Lun, 13 Mai 2019, 22:36
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Quinto año del gato. Día 303. (5 de mayo)
Nota: Esta crónica debió haberse escrito antes del partido de vuelta de la Champions.
Mi madre ve la televisión y de ahí saca sus conocimientos de geopolítica. ¡No vayas a esos países!, me dice. ¿A cuáles? A
ésos (la tilde es mía) a los que vas tú, que ocurren cosas en ellos. Esta semana me llamó al trabajo. ¿Dónde estás? En el trabajo. ¡Pues no vayas a Barcelona! Que hay follón allí.
Pero fui, y como apocalipsis resultó una decepción. Ni en los restaurantes me tenía que orinar encima por preguntar en castellano por el lavabo ni nos hicieron un mísero escrache ni asistimos siquiera una pelea a machetazos en el Raval. Y todo brillaba más limpio, ordenado, amable, barato y con menos chinos (aunque con más grafitis) de lo que recordaba.
De modo que, creyendo a la realidad y no a mi madre, nos sentíamos muy a gusto y anduvimos al sol primaveral turisteando un poco, entre pastelerías y edificios modernistas y fuentes en patios interiores y mercados y librerías y músicos en el Gòtic, y el sábado llevamos la bufanda al balonmano en el Palau y entonamos el himno y conté las camisetas con los números retirados para siempre (Barrufet, Epi, Jiménez, Solozábal, Borregán, también Urdangarín...), como espero colgar un día la blanca que sólo pongo en los maratones.
Y en la casa con los propietarios reinaba Claire, una gata de postal que apetecía secuestrar y facturar en Ryanair.
Estábamos por tanto en buena disposición para la carrera del domingo pese al madrugón: la Cursa els 10 Blaus, una prueba modesta, de las muchas que se organizan por distritos, montada por la asociación vecinal con abundancia de entusiasmo y cariño. No éramos demasiados pero con ambiente festivo, de habituales, de conocidos que se saludan por las mañanas comprando el pan, de colectividad. De voluntarios desde el reparto de dorsales hasta el infatigable speaker. Y un lema con juego de palabras: Córrer fa Gràcia. Claro que sí. Hace Gràcia, hace barrio.
Porque Barcelona es un conjunto de barrios, o eso pienso, atravesados por alguna diagonal con japoneses y cámaras de fotos. Barrios llenos de pequeños comercios, de carnicerías y mercerías y papelerías y bares y farmacias y copisterías y colmados. Las tiendas de pueblo, que ya no se encuentran en los pueblos, resisten en las grandes ciudades. Y deambulando por esas calles me parecía habitar dentro de una canción de Gato Pérez.
Con la excepción de un asiático, que estiraba y alargaba los miembros como si su cuerpo no pudiera contenerse a sí mismo y se derramase, el resto de la gente se comportaba con calma y normalidad. Prometía ser una mañana deportivamente tranquila. Desayunamos, sacamos fotos, guardamos la bolsa, charlamos amigablemente, dejamos transcurrir el tiempo, calenté apenas, y nos colocamos en la salida... hacia arriba. Hum, alcancé a decir. Y arrancamos.
Y lo hicimos muy despacio, muy despacio, y comprendí con espanto que la razón de tal parsimonia no era el espíritu olímpico del barón de Coubertin sino el alpinista de Edmund Hillary. Pi i Margall no es una cuesta: es una asíntota vertical. El Garmin, acostumbrado a trabajar con los satélites gallegos y con pendientes a escala humana, había perdido las referencias espaciales y lanzaba datos imposibles. Más de un kilómetro subí y subí, y la frecuencia cardíaca ascendía conmigo.
Los cuatro restantes los empleé en devolver las constantes del organismo a parámetros, si no saludables, compatibles con la vida. Con el resuello justo iba haciendo breves amistades con los compañeros de ruta. ¡Sigue el camino de lazos amarillos! Cruzamos la meta en el cinco mil y volvimos a trepar. Un sherpa nos daba hojas de coca para combatir el mal de altura. A mi lado a Iron Man se le congelaba el exoesqueleto y caía al abismo. Un larguirucho se golpeaba contra el arcoíris. Y Montse marchaba delante y encima.
El público animaba en un idioma absolutamente incomprensible.
Molt bé, Dani!, gritaban al leer mi nombre, quién sabe qué significará. Pero muy pronto fui capaz entender los carteles que por el ocho de marzo proclamaban:
Vaga feminista! Ajá, toma inmersión lingüística acelerada.
Y eso es lo único que aceleré. Terminé a ritmo cansino por debajo de cincuenta y un minutos sin daños permanentes (una breve cojera por el aeropuerto a la noche), que no lo habría asegurado mientras hollábamos las cumbres. Nos felicitamos con otros corredores, y para variar Montse había logrado trofeo en su categoría. Se pasa.
En la entrega de premios la anunciaron como venida de Pontevedra y los espectadores soltaron un oooooooh, somos visitantes exóticos, y nos dieron las gracias por acudir desde tan lejos. Gràcia la que tenéis vosotros, macus. No cambiéis y no permitáis que os gentrifiquen.
Era una chica muy mona
que vivía en Barcelona
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones