Dom, 07 Mai 2017, 14:25
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Tenía mis dudas sobre la
SantYaGo10k (fundadas), de si sería la superchiripitifláutica carrera de la que todo el mundo hablaba, o solamente otro refinado producto de marketing más, con muchas sonrisas, gracias y porfavores, pero luego un bodrio infumable, ideado a mayor gloria de los bolsillos de los organizadores.
Pero digamos que esta duda quedó completamente despejada cuando accedí a la plaza del Obradoiro, remontándola por la parte de abajo, y vi la luna en perspectiva, una luna majestuosa, perchada entre las torres de la catedral… Ese toro enamorado de la luna.
Allí habíamos quedado con
PequeñaCriatura, y allí estaba, poniendo como siempre esa cara tan suya de “pasaba por aquí y de repente me he encontrado con esto”. Como si todavía, después de tantas carreras, se sorprendiera de verse envuelta en esta romería.
La acompañaban
Diego y
Miguel, uno vestido de negro de arriba abajo, y el otro, oh sorpresa, quien sabe si por llevar la contraria o qué, de amarillo fosforito.
No sé si su idea sería llamar la atención, pero al recoger los regalos, y en especial la camiseta, comprendimos que la carrera iba a ser, más que nada, fosforita. Difícil pues destacar en semejante tesitura.
De todas maneras no creo que eso le importara demasiado a un señor que hace un 10K en 40 minutos. Más bien los que tenemos que esforzarnos por atraer las miradas, y los aplausos del público, somos los del vagón de general, donde se apelotonan las grandes densidades de corredores anónimos. La masa informe y opaca.
Aún así, hay que felicitar al público de
Compostela, que nos animó, sobre todo en algunos tramos, como si no hubiera un mañana. Alguno que yo me sé, firmaría con mucho menos, de seguro.
¿Y qué decir de mi carrera?
Con el poco tiempo que tuve para calentar, que llegamos bastante justos y había que gestionar todas las martingalas habituales, no me quedó más opción que salir desde atrás del todo y acompañando a
Teresa, a la que en principio también iba a escoltar
Diego.
Esa decisión me impediría por supuesto optar a mis desafíos básicos, y asumía de entrada que haría una carrera hámster de principio a fin.
No obstante, aunque bastante impermeable en los cajones de salida, la serpiente multicolor pronto empezó a mostrar sus vulnerabilidades, y allá que me fui, aprovechando las rendijas, en pos de más altas metas.
Tan sencillo fue como descargarme la app
Meigalicix Rebufo boost searcher. Es decir, buscar a un cabeza de turco que me hiciera de rompehielos, y cómodamente agazapado tras su estela, ir superando unidades.
Y a falta de archirrivales conocidos, emprendí mi particular lucha por batir, cuantos más fosforitos, mejor.
Por alguna extraña razón, o quizás no tan extraña, en las cuestas me sentía ligero y con las marchas cortas ágiles, sin atrancos y respondiendo bien. Seguramente llevar el estómago vacío a esas horas, las típicas de cenar, tuviera bastante que ver.
Iban pues cayendo los fosforitos a un ritmo más que aceptable. Desgraciadamente a partir del ecuador de la carrera, y ya metido en las oscuridades de la Alameda, botellín de agua en mano, que no botellón, noté que la fiesta se había acabado. Una repentina flojera me obligó a reconsiderar mi cuota de capturas de fosforitos. Al igual que estos, también habían, paralelamente, ido cayendo los fosfolípidos, y los polisacáridos, y las transaminasas, y los aminoácidos esenciales, entre otros muchos metabolitos, desertores todos ellos… Mis presuntos aliados me retiraban su apoyo en el momento en que parecía que mejor se ponía la película.
De modo que quizás esa fuera la razón que me llevó a no disfrutar tanto de la parte final, y su incesante callejeo, lleno de giros bruscos y cambios de rasante, como en la
Pedestre. Las piernas iban demasiado desangeladas como para pedirles equilibrismos adicionales.
En unas de esas, el pie ensaya una postura algo forzada, y me envía una señal clara de “vuélvelo a hacer, y nos vamos de cabeza contra los soportales”. Malas noticias para mis aspiraciones de seguir adelantando competidores. Era cosa de reflexionar. Parar, templar y mandar. Como en el chiste, “con los cuernos, mi general, con los cuernos”.
Finalmente entré en el
Obradoiro, y aunque en el momento me pareció algo más deslucido de lo esperado, cegado entre la sombras imperantes y el disco refulgente con el logo de la carrera en el arco de meta, luego pude disfrutar algo más del monumental entorno y su maquillaje de fiesta, en forma de juegos lumínicos.
Y sin más me sumé al enjambre de runners noctívagos, que atraídos por el aroma de las filloas y la sidra, pululaban de un puesto a otro, sorteándose unos a otros cual golondrinas en el cielo, o siendo menos poéticos, cual deslumbradas polillas.
Allí me reuní con
PeqCri, y sus muchachos, y con
matogrosso, que venía algo cabizbajo, decepcionado con el vídeo que había grabado. Un vídeo que seguramente no hará justicia a la carrera, tan espléndida, y sin embargo tan huidiza de los focos y los flashes. Como si no necesitara de vanas presunciones e invitara únicamente a ser vivida desde dentro, en armonía con su condición cuasi secreta, cuasi clandestina, nocturna, alevosa y con premeditación.
La noche acabó a las dos y media de la mañana, tras una divertida cena en el casco viejo, comiendo hamburguesas con extraños apodos. La mía, “Prestige”, recordaba a aquel infausto petrolero antediluviano con incontinencia de chapapote, pero desde luego que no empujaba a gritarle un “Nunca Máis”. No entraba mal ni nada la condenada, a esas horas y con esas hambres. Más bien invitaba a empujarse una segunda pa’l coleto.
Y sin más nos despedimos, y vuelta para casa, que el camino iba a ser largo, negruzco y somnoliento. Unos hacia el norte, y otros hacia el sur, desandando lo peregrinado por los extremos opuestos de la brújula, y, si bien, devolviendo de nuevo la mente a ocupaciones y pensamientos más peregrinos, como por ejemplo: ¿Y qué carrera toca la semana siguiente?
Y es que no tenemos remedio. Puro vicio, se mire por donde se mire.
Y ya como último apunte, romper con mi tradicional costumbre de criticar los precios de las carreras, y admitir que la
SantYaGo10K, bíblicamente hablando, puede pedir y le será concedido, encantado de conocerla. Y que ante su formidable “¡Porque yo lo valgo!” no queda otra que agachar las orejas…
Ya habrá tiempo más adelante para arrepentirse de acaloramientos, y de las palabras aterciopeladas, dichas en el fervor de la pasión…
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.