Ven, 04 Ago 2017, 17:17
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Teníamos por delante todo un verano,
matogrosso y yo, para hacer realidad un largo anhelo: Pay a visit to
Marineda city, side to side, cheek to cheek, with
Coruña state.
Hablábamos de ello, perezosamente tumbados al sol de las playas de
Vilanova de Arousa, nuestra peculiar
Mar-a-lago, cuando de pronto, sin saber cómo, nos vino a la mente la idea de hacerlo en un jueves, y de paso, estirando un poco más el chicle, acercarnos hasta la quedada más famosa del foro, la de los
Jueves Nedenses.
Haríamos pues nuestra pequeña contribución al patético turismo de masas confinadas en modernísimos centros comerciales, megalópolis estas con aspecto, y servicios, de nave nodriza intergaláctica, y luego, finalizado el trámite, iríamos en busca de El dorado runner (caso de existir).
No. No somos nosotros los únicos que corremos tras el arco iris, sin llegar nunca al extremo en el que supuestamente yace enterrado el caldero del tesoro, y por eso, creo que muchos nos entenderán bien, lejos de censurarnos.
Pero para ello, ninguna aventura que se precie, sea utópica o distópica, puede prescindir de su dama en apuros, su malvado de turno, y una o varias persecuciones por la autopista a todo gas.
Así que para cubrir el expediente, allí estaría
PiekeniaKriatyura. Sí, ella, la camarada que vino del hielo. Siempre deseosa de un motivo, uno sólo, para apretar el gatillo.
El encuentro con nuestra amiga tendría lugar propiamente en un escenario de lo más típico de las películas de espías.
A un lado un coqueto puente que, sobre el
Danubio, o en su caso sobre el
Eume, cumplía a las mil maravillas su función, al otro el soberbio
pinar de Cabañas, y al fondo la playa en la que se recogía la ría, y cuya entrada parecía hallarse bloqueada por aguerridos buques de la Armada.
Y en medio, una inmensa explanada que ella y yo, cada uno desde un extremo, recorrimos solos, bajo un sol mortecino, pero que no dejaba lugar a las escaramuzas.
- Bonito día, y hermoso lugar el que ha elegido, srta.
PiekeniaKriatyura. Es un placer volver a coincidir con usted. Como ve hasta nos hemos permitido la frivolidad de bañarnos en las aguas de su mar interior.
- Diejémonos de formalismos, kamarada, y entriégueme el microfilm.
- Es gracioso. ¿Sabe qué? Me preocupaba que le afectase la humedad del baño, y, pensé que no sería buena idea llevarlo encima.
- Ustiedes siempre con sus bromitas. Crien que esto es juego de ninios. Pues le diré que lo que llevo en mi mano, y que pariecen unas gafas de sol, es en riealidad un dispositivo ultrasekrieto que dispara dardos envenenados, y que por una kuriosa circunstancia le está apuntado diriektamente a sus pielotiyas. Le aseguro que no le giustaría nada que si accioniase accidentalmente.
- Si eso ocurriese jamás conseguirá el microfilm.
- Da, da, da, da… sparklandianos. Siempre tan iliusos. Milán, Lisboa, Copenhage, Bierlín… En algún momento conseguiriemos hacernos con él. El mundo no es lo suficientemente grande para detener a nuestra causa.
- ¿Y qué ocurriría si ese microfilm en vez de revelar los planos del intercambiador de fluzo, contuviese únicamente, es un suponer, fotos de gatitos?
En ese momento las miradas de ambos se cruzaron en un breve pero tensísimo cálculo de fuerzas.
- Me temo, kamarada, que corrieremos ese riesgo.
- Yo también me lo temía.
- Y ahora, basta de chiáchara. ¿Dónde está el otro imbiesil?
- Está ya en el coche y con el motor en marcha.
- De acuerdo. No kiero más estiupidieses. Síganme y les pondrié en contacto con el kuerpo dipliomátiko de la kedada de los Jueves nedenses… Porque eso es a lo que han vienido ¿no es cierto?
- Bueno, digamos que la central nos ha asignado el caso.
- No enkontrarán lo que buscan.
- Tal vez no. Tal vez deberíamos quedarnos cada uno en nuestras casas y dejar que fueran otros los que se ocupasen de escribir la historia.
- La historia solo tiene un final, el triunfo de la Rievoluzhión. Miétanse eso en sus miniúsculas e infantiles cabiezas de escliavos del capitalismo y sus compras compiulsivas.
Después de pasar por su casa a cambiarse,
Teresa nos guió en su diminuto pero veloz utilitario hacia el punto acordado, la iglesia de Santa María.
Y allí poco a poco, se fueron dando cita todos los protagonistas. Algunas caras, de sobra conocidas, como la del joven
Beu, o
Baralloco, contrastaban con las del resto, completos desconocidos, y que nos miraban, en todo su derecho, como a unos bichos raros de la peor especie.
Pero en todos la sorpresa era mayúscula. ¿Y dices que estos dos han venido de
Sparkland para participar en nuestra quedada? ¡El mundo está loco!
Nos hicimos la foto grupal, que según parece forma parte del ritual, y el pelotón en su conjunto comenzó a abrirse paso por entre caminos y senderos, algunos de especial belleza, que caracoleaban por entre la ría y sus afluentes.
Un paquete al principio compacto y de trote reposado, pero que a las chicas del grupo, y a los más remolones, entre ellos yo, ya nos transportaba, sin demasiados miramientos, a un cierto nivel de exigencia.
Ello no nos impidió sin embargo cubrir el trayecto, inmersos en amenas conversaciones. Primero con
Jorge, que no parecía estar dispuesto a callarse ni aún debajo del agua de la ría y su lecho de metales pesados, y luego con
Ramón, un “asturianu” con treinta y muchos años a sus espaldas de exilio ferrolano, al que fue comentarle que yo tenía también genes de la “tierrina”, y desatársele el fervor patriótico de Don Pelayo. Totalmente de acuerdo, Ramón, Asturias es España, y todo lo demás tierra conquistada.
Hablábamos de esos temas, y sin venir a cuento, viajaba mi mente a la imagen de los destructores del ejército fondeados en la ensenada, ¡destructores, que sois unos destructores!, cuando de sopetón,
Teresa, dándonos a todos un susto morrocotudo, se precipitó contra el duro, rugoso y polvoriento suelo patrio.
No queráis imaginaros el planchazo que se metió. Pero, Criatura, que ya sabemos que te gusta tirarte a las piscinas sin agua, pero siempre en plan metafórico…
La pobre de ella, por lo visto, necesitaba de estigmas que corporeizasen su sufrimiento terrenal, y con ello mantener viva su fe en el running, de por sí harto endeble.
Más tarde cruzamos la ría por estrechas pasarelas anexas a los puentes y viaductos, que parecían querer soltarse ellas también y bailar al son de la conga runnera. Los más adelantados nos doblaban y teníamos que hacernos con gran dificultad a un lado para que siguiesen como exhalaciones hacia su fugaz y fulgurante destino.
Lo cierto es que los jueves nedenses, con sus revueltas y sus atajos, con sus trajes a medida, y sus ofertas personalizadas, el pack mini, y el king size, se resuelven finalmente, como era lo lógico de esperar, a la voz de “maricón el último”.
Si bien, ello no me impidió que en el último kilómetro coincidiese, en tiempo y forma, con
Jose, el organizador y padre de la criatura (no de la pequeña), y le pudiera transmitir in situ, todavía en caliente, con el paciente aún sobre la mesa del quirófano, mi diagnosis y el pronóstico, no tan reservado, de un ya muy reputado catador de carreras y eventos, a lo largo y ancho de nuestra geografía, como, permítaseme esta inmodestia tan aparatosa, es un servidor.
Un invento, el de las quedadas de
Neda, muy exportable a otras latitudes, pero que en cambio, en otras tierras, parece no cuajar. Será que no las inspira una afición lo suficientemente auténtica y comprometida, de naturaleza altruista y generosa, capaz de compartir, por la cara bonita, planes y rutas de entrenamiento, simplemente por el puro placer de reunir a un nutrido rebaño de descarriados, igual de chalados que uno mismo. O sencillamente, que no está de Dios.
Una pega le puse, que la cosa terminase justamente a la puerta de un cementerio. Lagarto, lagarto, eso no se hace con un supersticioso como yo. Pero él me respondió tajante. A los que llegan muertos del entreno, les queda muy cómodo, y se ahorran más desplazamientos.
Continuó una animada tertulia entre estiramientos y recuento de microtraumatismos musculares, los de
PequeñaCriatura, los de más rabiosa actualidad.
Beu nos informó, ahora a viva voz, pero sin apear el gracejo, de sus malabarismos para seguir enchufado, cual respirador artificial, a esta afición devorahombres con un mínimo de dignidad. Y
cojomudo, que ya nunca más será solamente un nombre divertido en la esquina donde aparece la lista de foreros conectados, se puso de mi lado en la cruzada antimaratoniana, perdida de antemano, contra los poderes fácticos de
CorrerenGalicia. ¡Qué más se puede pedir!
Ya se nos había hecho de noche, y la señorita
Kriatyura, nos llevó a una pizzería de extraño nombre, como de ecosistema amazónico a punto de deforestar, del que ya casi no me acuerdo. Me viene a la mente Umami, sobre todo por el sabor de las pizzas, que quería ser singular y novedoso, único e inimitable, aún sin conseguirlo en absoluto, pero lo cierto es que no acertaría con él ni aunque a cambio de ello me ofreciesen la promoción dos por una de la casa, con cuatro ingredientes a elegir, y una riñonera fosforita de regalo.
Allí en aquel terreno neutral hablamos del “gato de la favela”, de quién está detrás del soplo al micro de
Terio Carrera en la
Carneiro ó Espeto, y de qué es lo que supuestamente escoden, o tratan de dar a entender al contraespionaje gatuno, los espartanos calcetines grises de
Meigalicix.
Desgraciadamente nunca se podrá someter a la señora
Minducha, a un exhaustivo interrogatorio, que pudiera arrojar luz sobre este misterio.
- Ustiedes, los sparklandianos, todo lo arreglan con su pieculiar visión del mundo.
- ¿A qué se refiere?
- Algún día esto del running se terminará, y no podrán seguir viendiendo a la gente su Disneilandia de endorfinas, con la que poder evadirse de sus problemas reales. Toda su zhivilizazhión es un friaude.
- Quizás. O tal vez sea que el público solo demanda espectáculo y fuegos artificiales.
- En realidad, kamarada, nadie sabe lo que kiere. Pero de ahí la necesidad de la revoluzhion.
- Brindemos por el futuro, con o sin revoluciones, antes de que nos alcance, por la espalda, lejos de la meta y sin más oxígeno que quemar. Será muy triste verla pasar a engrosar el pelotón de los doblados, estimada camarada.
- Eso solo el tiempo lo dirá, kamarada. En cualquier caso habrá valido la pena sacrifiquiarse por un bien siuperior, algo que sus mentes de piequenios corredores popiulares ni comprienden, ni comprienderán jamás.
- Suerte en la milla de
Ares… Y en
Lisboa. La necesitará.
- No kamarada. Lo único que nezhiesito es eso que usted sabe… Y lo conseguiré… y ustiedes dos, y todos los demás ya podrán seguir escribiendo lo que kieran, y vendiéndose humo unos a otros. Eso que tanto les gusta de perseguirse entre sí, sin más ambición que la honrilla pasajiera, de carriera en carriera, hasta diar con sus huesos en el suelo.
Allí nos separamos con un gélido apretón de manos. No sabía si nos volveríamos a ver. El suyo sería otro caso más sin resolver encima de mi escritorio, y por un momento, tuve la sensación de que ella había comprendido que el microfilm ni estaba en mi poder, ni disponía de los medios, conocimientos, o las influencias, para determinar su paradero.
- Solo una cosa más. Dígale a su mentor, el
Comandante 61, que ha hecho un gran trabajo con usted.
- El comandante está demasiado okiupado para sus galanterías, pero aun así, cuando lo vea, se lo diré, y le hablaré del día de hoy. Le gustiará saber que ustiedes, los sparklandianos, aún siguen emperriados en hacier el ridículo a lo largo y ancho del plianeta.
- Algún día, cuando todo esto haya pasado, me gustaría tomar un café con él, a cara descubierta, de persona corriente a persona corriente. Tal vez entonces podamos entendernos.
- ¿El comandante una piersona corriente? Ustiedes no entienden, ni entienderán nunca, nada.
PiekeniaKriatyura se alejó en la oscuridad y se sumergió en el pequeño habitáculo de su vehículo, oscuro también, lo que para el caso lo mismo daba, pues por la noche, como es bien sabido, todos los coches son pardos.
Despegó el C-2 stealth, indetectable en teoría, aunque no en la práctica, para los radares de la Alianza Atlántica, y cual F-16, salimos tras su estela. Código rojo, tenemos un pájaro en el cielo. Aténganse al protocolo fly or fight.
Nos guio hasta el enlace de la interestatal, y allí, garra en alto, el temido y denostado saludo del partido Miau, nos despidió. Nos quedaba por delante un arduo y prolongado viaje atravesando la desolada estepa hasta los Urales. Un viaje que perfectamente podría ser también, peregrinación pagana (de peaje en peaje de la AP-9) por el macizo galaico, sin por eso restarle un ápice de emoción, o falta de ella, al relato.
La hábil comisionada había insistido en que nos quedásemos a dormir allí, pero entonces recordé una frase que según mi padre, que vivió casi tres años en
Ferrol, se decía en su juventud, como chascarrillo, entre los miembros de su pandilla.
“En Ares non che pares, en Camouco para pouco, e en Redes non che quedes.”
Otra broma sin gracia, pero usted, en su eterna gloria, mientras se fuma su Cohiba, y acaricia al maléfico michino, seguramente sabrá disculpármelo,
Comandante.
Why? Why so much suffering, so much pain, in the name of running...?
Coz U need'em.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.