Lun, 02 Set 2019, 12:35
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 56. (31 de agosto)
Ya no soy ése que conduce dos horas absurdas de ida y otras dos horas de vuelta para una carrera corta, ahora soy éste (¡mucho más
cool) que parte el viernes de casa y aparca en cualquier rincón y disfruta del fin de semana completo.
En ruta paré en Caldas de Reis, y tuve la Fervenza de Segade en exclusiva, y la gente me preguntaba en inglés por los restaurantes. Estaban los del pueblo y los peregrinos, y luego yo, que despistaba. Cené junto al río, me metí en el cine, dormí en la furgoneta, y la mañana la pasé leyendo y resbalando a refrescarme de las rocas al agua y de nuevo del agua a las rocas. Il dolce far niente, mi gozo en una poza.
Pero -recordé- había que llegar a Boimorto el sábado por la tarde, y no sin pena abandoné el Umia y cambié la cara de (excelente) veraneante por la de (mediocre) deportista, con lo que salieron perdiendo tanto el turismo como el atletismo.
Tras los saludos y reencuentros con los norteños, sustituí el croissant habitual por una cerveza y dejé que calentasen los demás. Pretendía rodar y no competir, cumplir distancias exactas sin regalar zancadas no computables. Compré sobre la bocina una botella de agua por el calor y arranqué con Lihto casi cerrando el grupo, en rodaje premaratoniano y despreocupado ambos, si acaso atentos a no ser los últimos.
Peligro éste que se esfumó al autoexpulsarse Bernal en su afán de fotografiarse en mitad de la prueba.
Y el resto fue un placentero discurrir por los fantásticos senderos, fantásticos por bellos y por parecer sacados de una historia antigua. Las criaturas que sin duda viven allí y que han construido esos túneles vegetales (a la medida justa de Norris, ese día convertido en demonio de Tasmania local) se escondían de nuestras pisadas. La luz se filtraba entre los árboles y todo era mágico e irreal.
La cuesta de asfalto era sólida, actual, prosaica, tremenda.
En meta César con el micrófono loaba mis hazañas viajeras, a falta de otras, aquí llega Slump, el corredor más internacional del circuito, que se va a Chicago, que viene de Nueva York, que irá a Tokio, y la gente aplaudía obediente mientras buscaba a ese fenómeno de la globalización y la aviación y sólo me veía a mí.
Terminé y continué un rato, para completar los doce kilómetros marcados en la agenda. Alcancé los límites de Boimorto, más allá de los carteles, un páramo sin nadie, un no-lugar, y de pronto sentí miedo de descubrir, como en "El show de Truman", una pared en los límites del mundo, y regresé.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones