Mar, 05 Set 2017, 20:41
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Cuarto año del gato. Día 58. (2 de septiembre)
Boimorto y Moraña son localidades con más corredores que habitantes. Tienen una población flotante de deportistas que no pueden absorber y que está expulsando a los paisanos y disparando el precio de las zapatillas. Salvemos Venecia, Dubrovnik, Barcelona, Praga, pero no nos olvidemos de estas aldeas al borde del colapso con cien empadronados y cuatrocientos federados.
Sin entrenar y algo enfermo, así es como me gusta ir a las carreras: si salen mal hay disculpa, si salen bien hay doble mérito. Siempre gano. Suelen salir bien, además. En el juego psicológico que es casi todo cuando escasean las fuerzas, me noto reforzado con los elementos en contra y voy con ánimo de demostrar (¿qué y a quién?). Esas ansias, aclaro, vienen in situ, que uno se planta allí dispuesto a vivir en el furgón de cola y sobrellevar la flojera. Mas el hombre propone y los archienemigos disponen.
César peleaba con niños y padres y con el micrófono. Nos reencontramos con parte de la gente del Atenas y con los infatigables chicos del Where is the chándal? Son clubes en el sentido natural del término, no menos participativos por no sangrar las arcas públicas. También saludamos a Sanmikel, Maseda, Gefreiter, y ya de ahí al fondo sólo se veían las blancas camisetas locales. Mientras este trío rodaba me agaché, sacrificando las rodillas, a jugar con un gato. Estuvimos largo tiempo socializando hasta que se marchó y comencé a calentar. Sin sudar siquiera.
Arrancamos puntuales y lo tomé con tranquilidad, saboreando los aplausos. Pero en seguida consideré inaceptable ir detrás de Homedenejro (sic) y aceleré un poco. Ídem com Extremeñeiro. Pasé a Orion764 (¿de verdad no había libre niguno de los anteriores setecientos sesenta y tres oriones). Y lo mismo con Nando. No quedaba nadie más apetitoso al alcance (la caza mayor era demasiado veloz) pero el mal ya estaba hecho. Y como me encontraba a gusto, seguí con esa alegría.
Dejamos el asfalto y nos metimos por senderos de tierra entre árboles. Cuidando la pisada bajé algo el ritmo, por el terreno irregular y por las subidas, pero las sensaciones eran estupendas. El recorrido era precioso, con túneles formados por las ramas, túneles en los que penetrábamos como en un cuento de hadas. Al fondo no aguardaba la casa de chocolate sino equipos de música para animar. Una señora nos miraba desde las fincas como a unos locos inofensivos (aunque agarraba el azadón por si acaso). El resto de los espectadores se volcaban con nosotros.
Iba sorprendentemente bien. Ambicioso. Decidía adelantar a alguien y lo adelantaba, así de fácil. Con simplemente haber decidido adelantar al primero habria ganado; no se me ocurrió. Con zancadas seguras, sin síntomas de agotamiento, de menos a más. Disfrutando.
Y de pronto el que me precedía suelta un regüeldo sonoro y sólido, y se alza ante mis ojos una nube tóxica que se podia cortar con cuchillo, una vaharada con la que choco, que me atropella, un olor visible y espeso con tropezones de caldos, berzas, chorizos, habichuelas. Me desmayé cinco minutos. (Por eso en la clasificación no se refleja lo mucho que apuré).
Igual que en carretera mantengo la distancia prudencial con un coche que da bandazos, me pensé mucho lo de volver a acercarme a aquel puchero con piernas. Pasé por fin a Eructitos y después a Esputos, y a Sudoroso. No coincidí con Ventosidades.
Sí, disfrutando pese a todo, corriendo con fluidez pese a tanto fluido.
Y ya en la cuesta que acababa en la meta, espoleado por Cova, ataqué al último boimortense a mano y cruzamos en un sprint que se resolvió a mi favor. No era el día de perder duelos, sólo el aliento, y César al entrevistar tuvo que repetir mis palabras porque apenas hablaba.
Montse, reivindicando la teoría del buen rendimiento tras enfermedad e inactividad, quedó vencedora en su categoría, otra copa para casa. Para los Archienemigos Team, que también es club aunque no esté registrado: si lo nombro, existe.
Y luego los pinchos, y los regalos, y los trofeos (básicamente Óscar y yo fuimos los únicos sin uno), y la cena, y los gatos estresados de O Pino, y hasta el domingo por la tarde de churrasco, vermut gallego y gominolas. ¡Gracias!
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones