Mar, 16 Xul 2019, 0:35
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 9. (15 de julio)
Contando hacia atrás y tomando la de la carrera como la semana uno, ésta es la trece. Va tocando empezar ya la preparación específica y ando igual que los sábados por la noche: sin plan. Los que encuentro por Internet no hablan mi idioma, o si lo hablan es para decirme cosas que no quiero oír y menos escuchar. Demasiadas sesiones, distancias excesivas, conciliaciones laborales y sociales imposibles, ritmos desesperantemente lentos. No son para mí.
Creo que voy a seguir la misma rutina de Berlín, Londres y Nueva York: improvisar, protestar, entrenar al margen de lo que recomiendan los manuales, lesionarme, ser desahuciado por profesionales y compañeros, llorar de rabia, preguntar si puedo cancelar la inscripción, decidir no anular nada sólo por si acaso, recuperarme algo, subir el umbral del dolor, hacer la tirada larga fuera de plazo, y de pronto, sin saber muy bien cómo, verme en la salida, llorar de emoción, disfrutar tanto, morder la medalla cuatro horas más tarde, llorar de alegría.
No recomiendo este método a los demás, pero en verdad desconfiaría si no sufriera percances en los tres meses que arrancan.
Fui a rodar, pues, y a falta de criterio técnico y conocimiento llevaba una decidida cara de Filípides, enviando mensajes a cuerpo y mente para que asimilasen adecuadamente el ejercicio bajo la etiqueta #Chicago. Si los músculos tienen memoria, quiero que los míos recuerden cada esfuerzo desde este mismo día y que piensen que estamos inmersos en el maratón. ¡Que no caiga mi sudor en saco roto o en uno más modesto de domingo normal!
Volví por A Rotea, por estirar la ruta, y en las mesas frente a la Tapería Quinteiro se sentaban Tom, Berto y Guille Estrujónez, gruñendo: Carnerro ayer, carnerro hoy y maldición si no carnerro mañana. Uno de los trolls (Marino Jiménez, o su hermano Saúl) se giró inmediatamente a mi paso, alerta como un gato (como uno que pesase un tercio de tonelada), con un gesto amenazador que retiró al desdeñarme como enemigo, un elefante ignorando a un mosquito.
En Amorín, como en Christiania en Copenhague, no es aconsejable correr. Estás mandando señales equívocas.
Regresé a Carregal de Abaixo, donde no te saludan pero tampoco consideran asesinarte, y continué hasta completar diez kilómetros en cincuenta y dos minutos.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones