Sáb, 12 Mai 2018, 0:43
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Cuarto año del gato. Día 303. (5 de mayo)
Si un ex sacerdote loco te sujeta cuando puedes ganar el maratón de Atenas. Para saludar a tu familia. Por atender a un compañero que se encuentra mal. Si te llamas Pedro Nimo y en lugar de cruzar la línea dedicas la victoria a los donostiarras. Para acariciar un gato. Para darle una patada a un can. Por esperar a tu novia y entrar juntos en Central Park. Si un gemelo se sube y tienes, ay, que estirarlo. Para atarte los cordones. Por aguas menores. Si tropiezas y aterrizas en el suelo. Si te vuela el dorsal. Por aguas mayores. Si un autobús en Vigo no respeta el control. Si es el único modo de avituallarte sin chocar con los demás. Por abrazar a una amiga que ha ido a animarte. Por coger las gominolas que ofrecen los niños. Por un selfie en Londres con el príncipe Guillermo y Kate Middleton. Si te pierdes y preguntas el camino. Si...
Ya lo veis. Hay infinidad de motivos por los que está admitido pararse en una carrera. Y sólo uno es inaceptable: por cansancio.
El miércoles sufrí a un alumno nuevo en Pilates.
¿Y te duelen las rodillas? ¿Y tú corres? ¿Y no puedes hacer este ejercicio? Las cursivas van por el tonillo de desprecio. Con lo que acabé esforzándome demasiado por defender el honor propio y de todos los populares y fracasando en el empeño. La próxima clase mandamos a Mateo en representación.
Y así anduve renqueante el resto de la semana sin decidirme entre las agujetas y la lesión. Hasta el sábado por la tarde en que nos acercamos a Vincios, al campo de fútbol de A Pasaxe. Una prueba como las de antes, dicen. Pues será, cuando empecé en esto ya las conocí con inscripción previa, cronometraje, informática, digitalización, rayos láser, futurismo, y no siento nostalgia por tiempos más artesanales que no viví.
La carrera era como las de antes pero yo soy como los de ahora (aunque ya en los márgenes, sección
puril). El tipo cuadriculado que hay en mí pedía reglamentos, horarios, datos, categorías, circuito, y allí nadie sabía nada. El responsable, Manolo, se movía por la hierba con el micrófono y el peto amarillo. Completaban el decorado una asociación de amigos del tiro con arco en una esquina, una ventanilla donde entregaban los dorsales escritos a bolígrafo, una cantina con cafés y bocadillos. Por el campo y alrededores deambulaban, más que competían, un par de ciclistas ya olvidados de todos, unos traileros despistados, unos cuantos chavales, y muchos perros. Perros de alquiler para que los críos se inicien en el canicross (si ésta es la alternativa de ocio casi prefiero que sigan con sus móviles).
Y en esta fiesta vecinal, ¿del ambiente y la fanfarria qué se ha hecho? ¿Y la orquesta y el jolgorio, do se hallan? ¿Dónde están el yelmo y la coraza, y los luminosos cabellos flotantes? ¿Dónde están la mano en las cuerdas del arpa y el fuego rojo encendido? ¿Dónde están la primavera y la cosecha y la espiga alta que crece?
No todos los días puedes correr la Behobia, lo sé. Trescientos sesenta y cuatro días no puedes (y los años bisiestos uno más), pero el de hoy es uno de los menos behobianos que recuerdo.
Van llegando muy desperdigados los del minitrail, igual de extraviados en la meta que por los montes, según cuentan. Los duatletas beben cerveza en sillas de plástico con cara de interrogante, de no estar muy seguros de haber participado en algo. Los infantiles continúan a lo suyo, indiferentes. Los arqueros convencen a algún aburrido para que pruebe. Los chuchos jadean por el calor, con esa elegancia canina (la lengua colgando, los ojos desorbitados, los belfos caídos, las babas rebosando). Aguardamos. Y en un momento cualquiera, como elegido al azar, Manolo convoca a los del tres mil: una docena exacta. Les explica el recorrido, dos vueltas de un kilómetro y medio. Arrancan.
Los que quedamos parecemos pacientes en la sala de espera del médico, no calentamos ni hacemos cosas de corredores, simplemente estamos allí y discutimos por discutir y pasar el rato. Con nivelazo: una famosa veterana de Baiona niega las instrucciones recién escuchadas, las matemáticas y la educación con esa terquedad impune (no conmigo) de la edad provecta. Señora, nosotros vamos a dar cuatro vueltas, usted haga lo que le salga del chirli.
- ¡Cómo eres!
- Soy.
Charlé con una pareja más razonable, bromeamos con jugarnos el podio (éramos seis entonces, incluyendo un gordito y un septuagenario), y por si acaso troté un poco. Pero llegado nuestro turno fueron apareciendo más rivales de la nada y abandoné las ilusiones. Entre ambos sexos principales sumábamos veintitrés, escasísimos y a la vez demasiados.
Sopló Manolo el silbato y partimos disparados, nueve delante y catorce detrás. Y supe lo que es alcanzar la primera curva en el grupo de cabeza. Y la segunda y la tercera. Qué sensación más halagüeña, como de ser bueno. Habría intentado un exceso añadido de haber habido un fotógrafo para inmortalizarlo. No era el caso e íbamos por debajo de 4'00", insostenible, conque levanté el pie y me retrasé.
Coincidía además con un terreno de piedras, ramas y baches muy adecuado para romperse la crisma. Descendí con soltura, esto es, soltando grititos, uy, ay, uy. Y después una subida que en países más llanos ejercería perfectamente de montaña. Aaaaay, uuuuuy, aaaaay.
Yo cuatro veces bajé, yo cuatro veces subí, y en todas partes dejé memoria amarga de mí. Y no siendo de aplicación ninguno de los casos del párrafo con que inicié este relato, no me paré. Lo que fue un triunfo en sí mismo. Y en el proceso recuperé tres posiciones y ya no cedí ninguna para ser sexto. Y vencedor de mi categoría hipotética. Tengo ya con éste varios trofeos invisibles, que si bien no lucen mucho tampoco ocupan espacio en las estanterías.
Y Montse ganó en mujeres. ¿Por su puesto? Por supuesto.
¿Y el público? Cuando sólo hay un espectador y sólo te aplaude a ti (¡vamos, Doctor!), eso ya no es público sino privado. Gracias, Jose Luis.
Me tomé algo en el bar tranquilamente, por reponer y por colaborar y por escapar de los ladridos. ¡Ven a verlo, es muy bonito! Que no. ¡Ven, de verdad, que vale la pena! Voy, vienen cuatro perros enormes y feroces tirando de un carro, dos de ellos se enzarzan a mordiscos, los otros dos huelen sangre y se apuntan, vuelcan el vehículo, quieren separarlos y no son capaces... Tenías razón, valía la pena asistir al espectáculo por esclarecedor y edificante. Luego no llores cuando atiendas en el hospital a una mujer a la que le han arrancado las piernas.
- ¡Cómo eres!
- Soy.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones