Mar, 24 Set 2019, 22:01
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 78. (22 de septiembre)
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid...
Por si creíais que no usaría la frase, despejo ya las dudas desde el comienzo.
Aprovechando el lunes festivo para escaparnos, aprovechando la media maratón para rodar acompañado, aprovechando el refranero para situarme, elegí esta ciudad, este río y esta competición para la tirada larga que tanto temía. Y acerté.
No lo tenía tan claro al despertarme el domingo. Pensamientos procrastinadores de todo tipo me arrullaban, proponían dilaciones, aplazamientos. Pero fui.
"Pero fui", las dos palabras que mejor definen la preparación de Chicago. Bien por mí.
Y fui en ayunas, con sólo un café con leche. Calculé exactamente el tiempo que necesitaba
antes de y a las nueve y diez de la mañana me despedí de Montse y empecé a trotar por la margen izquierda del Pisuerga. Las aguas pardas y turbias por las lluvias recientes no invitaban al baño, habrá seguramente días más limpios, imagino, dado que han habilitado una playa fluvial.
En esos nueve kilómetros por mi cuenta observo la fauna. Reman de orilla a orilla algunos traineros, vienen caminantes con perros tranquilos o atados, comparto el terreno con otros corredores que miran extrañados mi dorsal, único participante de una prueba fantasma. En el parque unas anémonas de mar dirigen una orquesta imaginaria: es un grupo de jubilados practicando tai chi, moviendo los brazos muuuy despacito como marionetas oxidadas (realmente lo son), siempre con expresión de trascendencia y pseudociencia milenaria. Una pareja acaricia a un gato al que debo renunciar con pena.
Por fin subo unas escaleras y me dirijo a la calle Miguel Íscar, donde es la salida a las diez en punto. La sincronización ha sido
casi perfecta, prolongo hasta el Museo Casa de Cervantes, regreso y enlazo con el grupo
sin detenerme -importante detalle-, adelanto a los más lentos, me sitúo cómodamente y continúo el entrenamiento, ya no en solitario sino con mil quinientas desconocidos. Me decido a conocer a unos cuantos, los más habladores, los que se ven con ganas de socializar.
Un behobiano debutante, unos vallisoletanos alegres, un fan de Star Wars. Me sumo a una pandilla. Comparamos públicos, me preguntan por la Vig-Bay, imitan a Abel Caballero, les informo de Chicago, me desean suerte. En el kilómetro seis de la carrera, cuando ellos no llevan siquiera un tercio de su distancia, yo voy ya por la mitad de la mía. Animado por esa contabilidad creativa y las sensaciones (todavía) positivas, me despido y acelero ligeramente, sin exagerar el ritmo.
En los giros Montse me dice cosas bonitas. Cerca de la llegada los espectadores aplauden de verdad, el speaker choca las palmas, estupendo, pero son dos vueltas. Falta mucho por andar. En un badén bajo un puente las piernas mandan las primeras señales de dolor, en unos tramos de adoquines es la espalda la que se queja. Va costando. Bebo dos botellines, lo que en mí no es síntoma de sed sino de fatiga. Estreno el otoño deshidratado.
Y si bien tengo claro que hoy voy a poder de una forma u otra con los treinta kilómetros, como antesala del maratón no está resultando muy tranquilizador el ensayo.
Los pucelanos amistosos de hace un par de párrafos me gritan en los cruces, los niños colocan las manos y correspondo yendo hacia ellos de lado a lado. Lo que trace de más es también parte del plan. Aun así el reloj marca mal, o se ha perdido el satélite o se ha perdido la homologación con algún cono despistado: marca
de menos, me quedaré corto... ¡Ahora no quiero que termine! ¡Exijo mi tirada larga completa! Y estos pensamientos rácanos son los que me ayudan y llevan entretenido (y protestando) a la meta.
Veintinueve seiscientos, veintinueve setecientos, veintinueve ochocientos... Cruzo como un loco y al voluntario que levanta la medalla para colgármela le hago la cobra y sigo, ¡eeeeehhhh...!, escucho a mis espaldas, esquivo el carro de la fruta, atropello a los que descansan, ignoro a Montse, salto por encima de un juez, ¿parkour a mis años?, y no paro hasta que leo en la pantalla: treinta kilómetros, dos horas y cuarenta y un minutos.
Ya serenado bebo más agua. Felicito a una chica que entra llorando, charlo con otra mientras nos recuperamos, me encuentro con un madrileño con el que había coincidido en Copenhague, y con Jose de Endeavor... Unos vigueses habituales en las populares gallegas, en cambio, saludaron obligados. Éche o que hai. Ou o que non hai.
El trabajo para Chicago marcha. La tarde pedía siesta y vaselina en las rozaduras. Y a la noche, por no descuidar el otro maratón de Tokio, cenamos en un restaurante japonés. Estás en todas, diréis. Ja. En la revista oficial, entre las fotografías de los patrocinadores y los atletas de los clubs locales, asomaban Bernal y su zangolotino. Eso sí es estar en todas... y dar un poco de miedo.
Dos gigantes
Urueña, Villa del Libro
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones