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El diario gatuno de Slump (2014-2021)
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PequeñaCriatura

Foreiro Senior
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28/10/12
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Ferrol
Respostar citando Envío Dom, 13 Out 2019, 20:04
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Felicidades anticipadas... Aplauso
Eloy

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15/11/14
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Respostar citando Envío Dom, 13 Out 2019, 20:47
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Enhorabuena!!! Aplauso
Ya sólo quedan 2.
tiojuan

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Cambados
Respostar citando Envío Dom, 13 Out 2019, 21:42
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Magnífico !!!!!
Bravo!!!!
Querer es poder!!
Felicidades Dani !!
Andrés61

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Respostar citando Envío Lun, 14 Out 2019, 6:09
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

DoctorSlump escribió:
Cinco de la mañana. Tosiendo, con dolor de espalda, con la pierna derecha contracturada. Cuatro grados de temperatura, vientos de treinta kilómetros por hora.

Quiero llorar.

Allá vamos.

Miau.
Bah! No tiene mérito!
Eran las mejores condiciones para el Gatuno.... Silbar
Felicidaes Dani Aplauso Aplauso Aplauso
Papa-Léguas

Super Veterano
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Sparkland
Respostar citando Envío Lun, 14 Out 2019, 16:04
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Enhorabuena, Dani.
Finisher one more time, y además tengo entendido que te salió una carrera de campanillas, con marca incluida.
Tienes el tema este de los maratones transoceánicos dominao.
Como el resto de suscriptores del Gatuno espero por esa crónica para deleitar mis neuronas, y sobre todo por las fotos, que tengo muchas ganas de ver Chicago y cómo sale un major (con perdón) después de tanto esfuerzo y voluntarioso empeño.
Aplauso Aplauso Aplauso Aplauso Aplauso Aplauso Aplauso

Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.
AUGUSTI

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Respostar citando Envío Lun, 14 Out 2019, 20:38
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Enhorabuena Dr. S. !!!
DoctorSlump

Foreiro Gatuno
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O Xibao, Tomiño
Respostar citando Envío Mér, 16 Out 2019, 21:59
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 98. (12 de octubre)

Ésta no es la crónica del maratón.

Llegábamos a Chicago el miércoles y en seguida descubríamos que allí el inglés no servía. La mitad de la población es hispana, los afroamericanos mastican el slang y los caucásicos hablan tan rápido que es imposible entenderlos. Dos de estos tres grupos son infinitamente amables. Se paraban a preguntarnos si necesitábamos ayuda en cuanto nos veían cara de visitantes perdidos, nos recomendaban restaurantes espontáneamente, se disculpaban hasta abochornarnos por no disponer de una mesa libre, no pasaban a nuestro lado sin un sorry, un excuse me, un thank you.

En el aeropuerto encontramos a Michael, un tinerfeño que habíamos conocido en Nueva York. En el porche de la casa nos esperaba un gato enorme para darnos la bienvenida. Nos organizamos lo mejor que supimos (cuando se viaja en plan barato siempre hay apreturas y desplazamientos) y comenzamos a turistear. Una guía de arquitectura gratuita, el vértigo en la plataforma de cristal de la planta ciento tres de la Torre Willis, jazz en el tugurio donde operaba Al Capone, el tren elevado en el Loop, el inmenso lago Michigan, el mirador del piso noventa y cuatro del John Hancock Center, las esculturas al aire libre, Hopper en el Instituto de Arte, la deep dish pizza, la Nube y la fuente Crown en el Millenium, el río, las ventanas y los jardines decorados para Halloween, las escaleras de la estación en las que disparaban Kevin Costner y Andy Garcia. La instagramer que venía con nosotros se apartaba para que no estropeásemos su elegancia, ponía sonrisa de fotografía y alzaba ligeramente un pie. Un camarero nos pedía la documentación antes de atendernos. En un mexicano la chica nos dejaba las cervezas para que las abriésemos porque ella no tenía aún veintiún años.

Recogimos los dorsales en la Feria el viernes. Pegamos en la pared las marcas que queríamos lograr (tres horas y cincuenta y cinco minutos, escribí yo), compramos camisetas y calcetines, charlamos con otros participantes nerviosos. El maratón ya no era parte del futuro cercano, era ahora, estaba ahí, real, inminente, nos había alcanzado, y todas las dudas del mundo con él. Y desconfiaba de mí, del clima y del público, y comparaba las tibias reacciones en la calle con las fiestas que nos hacían en Manhattan.

El sábado fuimos a Humboldt Park a rodar cinco kilómetros con la gente del CARA, la asociación de corredores locales, como un entrenamiento previo alternativo al oficial y una forma de soltar piernas en compañía sin madrugar tanto. Un toldo era el centro de información e inscripción. Nos presentamos, nos entregaron el número, nos explicaron la ruta: una vuelta pequeña y otra mayor, con los giros señalizados con conos o guardados por voluntarios. El parque es enorme, con un hermoso pabellón junto a las aguas en las que capturaron este verano a Chance the Snapper, un caimán. Se notaba en el ambiente y en la fisonomía misma de los asistentes que la prueba era amistosa y sin espíritu competitivo, aunque con tiempos y clasificaciones. Pero como un hombre es un hombre, un gato es un bicho y una carrera es una carrera, las piernas se lanzaron a adelantar (si bien disimuladamente) y terminé séptimo.

Dicen que a Chicago no la llaman la Ciudad del Viento por ser ventosa sino por su rivalidad con Cincinatti, por la volubilidad de los habitantes o por el aire caliente que desprendían sus funcionarios. Pues será por eso. Ventosa es, y mucho. Se colaba el frío por las esquinas, subía por las mangas, se enroscaba en el cuello, dolían las sienes. Nuestros catarros empeoraban y no sabíamos cuánta ropa llevaríamos el domingo para tirar o llevar.

Y a la noche empecé a cojear, más y más, hasta no ser capaz casi de caminar, y la cena temprana a base de pasta fue triste y llena de funestos pensamientos que callaba y rumiaba. Achacoso y rencoroso, un viejo contenido en el nuevo continente. ¡Mi reino por un bote de Reflex!















Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones
anpefi

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Respostar citando Envío Xov, 17 Out 2019, 8:58
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

DoctorSlump escribió:

Ésta no es la crónica del maratón.

Malditos spoilers!!
Andrés61

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Respostar citando Envío Xov, 17 Out 2019, 17:42
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

anpefi escribió:
DoctorSlump escribió:

Ésta no es la crónica del maratón.

Malditos spoilers!!
Es el Nuevo Mago del Suspense.
Un Crack el tío Guiño
corredor101

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Respostar citando Envío Xov, 17 Out 2019, 18:36
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Bueno, vemos que de gatos bien, ahora háblanos de la maratón.
Meigalicix

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Respostar citando Envío Xov, 17 Out 2019, 20:56
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

corredor101 escribió:
Bueno, vemos que de gatos bien, ahora háblanos de la maratón.

Eso mismo digo eu ...
DoctorSlump

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O Xibao, Tomiño
Respostar citando Envío Ven, 18 Out 2019, 23:26
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 99. (13 de octubre)

La realidad nos pone en nuestro sitio; luego, nosotros, por medio de la narración, ponemos a la realidad en el suyo.

(Luis Landero, Entre líneas)


Ésta es, o intentará ser, la narración de lo que viví por dentro. Porque los maratones, los majors al menos, son interiores. Ocurren en mi cabeza. Ése es el único campo de batalla, donde la emoción y la voluntad mandan. No son las piernas, los pulmones, las articulaciones las que deciden el éxito o el fracaso, no es el estado de forma, la edad, los entrenamientos, no importa si voy corto de rodajes, sobrado de peso, incluso algo enfermo: es lo que absorbo de mi alrededor, es lo que recibo de esos extraños que me llaman y aplauden y gritan, es lo que me llega hondo, lo que siento, lo que me hacen sentir. Es esa energía, ese apoyo. Es la consciencia de que soy más fuerte que mis excusas. Y cuando la comunión es tan enorme, cuando corro por Chicago creyendo de verdad la fantasía de que toda esa gente ha bajado a la calle sólo para animarme, cuando las sonrisas de los desconocidos son de felicidad y orgullo al verme (vernos) pasar, cuando compartimos una misma ilusión con esa determinación, cuando dos millones de espectadores están alentándome y confiando en mí, entonces es imposible que falle. ¿Cómo podría? ¿Qué clase de persona sería si no correspondiese?

Así, llevado así, empujado así, os digo que ni tiene mérito.

El domingo trece de octubre a las cuatro de la mañana estaba despierto y preparándome para el gran día. Con la puntualidad de los vegetales que dan fruto cada año, acudía a mi cita con el maratón. Antes visité el aseo una, dos, tres, cuatro, cinco veces. (Ay. No, no, no. Ni lo pienses). Evalué los daños generales con optimismo. Desayunamos, yo apenas, y dejamos la casa con retraso. Aún era noche. Nos perdimos y nos retrasamos más. El tren venía tarde, retenido por una incidencia policial. Un indigente amenizó la espera exigiendo cigarrillos y pulsando el botón de emergencia. El andén se llenaba de madrugadores en chándal, ponchos de plástico, sudaderas, y aproveché para comenzar a socializar y esparcir mis nervios. En el vagón por fin, y después andando hacia Grant Park, y en la Fuente de Buckingham, ya sólo había corredores, miles, decenas de miles, cuarenta y seis mil historias distintas, incluida la mía. Estaba allí con mi nudo en la garganta, con los ojos brillantes. Hacía frío pero no demasiado. El gemelo castigado parecía estar bien. El Garmin no funcionaba, no, por favor, no me hagas esto. Sonó el himno americano y partió la élite (en dos horas y cuarto habría nuevo récord del mundo femenino) mientras guardábamos cola pacientemente para ir a los baños portátiles, tan pacientemente que tuvimos que entregar la bolsa casi en el último momento y esprintar al cajón, añadiendo más intranquilidad a la que traía y acercándome peligrosamente a la histeria.

Nos colocamos al fondo de nuestro grupo, lejos de las liebres, y detrás acechaba la avanzadilla del siguiente. Hablamos con algún paisano, sacamos fotografías. Delante, los rascacielos nos miraban como modernas piedras de Stonehenge. A las ocho arrancamos, y en ese preciso instante resucitó el reloj -¡gracias, san Agustín, patrón de la Ingeniería!-, y una parte de la congoja se deshizo. Creo que todo va a salir bien, recuerdo que pensé. Nos abrazamos y deseamos suerte, solté unas voces exorcizantes, suspiré, resoplé, caminamos despacio hasta la salida, trotamos, trotamos, vamooos, vimos el arco, vamooos Chicagooo, y cruzamos la alfombrilla y ahí estábamos, ahí estaba, corriendo con fluidez desde el comienzo. ¡Vamoooooos! (mis gritos de ánimo no son muy variados). Eran las ocho y seis minutos. Y me fui como si se me escapase el alma, sin mesura. Sin dolores, sin freno.

Y al escuchar los primeros Go Dani supe definitivamente que sí, que todo iba a salir bien.

Que vendrían problemas y cansancio y tentaciones y sufriría y se me haría larga larguísima la carrera, pero que lo lograría.

Porque, igual que en Nueva York o Londres, y por ratos más aún, fui festejado, homenajeado, más celebrado que animado, más reconocido que aplaudido. Hey, there's Dani!!!, anunciaban como si estuviesen esperándome, ¡albricias!, y las chicas chillaban como fans ante una estrella de cine, y yo marchaba alucinado en medio del sueño, Cenicienta en el baile deseando que las doce no lleguen nunca. Sentí que esos millones de hombres, mujeres y niños me recogían en sus brazos y me llevaban volando hasta la meta.

Y si me demostraseis que todo eso únicamente tuvo lugar en mi cabeza, no importaría. Así lo viví y así sirvió a su propósito.

Los doce mil voluntarios sonreían y me gritaban y yo les daba las gracias aunque no cogiese los vasos que ofrecían.

No era difícil leer mi nombre en la camiseta y en la cinta del pelo, y yo corría siempre junto al público y aplaudía y respondía y chocaba las palmas y levantaba el puño y era como un surfista remontando una ola infinita subido a su cresta. A costa (todavía hoy estoy pagando el precio en mi cadera) de ir casi cuatro horas desnivelado por el arcén curvado y bacheado y por el lado sin alfombra de los puentes.

Golpeaba los carteles que prometían energía, reía con los graciosos, me emocionaba con otros, maullaba con los retratos de gatos que mostraban sus humanos. Los policías nos animaban. Los militares colaboraban en los avituallamientos. Hablaba con otros corredores, mexicanos, costarricenses, españoles, estadounidenses, argentinos, lituanos, búlgaros, italianos; saltaba con las bandas, canté "Just like Heaven", pasé junto a los obscenos bailarines de Boystown. Go Dani, well done Dani, good job Dani, keep it up Dani! Un hindú me preguntó por qué era famoso. En la mayoría de las fotos salgo aplaudiendo al público o mirando a las gradas o saludando a las vallas.

Los norteamericanos miden la distancia en millas, la gasolina en galones, la hamburguesa en cuartos de libra con queso. En las conversiones entre sistemas métricos y anglosajones y en ajustar el desfase del GPS ocupaba el ocio. Comprobaba en cada punto indicador que iba más rápido de lo previsto. Y sólo tenía un plan A para el maratón, y desde luego el hipotético B sería para ir más lento y no lo contrario. Dudé de estar excediéndome, y sin embargo no podía, no me dejaban frenar.

La media la hice en menos de una hora y cincuenta y cinco minutos.

Bebía un poco en cada puesto, tomé un gel por tomar, unas sales. Plátanos, gominolas. Por no despreciar.

Pero ya los kilómetros iban más despacio. No en la realidad objetiva, la que reflejan las estadísticas o los tiempos de paso, sino en la mental, donde -repito- transcurría la carrera. Ya no se hacían solos y me obligaban a vigilar las piernas, a recordarles los movimientos básicos: ya no me fiaba de ellas como al principio.

Fraccioné la segunda mitad. Hasta el veinticinco, dale que no es nada. Hasta el veintisiete y quedan quince, ¿cuántas veces los has rodado por casa? El treinta, facilísimo. Treinta y dos, faltan diez, un entrenamiento de martes por Carregal.

En la parte más dura fue donde hubo menos espectadores. Y aun así siempre algún samaritano me veía y gritaba y yo me enderezaba, alzaba el pulgar, sonreía, y recuperaba impulso. Hubo barrios también donde no cabía más gente, donde hacían sonar las campanitas y no se podían superar los decibelios. Y yo almacenaba todo y llenaba la despensa para el invierno. Me comportaba como la pera que madura en el árbol.

Ocasionalmente, entre algún edificio se colaba el viento... y se detenía antes de ser molesto. El clima colaboraba. Fatigado como estaba, no veía ningún obstáculo que no pudiese superar. Y si bien los movimientos eran más rígidos y dolorosos, no estaba cediendo ritmo.

Pero el cuerpo iba agotando sus recursos. Un hombre regalaba dónuts y al perdérmelos comprendí la necesidad que tenía de azúcar. Una mujer ofrecía naranjas. Cogí una entera y cuatro o cinco gajos. Dioooos. Ahora sé que jamás volveré a probar una fruta tan rica como aquélla que comí un domingo en Chicago. Se me saltaban las lágrimas de agradecimiento y de placer y de codicia por más.

Las guías y los mapas dicen que corrimos por Lincoln Park, por el Loop, por el estadio de béisbol de los Cubs y el de baloncesto de los Bulls, por la comunidad gay, por el mítico teatro, por la Old Town, River North, Greek Town, Chinatown, Little Italy, Pilsen (¡Pilsen, qué ambiente! ¡Qué ambiente!), Michigan Avenue... Yo corría por el hemisferio cerebral izquierdo y el derecho. Noté cómo, mientras con uno hacía mis cálculos y me animaba y lo tenía controlado, del otro lado del cráneo surgía una voz, la voz cizañosa de cada maratón, que sugería parar. Podéis creerlo o no. Hay una voz en mi cabeza que me habla más allá del kilómetro treinta y cinco. En una ocasión, ay, me convenció, pero ya no más. Son cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros y basta uno solo caminando para abandonar, bien lo sé.

Milla veintiséis. Voy a lograrlo. Voy fenomenal de tiempo (no peligra ni la victoria de Cherono ni la marca de Kipchoge, ni siquiera la mía de Berlín, pero fenomenal). Un último (y casi único) fuerte repecho tumba a otros con menos determinación. ¿Qué le decimos al Dios de la Derrota? Hoy no.

Levanto los brazos, enseño cuatro dedos, grito, arribaaaaaaa, arribaaaaaa, vamooooooos, vamoooos, y cruzo la meta. Tres horas y cuarenta y nueve minutos. Inesperados. Sorpresivos. Maravillosos.

Doy cinco o seis pasos y empiezo a llorar. Me abrazo con una chica argentina que también llora. Me echo a un lado y vienen a interesarse, lo lamentan pero no puedo quedarme ahí, sigo, cojo agua y vuelvo a llorar, cojo un chocolate y a llorar, cojo un batido y lloro, tengo que dejar de avituallarme o me deshidrataré en llanto cada vez que me acerque a una cara amable que me felicite y se alegre por mí. Más voluntarios nos esperan en fila, sonriendo y aplaudiendo, y choco palmas con todos, thank you, thank you. De los que entregan las medallas elijo a una chica mexicana, pero quiero un abrazo, le digo, y me lo da. Con la medalla lloro, por supuesto. Tardo unos diez minutos en dejar de llorar, realmente no me explico por qué me he desbordado tanto, por qué este pequeño drama, pero ¿sabéis qué os digo?, me gusta que sea así, me gusta seguir sintiendo esto así, y que los sacrificios y los esfuerzos y esta lucha por persistir me conmuevan tanto cuando resultan. Esta emoción incontenida es la que me compensa, la que me motiva a continuar, a ir a por otro. Que será Tokio. Pero ésa será otra historia, otra narración.

Estoy vivo, me siento vivo.

Gracias, Chicago. Gracias, espectadores, gracias, voluntarios. Por ese desprendimiento, por ese calor. Gracias. Como dice Leonardo Mourglia en su vídeo, esta gente nos hace creer que somos héroes. No lo somos, es obvio, pero gracias a ellos por unas horas albergamos la fantasía de que sí. Y eso no tiene precio.

























Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones

Última edición por DoctorSlump o Mar, 26 Xul 2022, 20:58; editado 3 veces
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21/10/08
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Galiza
Respostar citando Envío Sáb, 19 Out 2019, 5:37
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Aplauso gracias por compartir a túa experiencia
corredor101

Maratoniano
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7/04/08
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Respostar citando Envío Sáb, 19 Out 2019, 7:07
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Gracias por la crónica. Me están entrando ganas de correr un major.

Pero no llores, que me vas a hacer llorar a mí también.
anpefi

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Respostar citando Envío Sáb, 19 Out 2019, 7:48
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump

Gracias, again.





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