ritmos son estupendos (para mis posibles) y quisiera arrojarme en brazos del demonio de la velocidad... pero hay un no sé qué, un qué sé yo, un qu'est-ce que c'est, como una intuición de que algo no va del todo bien. Para empezar, esa sed. ¿Cené bacalao? No. Porque tengo mucha sed, pero mucha. Ya los avituallamientos que eran excesivos empiezan a escasear, a ver cuánto falta para el siguiente. Me duele un dedo gordo, paso de él, no tengo tiempo para lesiones nuevas, ahora noto las plantas, es como ese ventilador que hace ruido y no te das cuenta de cuánto hasta que lo apagas, ese rumor que venía de abajo y que ignoraba era la fascitis, ya van llegando todos. El tobillo barra empeine barra tibial pasa a saludar, lo siento pero has equivocado tu hoja de ruta, haberme detenido antes, ahora vamos juntos hasta la meta. No me frenará el hombre del mazo ni aunque venga el mismo Thor en persona o divinidad.
Kilómetros treinta y tres y siguientes: 5'14", 5'14", 5'13". Cuanto más molesto voy más me esfuerzo en cuidar la técnica de carrera (como si supiese qué es eso), voy derecho y pisando, moreno, con garbo. Hay fotógrafos (de pago) por todas partes, arriba la cabeza y los corazones. Recojo algunos cadáveres, animo a los que llevan camisetas de Zaragoza, Oviedo, quizás podría frenarme un poco y buscar compañía pero ni se me ocurre, ya llevo cierta urgencia por acabar antes de que se me apaguen las luces. Adelanto a un ciego con su guía y le digo
allez allez, ahora en francés, el maratón provoca xenoglosia, empiezo a preocuparme. Y en el treinta y cinco tampoco están aguardándome. El siguiente va a 5'20", el peor desde hace no sé cuántos párrafos, todavía remonto y hago el treinta y siete entre sufrimientos, crujir de dientes y pis pas histéricos a 5'10".
Dijo Woody Guthrie: Dadme las peores cartas que pienso ganar esta maldita partida.
Se apagan la luces.
Yo quería una maratón, y por mis pecados me dieron una.
Se enciende el sonido.
Una voz en mi cabeza me habla. No es la aguda del niño de "Viernes 13", mátala, mamá, mátala. Es la varonil, conocida, convincente y amiga de Constantino Romero, o de Ramón Langa. Por qué no te paras, me dice. Una mierda. Vamos, nadie se va a enterar, no pasa nada, caminamos un poco. Que no. Lo estás deseando, mira ésos como andan también, sólo un poquito. No sé, ¿sólo un poquito?...
Es increíble, estuve a punto de ceder. Ahora no recuerdo estar tan cansado ni dolorido, y los tiempos no empeoraron tanto. Pero en aquel momento no faltó nada para sucumbir ante el Maligno, el Mefistófeles de las Andainas, el Trailero 666. No lo hice, y ése fue el mayor triunfo.
Tomé el último gel. Y dije no al ibuprofeno, si te ofrecen paracetamol simplemente di no. Desde aquí fue un suplicio. Buscáis el maratón, pero el maratón cuesta, pues aquí es donde vais a empezar a pagar... con topologías imposibles: cada kilómetro era como seis o siete. Cuentan que miramos el reloj más de treinta veces al día, yo hacía eso por minuto, no avanzaba y no servía de nada repetirme que ya estaba llegando porque no era cierto, no llegaba, embarcado en el viaje a ninguna parte. Las pulsaciones seguían por debajo de ciento sesenta así que supuse que sería el famoso lactato que yo hacía en Bruselas de tractorada. Ya no era adelantador sino adelantado (y por adelantado quiero decir lo contrario, quedaba retrasado), pero aún pude terminar ese infinito treinta y ocho en 5'21". Lo malo es que a continuación venía el treinta y nueve.
Y en ése, que pené a 5'38", vi a Montse, Isaías y Sonia en un lateral gritándome. Me acerqué sonriendo. Ojalá pudiera escribir aquí que dije algo hermoso, alegre, inspirador, agradecido. Que somos polvo de estrellas, que el maratón está hecho con el material con el que se fabrican los sueños, que lo esencial es invisible a los ojos y sólo se ve bien con el pulsómetro... No. Sólo acerté o fallé a decir: ¡No puedo con los huevos! Quise sacar fuerzas de flaqueza pero ni flaqueza tenía. Con obstinación de artrópodo movía la cadera, a falta de piernas. No, no a falta de ellas, que bien las sentía de más, sino de su obediencia. Hacía recuento de dolores con la perversidad que nos hace meter la lengua en la cavidad de la muela. Pero seguí, y cada pi pa ya era el grito de Munch, ¡cuarentaaaaaaa! a 5'37", voy tocado pero no hundido, reloj, no marques las cuatro horas porque voy a enloquecer. Y piiiiii paaaaa el cuarenta y uno, 5'30", ya está hecho, y además también causa coprolalia porque iba soltando unos legionarios
¡con dos cojones!, voy a ser maratoniano, y me ahogaba porque ni lloraba ni respiraba, un atasco en la garganta que no pasaba el aire. Intenté seguir a una chica y no pude. Y siglos más tarde, eras geológicas después, llegué a la Puerta de Brandeburgo. El cuarenta y dos fue el más lento de todos, a 5'43", y me puse derecho (salgo bien en las fotos, hasta puede que las compre) y enfilé los últimos quinientos metros que marcó el Garmin a 5'04". Con algo de dignidad, y con alma y cabeza por no decir otra cosa. Y en meta lloré.
Berlín, 3:45'34", puesto 12.217 de 36.820.
Miauratoniano.
Hay fechas inolvidables: veinte de abril del noventa (aquella noche en la cabaña del Turmo), veinte de mayo del noventa y dos (la primera Copa de Europa del Barça), veintisiete de septiembre de dos mil quince (mi primera maratón). La realidad es el sitio donde vives. Ahora ya soy un maratoniano real. Berlín no hay más que uno y a ti te encontré en la calle. Aún no me he recuperado del esfuerzo y voy soltando frases sin ilación. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais que vería. He visto ojos brillar cerca de la Puerta de Brandeburgo. ¿Es hoy el mundo un lugar mejor? No creo. ¿Y mi vida? Pues seguramente tampoco, seamos serios, pero en esos momentos, mientras felicitaba a los demás y era felicitado e iba sonriendo y estaba feliz, más feliz que McGyver en un desguace pero soltando ayes, sentía que sí. Y cuando me vaya, pero sin prisas, que el traje de madera que estrenaré no está siquiera quemado, cuando me vaya podré decir: planté gramón, tuve un gato y escribí un diario. Y además corrí un maratón. Confieso que algo he vivido.

El cuerpo las hace...

...y el cuerpo las paga
Muchas gracias a todos.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones
Última edición por DoctorSlump o Lun, 14 Nov 2016, 9:03; editado 3 veces