Xov, 08 Mar 2018, 1:53
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Cuarto año del gato. Día 240. (3 de marzo)
Como un gato que renuncia a la seguridad del sofá y marcha en busca de aventuras y regresa maltrecho y magullado, así abandoné la zona de confort de los domingos y me dio por acudir a pruebas diferentes los sábados. Y volví con una oreja mordida, el bigote caído, un diente de menos.
¡Último!
¿Qué, fuiste a alguna carrera el fin de semana? Sí. ¿Y qué tal? Último. Noooo, pobre...
Triste y derrotado, el último mohíno.
Lo complicado de una contrarreloj por equipos es igualar los ritmos. No para correr juntos, que también, sino para organizarla. Entenderse con los gemelos agotaría a Job en uno de sus mejores días, y yo en cuestión de paciencia soy lo opuesto a este santo (soy su santónimo). Ritmos distintos, modos de llevar las cosas. Con antelación, consensuadas, sin urgencias... o a su estilo.
Alegres tiempos de caos se avecinaban. ¡Pues no! De esta mezcla de nervio y calma, previsión e impuntualidad, salió un grupo uniformado, abanderado y gatuno que era un primor. También el más lento, es cierto. Cada uno es como Dios le hizo y aún peor muchas veces.
Llovía, llovía y en los intervalos llovía. Llegamos empapados al centro comercial. Mientras intentábamos sacarnos una foto de los seis, que siempre faltaba alguno, me entretuvo el paisanaje de este país sin remedio. Un pariente cercano (nunca se está lo bastante lejos de ellos) me pregunta qué mariconada reivindicamos hoy. Un compañero me dice, con otras palabras, que soy tonto por pagar a un touroperador para Nueva York con lo fácil que es hacer trampas.
...
Y diez. Ya.
Saludamos a Meiga, Sanmikel, Sonsuso, Beauvais. Y por aquí y por allí tanto nos alertan de lo peligroso del trazado que me doy por descalabrado antes de empezar. Calentamos un poco, vemos cómo arrancan los anfitriones, las mujeres, los mixtos, y nos dirigimos a la rampa. Qué emoción. En el monitor aparecen nuestros nombres, los canta el speaker, nos ponen la cuenta atrás. Como en televisión, qué bonito. Tres, dos, uno... ¡go! Y bajamos y se me ocurre en ese preciso momento que no hemos hablado de cómo correr, quién en cabeza, a qué velocidad, si en falange griega, formación de tortuga, fila india o sálvese quien pueda.
Vamos con las zapatillas metidas en agua hasta los tobillos, eso ya no es charco sino pleamar, canal holandés, acqua alta veneciana, arrozal filipino. Inmediatamente pierdo el miedo a caer: es imposible resbalar cuando ya estás nadando. Es más probable que nos pique una faneca. Me acuerdo de Copenhague.
Chof, chof. Guillermo y Cristóbal llevan la bandera y -se nota que eso tampoco se había preestablecido- casi intentan pasar una farola por ambos lados simultáneamente. Hasta que el segundo sufre un pinchazo en las zapatillas y el hermano se retrasa para reincoporarlo, cuánto daño causaron esas tardes de ciclismo en la 2. Nos turnamos de porteadores y damos voces. ¿Estamos bien? ¿Equipo? ¡Uno para todos y todos para uno!, d'Artagnan y los cinco mosqueteros.
María se desgañita entre el público. Moncho se para en plena competición a explicarle a un hombre que está molestando en mitad de la pista y ni así se va.
Unodostrescuatrocincoseissieteochonuevediez. Respira hondo.
Nos adelantan los Lóstregos Coiotes y los Castrelos 20:30 C, esto es, el filial del filial. Los realmente rápidos, los titulares, han partido con varios minutos de retraso y nos ahorramos el atropello por los pelos. Mantenemos el promedio y en el quinto kilómetro nos animamos a un modesto sprint, un pequeño paso para los Grumpy Cats pero un gran salto para Isaías, que cruza la meta contento, expansivo, cariñoso incluso. Montse y yo cerramos el sexteto mostrando el estandarte. ¡Gracias, chicos! Satisfechos y felices (y aliviados por el éxito) nos abrazamos, eso sí, desorganizadamente.
Ha sido muy divertido. A repetir. Breve, no sé si por ello dos veces bueno. Lástima de lluvia. Huimos al coche. Mis pies están arrugados, blancos y fríos como algo asqueroso que imaginéis, como cuando usábamos katiuskas de pequeños antes de que la Convención de Ginebra las prohibiese. Y nos fuimos a tomar unos pinchos y unos bocadillas de jamón al eterno O Porco.
Y al comprobar las clasificaciones, lo sospechado: éramos los últimos en equipos masculinos. Apunto en la hoja de Excel, puesto veintisiete de veintisiete. Ya nunca más podré ofenderme, que por supuesto que yo no, que por favor, que cómo piensas que. He sido desflorado. Mi primer suspenso en el instituto, mi primera multa de tráfico. Tic tac, tic tac, hola, primer tacto rectal.
Pero hay un consuelo, y es que quedamos últimos pero
no llegamos los últimos. Por el orden de inicio, bendito baremo. No, no es lo mismo. No recibimos los aplausos paternalistas del furgón de cola. Nadie nos apremió. No sentimos, menos mal, el aliento en el cogote del legendario chimpín asesino de Vilagarcía.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones