Lun, 01 Out 2018, 22:26
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Quinto año del gato. Día 86. (30 de septiembre)
Parece que estuviera añorando las viejas carreras. He vuelto a la de Baiona después de siete años, los mismos que cumplía la anterior milla en O Porriño, y seis llevaba sin acercarme a Aios. Y Nueva York, medio siglo.
No teniendo sentido de la orientación ni memoria fotográfica, los recuerdos que guardo de las pruebas son nulos, o escasos y de impresiones muy generales. Si pensaba en Aios (que no suelo) visualizaba una bajada, una playa y una subida infernal, y también a David Couselo y Gael. Para todo lo demás, Google Maps.
Allí llegamos, se nos unió Quinso, echamos una mirada espantada a la recta de meta y nos fuimos a buscar un bar. Tarea esta que nos ocupó el tiempo y pospuso el rodaje complementario.
Sesenta y cuatro éramos. Atraídos por los premios habían acudido justamente tres galgos de cada sexo (dos, en eso y en otras cosas soy clásico), y luego algún podenco contado; el resto, contingentes, de los que quedamos siempre detrás para que los ganadores puedan quedar delante.
Y Bernal. Que le decía a un pupilo: ¡Éste es
el Doctor Slump! Lo pronunciaba en cursiva desde el artículo. Y el chaval me examinaba y no encontraba motivo de asombro. Y Jesús llamaba a los fieles: ¡Venid a sacaros una foto que está aquí
el Doctor Slump!, y venían, que nadie le niega un posado a este hombre, mas no se desmayaban de emoción ni me pedían autógrafos.
Arrancamos y tras un repechito empezó a descender el primer kilómetro. Y aunque los santos ayuden las piernas hay que moverlas igualmente y no debemos lanzarnos como si no hubiera un mañana. (Que lo hubo, puesto que escribo esto al día siguiente). A la derecha, la niebla. Y muy probablemente la playa, no puedo asegurarlo. Era una niebla capaz de engullirse el océano entero.
La alfombrilla anunciaba el comienzo de la cronoescalada. Bastante tenía con sobrevivir a la pendiente como para ponerme a esprintar. No caminé por no matar un gatito. Bembrive, Randufe, Vite, Campañó, Miracruz y Gaintxurizketa, Toroña, San Francisco, enero, invoqué el espíritu de las grandes cuestas. Los pocos espectadores animaban. Suspirando sonoramente alcancé la cima. Aios, oías ayes.
Y por fin terreno apto para humanos que aproveché para alejar el infarto. Esperaba otro muro y con temor reverencial fui reservando, reservando, reservando, hasta que pregunté: ah, si sólo había un tramito más, duro pero corto. De modo que aceleré, di buena cuenta de algún rival que pasaba por allí y calculé la probabilidad de éxito de atrapar a Quinso. Bah, no valía la pena por despreciable. La probabilidad.
Tomé una curva, alcé la vista, la alcé más, seguí alzándola. Se me escapó un ¡jodeeer! y hubo risas. No quisiera exagerar pero era un desnivel de por lo menos setenta grados. ¡Sí, hala, cien! ¿Tú crees? Pues cien. Era la madre de todas las elevaciones, el ocho mil de las montañas de asfalto, la cumbre de las cumbres. Aproveché las huellas de las pisadas del Yeti para apoyarme y coger impulso. Las nieves perpetuas reflejaban el sol y nos quemaban el rostro. El aire enrarecido por la altura causaba estragos en mis compañeros; a mí me fue mejor, acostumbrado como estoy a entrenar en Carregal (ése sí es un ambiente enrarecido), y me salvé.
Y aun así terminé en 4'49". Excelente. Excelente. Consulto la clasificación: séptimo en mi categoría... de ocho. Ay, Aios, ay. Es dura la vida del corredor popular en Galicia.
Montse, para variar, en el pódium. Una chica la saluda, jo, qué mal, creo que fui la última, no importa, lo bonito es participar y bla bla bla. Trofeo también, segunda en su franja. Corrijo: es muy dura la vida del corredor popular masculino en Galicia.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones