Mar, 28 Xan 2020, 0:26
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 204. (26 de enero)
Aunque el viernes sólo cumplía un año, que los otros ya los tenía y son los que me preocupan, igualmente fui a celebrarlo a Sevilla. Y como lo bueno de preparar maratones y no velocidad es que puedes comer, beber, fumar y andar con mujeres sin que se note en el rendimiento, pues eso.
Y el domingo tocó madrugar mucho para desayunar montaditos de jamón y aceite en el bar y llegar con bastante antelación al Paseo de las Delicias. Buscábamos el autobús cuando nos llevaron en coche unos desconocidos -la amabilidad sureña- a los que preguntamos por la calle, y aparcaron tan temprano que todavía era noche (fría y brumosa) y el Guadalquivir se adivinaba más que se veía.
Caminamos por allí para desentumecer mis huesos (los de Montse son de adamantio y no duelen) y entrar en calor, y a menos veinte, ya con luz (fría y brumosa) me cambié, dejé la bolsa y salí a correr los cuatro kilómetros previos por el Parque de María Luisa y su Monte Gurugú y por la Avenida de la Borbolla. Y regresé a la salida con el tiempo justo para incorporarme, el último de los diez mil participantes, y comenzar a adelantar, cien, trescientos, dos mil quinientos, hasta casi seis mil posiciones recuperadas.
Y es que en estos entrenamientos en competición, lo confesaré, me armo (conscientemente) de una especie de sensación de superioridad sobre los que me rodean, porque nuestros relojes no marcan lo mismo, porque cubro más distancia que el resto, porque mi esfuerzo es mayor, porque es más meritorio lo mío, porque vengo de lejos, porque sigo un plan, porque mi objetivo es más importante, porque guardo un secreto, porque sé algo que los demás ignoran, porque iré a Tokio y ellos no, y no quiero pensar aún en Boston por superstición pero sí, también estaré en Boston y tú y tú y tú y tú no.
Mezquindades de uso interno, ruindades que callo y no molestan a nadie y que me sirven para levantar el ánimo, para no desfallecer, para no calcular si voy así de cansado en el diecisiete cómo pretendo alcanzar el cuarenta y dos.
Mientras cruzábamos por los puntos turísticos de la ciudad (la Torre del Oro, el Puente de la Barqueta, la Isla Mágica, la Torre Pelli, las Setas, Triana, la Maestranza, la Plaza de España...), de los que apenas me enteraba, yo iba descontando lo que faltaba por convencerme y acelerando por demostrarme fuerte. Y el público por fin se notaba, y unos cuantos gritaron mi nombre, y uno de los globos reventaba ruidosamente a mis espaldas para jolgorio general, y atravesé la meta esprintando para terminar los veinticinco kilómetros en menos de dos horas y cinco minutos.
Recogí la medalla, satisfecho y orondo. Una chica se deshacía en lágrimas muy emocionada. Me acerqué a felicitarla, presto a comentarle, si se terciaba, de mis llantos en los majors completados y de los próximos por completar. Lloro porque mi hermano se murió el año pasado, él corría maratones y ahora corro yo por él, me dijo.
¿Me repites aquello de la superioridad, los objetivos, los esfuerzos...?
Y cuatro semanas para volar a Japón
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones