Dom, 20 Out 2019, 12:29
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Día típicamente de otoño en
Sparkland.
Miro al levantarme a través de la ventana de mi habitación, y todo lo que tengo delante, hasta donde me alcanza la vista, es gris.
Un gris húmedo, que, a su grisácea condición, añade el frío malestar de unas lluvias que vienen y van, que han tomado la ciudad, y que como los radicales de la
via laietana, montan su circo ahora aquí, luego más allá, poniendo patas arriba toda mi buena intención de salir de la cama.
Y sin embargo hemos de ir a correr, y no al paseo de Gracia, precisamente.
Nos espera la
Carballeira, uno de los barrios más modestos entre los modestos, donde se celebrará la última prueba del circuito
Correndo por Ourense de este año. Los últimos serán los primeros.
Pero no debo quejarme. Esta es mi afición, y yo la he elegido así. Podría decir incluso más; ante ella estoy desarmado, y a veces hasta tengo la sensación de haberme enamorado de mi peor enemiga. Si tu afición te pide que te tires por una ventana, reza al menos para que esta no sea demasiado alta.
Sí, sí, lo sé. Soy de los afortunados. Tengo que dar gracias.
Tal vez algún día, harto de este gris, y de esta mediocridad, y de no levantar un palmo del suelo, gris también, me busque algo más puro, que me fría las neuronas de una vez y para siempre. Que salga de mis miserias como quien sale de una hibernación intergaláctica, recocido en sus propias fantasías de eternidad, belleza y placeres ilimitados, y con ganas, muchas ganas, de saltar todas las hogueras en la noche infinita del universo. El alma de la fiesta en el jardín de las delicias.
Y no acabará ahí la cosa. Más tarde mataré a Dios y luego me apropiaré del paraíso, y por si acaso, haré que talen el bosque de Birnam. Y Greta Thunberg que diga misa.
¿Cuánto hay que pagar para que me inyecten esta experiencia en el lobanillo de la oreja, y poder ir por fin junto a
Kuato a que me haga un lavado de cerebro total y absoluto?
Ya allí, comprenderé que en realidad he venido a cargarme a
Kuato. El horror, el horror. Pero no hay vuelta de hoja, quiero dejar de ser yo, esa persona gris que vive en una ciudad gris, que piensa y hace cosas grises, para despecho de la materia gris de su cerebro.
Este año vamos
matogrosso y yo calentando desde casa. Tenemos que atravesar este océano gris de asfalto, cemento y graníticas convicciones, donde sólo los semáforos dan con cuentagotas, y a regañadientes, unas pocas pinceladas de color.
A medio camino, sin embargo, el sol amaga con salir y espantar toda esta grisura, pero es solo un espejismo, en este desierto de insipideces perpetuas.
Llegamos bien a la
Carballeira, haciendo cacos (caminar-correr), y apenas necesitamos ya más que algunos ejercicios moderadamente impetuosos para subir las pulsaciones, sin que se vengan demasiado arriba.
Y entonces llaman a la oración a todos los fieles, y toda la grey atlética peregrina hacia la piedra negra, que como la de los mecheros, enciende el pistoletazo.
Salgo con energía. Puede que lo pague más tarde, pero, en este país nuestro en el que te quieren cobrar impuestos hasta por respirar, sería sólo el mal menor.
La carrera, que consta de tres vueltas, empieza siempre poniéndonos delante el cuestón de la arrancada.
Se hace imprescindible pues vaciar los tanques de combustible de la primera fase, antes de alcanzar nuestra órbita estacionaria.
La nave traquetea lo suyo. Pasar del cero a cien en solo un par de minutejos es mucha tralla. Y enseguida, como si de luces parpadeantes de origen desconocido se tratase, me encuentro con la individua que se picó conmigo en el
Puente. Viene revoloteando a por mí, no cabe duda. No sé si a vengar aquella afrenta o la muerte de
Kuato, pero sus jadeos descontrolados la delatan.
Esta vez, sin embargo, no estoy para tonterías. Me reclaman asuntos de mayor importancia; como ser conejo. Hoy no me quedaré a las puertas, como entonces, por dos tristes puestos. Tristes y grises, como tres tigres albinos.
No se me puede escapar, y no se me escapará.
Ya en carrera lo sé, lo siento, lo presiento, al no oír en ningún momento la sirena de la moto que abre la prueba, y que envuelve a los doblados con sus amargos cantos, abocándolos a que ellos solitos se arrojen a las profundidades del marengo.
En la segunda vuelta, veo que no voy tan mal, y le subo unas cuantas rayitas el volumen al radiocassette. Este empellón me da para coger algunas pocas unidades más. Entre las redes encuentro especies exóticas, de vivos colores. Por fin, confeti y serpentinas.
En la recta final de la segunda vuelta me planta batalla otra corredora, pero me doy cuenta de que está tirando de sus ahorros para la tercera, y no me preocupo demasiado. Yo aún no he roto el cerdito.
La
Carballeira es una carrera dura, despiadada, y en el tercer paso por el cuestón las piernas de todo el mundo zozobran. Aprovecho mi frescura para seguir escalando posiciones.
Y ya en los últimos sube-bajas me dejo ir, y con esa idea pretendo cubrir el tramo final, pero avizoro a una chica del Arenteiro que se pone a tiro, y aunque soy consciente de que ello me obligará a un esprint en el que se me salga el corazón por la boca, pongo todas mis fichas sobre la mesa. Aquí hemos venido a jugar.
Es un esprint largo, cuesta abajo, no muy pronunciada, eso sí, pero lo suficiente para coger velocidades endiabladas. Los esprines los carga el diablo.
Sin embargo, aunque en principio la contrincante amaga con resistirse, rápidamente se desentiende. No quiere irse para su casa con la caja torácica hecha unos zorros, y la comprendo.
Al llegar,
matogrosso me está esperando con dientes sudorosos. Le doy una palmadita en el lomo, y me voy a por el powerade y la manzana. Nos hacemos una foto tras la zapatilla gigante de cartón-piedra, y después de que Ramsés haya disparado, soy consciente de que todo ha acabado: la carrera, el circuito, la ilusión de todos los días…
Siento entonces que podría llorar durante una media hora seguida, o durante todo el día, o hasta que comience un circuito nuevo. Pero el mío sería un llanto gris, apagado, ahogado en su propia insignificancia, prescindible, barato, átono.
Quisiera abrazarme a alguien… ¿A
matogrosso tal vez? ¡Quita p’allá!
Hala, vámonos de aquí, que esta vez no tenemos coche que nos lleve.
El running saca lo peor de mí, al
Kuato que todos llevamos dentro. Es una relación tóxica. Un mundo sin oxígeno. Una aberración.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.