Sáb, 04 Xan 2020, 21:30
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 181. (3 de enero)
Estoy en el que fue centro del mundo durante mil años, el kilómetro cero desde el que se medían los senderos que atravesaban los dominios romanos, en la capital de tres imperios ya desaparecidos, la antigua Bizancio y posterior Constantinopla, cuya caída puso fin a la Edad Media, uno de los extremos de la Ruta de la Seda, la que era última parada del Orient Express, metrópoli de un país musulmán oficialmente laico, tierra de contrastes debatiendo siempre si quiere ser moderna o tradicional, a caballo sobre dos continentes. Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul.
Que, además, es la ciudad de los gatos.
Uno me llevó hasta el hostal cuando deambulaba de noche buscándolo, con mis liras cambiadas y en transporte público intentando ejercer un poco de viajero. Vino a recibirme a mitad de cuesta, mic mic mic mic (sígueme), y me precedió calle arriba hasta la puerta. Por la mañana lo encontré durmiendo en el descansillo de mi habitación en la tercera planta, como para recriminarme que no le hubiera abierto.
El paisaje de Estambul lo forman, según bajas la vista del cielo al suelo: los minaretes de las mezquitas; las coloridas pastelerías con delicias turcas y
baklavas; los gatos. Son hermosos, peludos, rollizos, amistosos y muy habladores. Están en todas partes, calles, bancos, cafés, aceras, jardines, escaleras, tejados, hoteles, vehículos, negocios, y son tratados con respeto y alimentados y cuidados.
De los guías locales de los
free tours he aprendido que aquí nadie roba ("el Gobierno no permite la competencia") y que los pasos de cebra son elementos ornamentales ("cuando cogemos el coche se nos va la cabeza; no sabemos a dónde se nos va, pero se va"). Y con esa información y una recomendación de ruta que pedí en recepción, salí a correr por Eminönü con dudas.
Porque Estambul tiene, como Roma, siete colinas, y adoquines irregulares y resbaladizos, y veinte millones de habitantes, y el desorden que enloquecería a un danés.
De modo que fui caminando junto al Bósforo al Puente de Gálata, mientras el reloj intentaba situarse, y ahí empecé a trotar, entre las risas, el asombro y los ánimos irónicos de los viandantes. Pues hacía un frío impresionante y mis piernas al aire iban más desnudas que nunca comparadas con los abrigos, gorros, guantes y orejeras generales. Por no mencionar vestimentas más integrales en algunas mujeres.
Çalışmak zorunda kaldığında çok hızlı gitmiyorsun! Carregal'de çok fazla mengene var!, me decían. Y:
Ne güzel bacaklar!
Cientos de pescadores se alineaban con sus cañas lanzadas al Cuerno de Oro y hogueras para calentarse. Esquivando anzuelos, peatones, tranvías, puestos de
simitçiler (vendedores de pan), ancianos jugando al backgammon, hombres sangrando por implantes capilares recientes, charcos y atracciones turísticas, rodeé Sirkeci y Sarayburnu. A mi izquierda, tras el Mar de Mármara, casi se tocaba Asia con la mano.
Al norte, el Estrecho del Bósforo conduce al Mar Negro; al sur, los Dardanelos al Egeo. Pero no llego tan lejos. Giro en el Faro de Cankurtaran. Regreso y completo los nueve kilómetros del plan. Bien entrenado, mal calculado. Descarto montar en el autobús así de corto. Echo a andar resoplando. Vuelven las miradas divertidas y los comentarios jocosos. Estoy helado. Como agarre a un gato me lo pongo de bufanda. O de pajarita.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones
Última edición por DoctorSlump o Mér, 08 Xan 2020, 19:56; editado 2 veces