Dom, 13 Set 2020, 22:04
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Ayer el
Papa y el
Mato, el
Mato y el
Papa, en comandita, en perfecta armonía de los cuerpos celestes, salimos a hacer nuestro último entreno por la ría. Ríete tú de los peces de colores.
Esto ya no es computable como monos aulladores – ¡dónde quedaron ya! -puesto que fallaban sus dos características principales, la continuidad espacio-temporal y lo machacón.
Sin acuerdo previo de por medio, que nosotros no somos ciclistas del Tour, ni tenemos esa ancestral propensión francesa a sublevarnos por lo que sea, dispusimos sin embargo un ritmo cómodo, como de despedida amable, casi rayano en lo comodón.
Sí, el
Mato y el
Papa, nada más agradable al oído del Sr. Sigmund, el del Psicoanálisis, esforzándonos en terapia familiar por curarnos en salud, y yo más concretamente de mi complejo de Adipo, por el exceso de tejido adiposo.
Fue esto el sábado, a las nueve de la tarde-noche, y no sé si os acordaréis del calor que hacía, y que sigue haciendo.
Llegamos a casa a las diez menos cuarto, o así, y estábamos casi asfixiados. Era una noche tropical donde las haya. Solo faltaban la caipirinha, Celia Cruz y los cocoteros.
Así que antes de ducharnos, y seguir envueltos en sudor, nos dirigimos a la playa. Sí, a la playa. Y lejos de estar vacía, nos encontramos con varios grupos de gente, poseyéndola ardientemente. ¡A esas horas!
Era noche cerrada ya. Entre pitos y flautas, las diez serían. Y nosotros, ni cortos ni perezosos, nos lanzamos al agua. Era la única forma de apagar el fuego interior que nos calcinaba, y no había tiempo material para esperar por los hidroaviones.
¡Pues no sabéis qué experiencia bañarse en el mar negro! Por el color, claro, no por su ubicación geográfica.
No era plan de remojarse las corvas y salir, de modo que me fui a lo profundo, lejos de las luces del pueblo, y me giré boca arriba, haciendo el muerto.
Abrí los ojos y solo tenía delante la infinitud de las estrellas. Qué sensación. Flotando en la ingravidez del espacio me veía. Solamente si torcía ligeramente la cabeza, a un lado podía atisbar la ristra de luces eléctricas de A pobra del Caramiñal y su ondulante reflejo, que bien pasaría, en esta improvisada fantasía de ciencia ficción, por una inmensa estación orbital a medio construir, flotando ella también en la inmensidad del cosmos.
Ya ves tú, viajar en el espacio, y viajar en el futuro, los dos en uno, con billete abierto y sin escalas. Sin gastar un duro, sin mover una sola maleta, y sin necesidad de “thank you”, ni de “please”, ni de “my taylor is rich”. Y, espérate por lo mejor, en tiempos del coronavirus.
En fin, ya más no se puede pedir. Refrescado el cuerpo y la mente, quedaba ya todo más que empaquetado y recogido para el regreso, para acompañar a la manada en su migración estacional, a los pastos y vaguadas de la Sparkland interior.
Y habló entonces el Ciripolen: 6.34 kms en 38:45.
El del verano es uno de esos amores de la infancia, solo equiparable al del billete de cien pesetas de Manuel de Falla. Pero sí, ahora ya, se puede decir definitivamente que, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Ojalá el año que viene nos lo traigan de vuelta arreglado, con el disco duro formateado, sin troyanos de mascarillas ni carreras virtuales por el desván. Sin malware de distanciamientos sociales, ni naturales, ni pretecnológicos, ni de ética o religión.
En otro orden de cosas, el perro de Femón, el último día, volvió a ladrar.
Ahí lo dejo.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.