Dom, 06 Dec 2020, 1:01
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Se me hace cada vez más difícil convocar a los espíritus y a las potencias del alma en esta empresa desesperanzada de seguir entrenando, de seguir manteniendo encendida la llama de una afición que ya no ilumina sino con los parpadeos premonitorios de un cercano fin.
Con las Populares en artículo mortis, y todas las rutas marítimas que conducen al comercio de las especias en manos de los piratas berberiscos, sobran los motivos y las razones para quedarse en casa calentito al resguardo de la calefacción y entregado a entretenimientos menos onerosos.
He de poner, de hecho, toda mi capacidad de discernimiento al servicio de encontrar un motivo, una razón, aún peregrina, para enfrentarme a las distancias, al frío, a la oscuridad de la noche, a las lluvias y los vientos, a las soledades mal acompañadas, lo más cruzándome con otros locos, perturbados, orates y las mascotas que los gobiernan, y me pregunto si con ello no estoy sino arrojando piedras sobre el propio tejado de mi rocoso intelecto; revolucionándolo en punto muerto.
Pero afortunadamente una cosa, sólo una, me lleva a vencer esta tenaz resistencia, y que las correas se deslicen por entre las poleas, y las ruedecillas engranen unas con otras, en este viejo reloj de cuco, que aún, dios mediante, funciona suficientemente bien. Y esta cosa son los recuerdos de los buenos momentos vividos en las carreras, de la épica abundante en la que se bañaron, de las amistades forjadas en las trincheras, fundamentalmente las enemigas, por encima de credos, banderas y bayonetazos traperos.
Y, por qué no decirlo, por el colorido de la fiesta. El running es ante todo una celebración de la vida. Una vida que tantas veces no pasa de mera lucha sin recompensa, si acaso parca, gris, retribución, lo comido por lo servido, pero que arrastra a seguirla, y a perseguirla, con más y más ahínco, y obstinación, si cabe, pues algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Ayer hubo agua, y a manta. Empezó a mitad del entreno, que se abrirían los cielos mientras bregaba por el parque de la Lonia, y ya no me abandonó. Cuanto más apretaba el ritmo para huir de ella, con más ferocidad se me venía encima, empapando las ropas y haciéndolas más pesadas y correosas. Me imposibilitó la visión de conejo alguno, mis animales totémicos, en mis batidas por el extrarradio, allí donde la ciudad pierde la poca, que no deja de ser toda, urbanidad que posee, y no porque me cegara el mucho líquido elemento, que encabritaba el pestañeo, sino porque la propia situación obligaba al cierre perimetral, cese de actividad y bajada de persiana en sus madrigueras.
Y sin embargo si que vi a un chalado, que ya se está convirtiendo en habitual, el cual, a la salida del recinto, parapetado tras una alambrada, se aposta con latas de comida para gatos, con las que alimenta dos negros ejemplares, alimañas callejeras, y para los que, si mi buen juicio no me traiciona, pretende erigirse ante sus ojos, de luciferinas pupilas, en divina providencia.
Ayer, con la que estaba cayendo, más que nunca, su contribución al esperpento era necesaria, y todo lo demás, incluido un servidor, contingente.
Y con eso y con todo, él hallaba cobijo bajo un paraguas, y yo no.
Quiero insistir aquí, en la idea de que, detrás de todo, está la búsqueda enfermiza de unos locos por otros locos, atraídos por su mutua gravedad, en este escenario de manicomio que nos hemos dado.
Pero estas imágenes, turbadoras cuanto menos, no hacen mella en mi ánimo, hecho a mayores quebrantos, y sigo por el paseo del río, abriendo las aguas en dos, como Moisés en su día, que se apartan de sus charcos a mi paso, capeando los rigores de la meteorología, con la fe del carbonero y lo desapasionado de un rompehielos postsoviético.
Hay algo bíblico en el relato de estas epopeyas, aderezadas con diluvios, seres maléficos, voluntades ordenadoras del caos y mucha, pero que mucha, plaga de por medio, y no me refiero solo al Covid.
Pero, como ya he dicho, de entendimiento, voy con lo justo.
Y eso que hoy funcionaban los focos del parque de la Lonia, y no me metí como el martes a la aventura, con la raquítica luz de mi frontal por montera. El destello reflejado de una bola de espejitos discotequera ilumina cien veces más.
Algún día me encontraré con algo que no debiera estar ahí, como el monolito de Utah, y ya veremos en qué acaba la broma.
Pero por de pronto no parece suficiente el cruzarme con ambulancias, en la ida y en la vuelta, para amedrentarme. Están por todas partes, y parecen ser las únicas luces navideñas con las que se va a acicalar Sparkland; una sombra de lo que fue, depresiva, achicada, ojerosa, muda.
Mudo también el Ciripolen, a quien 9 kms y medio no dicen nada. Claro que sí. Mejor callar y aparentar ser tonto, que hablar y demostrarlo.
Y sin embargo nos quejamos de que nos falta comunicación. Una carta firmada por ciento y pico de jubilatas castrenses (y castrados) les daba yo.
¡Qué gran oportunidad perdida de estar callados!
Pues no. Ruido de sables. Eso sí, más ávidos de tres en uno que de sangre.
Ya te digo yo. Hay mal rollo. Crispación.
(Se levantan la voz entre ellas las sirenas de las ambulancias, se mientan las madres)
¡Silencio! Hay un runner intentando conciliar el sueño de ser atleta. Silencio.
(Y pues, se van con la música, y el efecto Doppler, a otra parte)
¡Pero si silencio hay para dar y tomar…!
En llegando ya a casa, y por mi otrora bulliciosa calle, adicta al claxon, pude en cambio perfectamente escuchar a un grupo de adolescentes que hablaban entre sí a voz en grito.
La profe se había tirado de la moto poniéndoles en el examen (redoble de tambores) una pregunta sobre la… ¡transición española! Horreur! Y por si fuera poco, otra, para rematarla, sobre la segunda guerra mundial. ¡La muy hija de xw&# lo había hecho para pillar!
Y por un momento volví la mirada a los textos sagrados, y pensé en que yo hubiera podido sacarme cum laude esa evaluación, y esa asignatura. Yo y Matusalén.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.