Dom, 24 Set 2017, 16:04
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Pues ya está. Penúltima carrera del circuito, la del
Puente, completada. Muerta y enterrada. Y desgraciadamente hemos tenido que verter lágrimas en su capilla ardiente, y es que se nos ha ensuciado la estadística. Sí, amigos, volvió el hámster. Y volvió, mucho me temo, para quedarse.
Mis conejitos, eso seguro, no llevan pilas duracell ni nada que se le aproxime...
Ya al ir de camino, notaba yo que las piernas no querían tratos conmigo, otros que no fueran de favor. Pues lo siento mucho, amiguitas, esto no es la diputación.
Calentamiento con
matogrosso,
empanado2, y los protocolarios saludos con
BaoEs, Novoa_run, Toledano, among other sparklandish celebrities.
Todos se expresaban en un sentido parecido al mío. Estas piernas… Estos fríos renovados, que no bríos… Es la retórica habitual, ya lo sé, pero hoy, por alguna razón, entendía yo que estaba algo más justificada que otras veces.
Me entretengo un poco más de lo previsto, y casi me despisto de la salida. Yo sabía la que se me venía encima y ni miraba para el Ciripolen, aparte también de que nuestra relación atraviesa horas bajas. Cuando los malos resultados deportivos entran por la puerta, el amor con los dispositivos cronometradores sale por la ventana. Luna de hiel total.
Un “protección civil”, celoso de sus funciones, me apremia a que tome, sin más dilaciones, mi lugar en el grupo y me abandone a la protección de la manada. Sense desobediència no hi ha independència. Le doy gracias al “mosso”, al “mossalbete”, aún cuando por dentro pienso “No tinc por!”.
Suena el pistoletazo y da comienzo la primera vuelta. Tranquilidad y buenos alimentos. Hay mucha faena por delante.
Como suele ser lo suyo la gente ha salido a cuchillo. No pasa nada, repaso mentalmente mis prioridades. Las mujeres y los viejos, primero. Los primeros que tengo que dar caza, se entiende. ¿No eran las mujeres y los niños, primero? Sí, eso es en una emergencia, pero también en caso de incendio la máxima autoridad es el Jefe de Bomberos, y no como sucede aquí, que las que mandan son las ideas de bombero.
Sea como fuere, la carrera es incendiaria, y avanza descontrolada, arrasando con todo lo que se encuentra a su paso. Poco puedo hacer yo, con mis pesadas y parsimoniosas maniobras de hidroavión.
Por fortuna, a medida que transcurren las zancadas mis piernas van adquiriendo conciencia del deber, y por fin puedo empezar a cazar-recolectar unidades de combate hostiles.
En una de esas adelanto a archirrivales que no me pertenecen, y comprendo, me hago cargo, del grave daño que mi pachorra está causando al status quo, al orden constitucional, a los dioses de las pequeñas cosas, a las leyes de Anaximandro, de Kepler, y de armonía de las esferas, de la bóveda celeste.
Así las cosas, en el paso por meta, doy una vuelta de tuerca y me exijo a mí mismo recuperar algo del crédito, y del terreno, perdido. Es entonces cuando enciendo los motores auxiliares y consigo enlazar, o mejor dicho incorporarme, al grupo que configura mi ecosistema habitual.
Este es el grupo de los paquetes pundonorosos, un peldaño por debajo de los paquetes con pretensiones, pero inmediatamente por encima de los paquetes sumisos y de los desmoralizados.
La diferencia es abismal entre dichos bloques, y el salto de uno a otro requiere de colosales cantidades de energía, mucho más allá de las que aritméticamente se pudieran estimar.
De hecho, enseguida se nota cuando uno rompe la barrera sónica e ingresa en el grupo. Ya no es posible adelantar a nadie sin que ello genere tiranteces, ademanes y muecas desabridas, y ponga en marcha una maquinaria de bufidos, escupitajos, y guturalidades diversas, que bien podrían ilustrar varios tomos de una eventual Enciclopedia de Flamencología.
Es pues este como ya digo, el de los paquetes pundonorosos, un magma incandescente. Y en su seno, uno se siente como la lata de Pepsi del video ”youtubero” que alguien a mala fe, ha colocado en el recorrido del riachuelo de lava.
Acabo el segundo round con Diz, el ganador, pisándome los talones. La vida puede ser maravillosa, que decía Andrés Montes. La realidad es que me he salvado de ser doblado por el pelo de un calvo.
Empieza la tercera vuelta y última, y las aguas parecen haberse remansado, pero es una falsa impresión. Todo el mundo reserva fuerzas para la estocada final. Yo juego otro partido, y sigo pasando a corredores. Sé que en la última y definitiva cuesta, donde se hará la criba final, muchos me pasarán factura. No importa. Aquí venimos a jugar. ¿Nos arriesgamos o nos plantamos? Nos arriesgamos.
Estamos ya en los últimos compases, y aquellas jovencitas patinadoras de alegre sonrisa que nos animaban en los primeros pasos, ya solo se limitan a contemplar cariacontecidas el desfile de penitentes desencajados. O eso atino yo a pensar, puesto que entre el sudor y las fiebres terminales ya lo veo todo borroso, y ni siquiera me auxilian las fuerzas para levantar la cabeza.
Así, como yo suponía, la cuesta final se revela una gran ratonera para mí. Varios competidores me toman al asalto e imponen su ley.
En la recta final, atisbo una muchacha de piernas largas y zancada holgada. Es la presa ideal. El trofeo de caza que mi orgullo necesita. He de abatirla, verbigracia, batiéndola en la mismísima línea de meta. Entablo con ella un dogfight instantáneo y unilateral, cuya principal baza es cogerla por sorpresa. Pero de algún modo, no sé yo cómo ni por qué, los runners, todos, hemos desarrollado un sexto sentido que funciona como si tuviéramos ojos en el cogote. La muchacha se defiende sin tan siquiera hacer acuse de recibo de la amenaza. Como veis, tampoco esa pequeña satisfacción me es dada.
Cerramos con todo ello semana, mes y estación. Octubre y noviembre serán meses de grandes desafíos:
La Pedestre de Santiago, la Vigo +11, el San Martiño. Meses llenos de paquetes pundonorosos con cuentas pendientes, y sangrantes, abiertas con el mundo. No puedo permitirme seguir instalado en la irregularidad.
Para entonces debo volver a ser conejo… ¡Y no cualquier conejo!
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.