Dom, 07 Feb 2021, 14:32
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Si quiero conservar la línea (discontínua) y la poca juventud (ínfima) que me quedan tengo dos opciones, encerrarme en un tarro de vidrio con formol, o seguir saliendo a correr, pese a la Pandemia eterna, y la deconstrucción de la realidad runner que ha supuesto.
No es una elección complicada, eso sí.
Así que aprovecho las tinieblas y la quietud de la tarde noche del sábado para salir a incumplir con los preceptos de esta maldición vírica. Las calles están semivacías, casi en la más estricta soledad, y la iluminación, a todas luces innecesaria, muy venida a menos, hace que todos los gatos sean pardos, y parcos.
Sparkland, quién te ha visto y quién te ve.
Es esta una ciudad cuya felicidad ha sido sometida a una cartilla de racionamiento, y que, víctima de una pertinaz abulia, contagia aburrimiento, desmotivación e inapetencia; mayormente.
Pero es el escenario favorito para un salmónido como yo, acostumbrado a nadar contracorriente, camuflado entre los fangos. Además, me permite jugar con los encajes de la prenda quirúrgica obligatoria y respirar a hurtadillas.
Evidentemente mi ruta no será otra que el parque de la Lonia. Es lo habitual, sí, pero además es de cajón.
Allí, en la soledad más absoluta, con un único foco dando servicio, puedo por fin mandar a paseo el trapo vil que obstruye mis vías respiratorias. ¿Quién me puede delatar aquí? ¿Hace ruido un árbol que se cae en medio del bosque si no hay nadie para oírlo? ¿Y si se tira un pedo? ¿Desinfecta con aroma a pino?
El parque está tan tétrico como últimamente, pero hoy no me importa. El ansia de libertad puede al miedo, y doy plácidamente varias vueltas en él.
El rumor del Loña, que entrega religiosamente sus aguas al Miño, es tranquilizador. Una mirada a la bóveda celeste, limpia como pocas veces, me trae a la retina infinidad de estrellas que una vez brillaron, hace millones de años, sin la esperanza de ser vistas por nadie. Y sin embargo, alguien recoge el guante. Qué regalo inesperado, a estas alturas de la película.
Son pensamientos que me sobrecargan la CPU, pero que me puedo permitir, puesto que he sido capaz de imprimir a mi marcha un ritmo cómodo y eficiente. Eso que los entendidos suelen llamar buenas sensaciones.
Hoy no hay conejos, ni ulular de aves noctívagas, ni ladridos dispersos en la distancia. Hay un silencio sepulcral en los graderíos vacíos de la naturaleza. Primero fue la distancia social, y luego, la nada.
E imagino, en este mundo a medio gas en el que vivimos, que atravieso el espacio interestelar sin salir del patio trasero de mi ciudad, y que sigo a años-luz de verle una solución a esta tragedia, pero la nave del misterio, como diría Iker Jiménez, al menos hace el trayecto de un tirón.
Llego a casa, y me encuentro con casi 10 kilómetros y medio abonados en cuenta. Vaya por dios, no todo es tan malo. Si hubiese alguna carrera a la vista, bien me valdría. Qué buen vasallo, si hubiera buen señor.
Ya pronto se cumplirá un año de la última vez que vestimos un dorsal. Nuestro primer añito juntos, Covirrín.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.