Mar, 27 Feb 2018, 1:35
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Cuarto año del gato. Día 233. (24 de febrero)
Si en una conversación normal lo que va antes del
pero no sirve, a un trailero únicamente hay que hacerle caso después del
excepto.
- ¡Síííí, de verdad, se puede correr todo!
- ¿Todo? ¿Todo? ¿Seguro?
- ¡Que sí...! Bueno, excepto una parte.
Me dejé convencer, porque en la variedad está la diversión y en la variación está la diversidad, confiando en que el excepto fuese pequeñito. Y las reclamaciones, de haberlas, al maestro armero, es decir, Lihto.
Fui animado y escéptico a la vez, un equilibrio dinámico que suelo cultivar. Con ganas pero ya contando con la jaimitada. Los pruebas de monte son como ese amigo torpe que sabes que en algún momento va a meter la pata. Y da igual que sean sencillos, asequibles, rápidos, bonitos, para todos los niveles: es condición indispensable, parecería, poner como mínimo una tontería en el medio. Cuerda que agarrar, agua hasta el cuello, cortafuegos, rocas a escalar, playa con arena blanda, cepo para osos. En este caso fue un absurdo puente con atasco.
Y acudí con la linterna y muy abrigado como en los rodajes por Carregal a horas intempestivas (¿existen las tempestivas?), quizás por asociación. El foco, cuya potencia ha sido exagerada en este diario, había decidido mostrarse tímido en su estreno en sociedad y sólo funcionaban las luces laterales. Suficientes. Nos situamos entre el grupo en la salida en A Illa das Esculturas y apunté al suelo para no molestar.
Arrancamos y tardé un rato en coger ritmo, vigilando dónde pisaba las zapatillas y cómo alumbrarlas, momentos que aprovecharon los duchos para rebasarme por derecha, izquierda y arriba, y no por debajo por ir arrastrando los pies y faltar sitio. Pronto confirmé que el suelo era firme y ya enderecé el rumbo. Con prudencia, que no era éste mi terreno. Y no ayudó escuchar comentar al lado que no valía la pena apurar porque pronto nos quedaríamos bloqueados.
Hice así cuatro kilómetros enfurruñado, esperando una trampa en cada curva, imaginando obstáculos insalvables, anticipando el fin de la fiesta. Tenso como cuando en la carretera colocan la señal de peligro indefinido y no sé qué monstruo vendrá a verme.
El monstruo era un paso estrecho. Un puente de madera en el que había que guardar cola. Qué bien, ¿eh? Cinco minutos ahí quietos. Como nadie protestaba escandalizado y la gente estaba incluso contenta y alegre, consideré si sería una de esas parafilias, como las de quienes leen a Jorge Bucay o ríen a Pablo Motos. Desde el respeto siempre.
Cumplido pues el ritual, interrumpida tan ingeniosamente la carrera, ganada la compostelana trailera, éramos de nuevo libres de correr a meta. ¡Gracias!
Sin prisas, compartí tramo con un veterano de Cambados hasta que se lesionó. Por miedo a perderme tomé a una pareja de referencia y marché detrás. Para mi sorpresa les dio por meterse en Pasarón, que llegué a pensar si no irían al baño y yo con ellos, pero no, ésa era la ruta. Enrevesada. Por las gradas zigzagueando. ¡Mis rodillas! Subía los escalones a base de cuádriceps, con ángulos de noventa grados en las piernas, estilo majorette. Salimos del estadio, giramos por pasarelas, entramos en Pontevedra.
Empecé a adelantar chicas. Llevaba el frontal en una mano, contra la semántica. Las dos bombillas menores se bastaban para espantar las tinieblas, oh frasco de Galadriel tuerto. Precedido por el haz luminoso, en cada puesto que recuperaba aportaba, aunque fuera por unos segundos, mi cuota a la visibilización de las mujeres.
En la zona vieja detesté las escaleras y disfruté del público, palmeé con los niños, aplaudí, y me frené en seco para darle un abrazo a Jullit -alguien la recordará-, y seguí con ciertas dificultades las indicaciones de los voluntarios. Iba solo intentando no descolgarme definitivamente de uno que divisaba a lo lejos y hacía de guía.
Y casi sin querer me encontré en la plaza de toros. ¿Ya? Crucé la línea, una fotógrafa disparaba, me acerqué y la achuché (no por nada, era Amina), Terio se acercó y no nos achuchó pero me entrevistó, y estaba yo satisfecho, orondo y esponjado de mi gran carrera, orgulloso de mi 1:14' (parada forzosa incluida), cuando vi a Moncho sentado como un Buda, mirándome con una sonrisilla burlona. Poniéndome en mi sitio. Y sin embargo. Contento y sin rencores hacia Lihto, que mintió (o calló) lo justo, lo que refleja el convenio: el que avisa no es trailero.
La noche continuaría de cena con carcajadas y terrible servicio (si muy grave es que España sea un país de camareros, peor es aún que lo sea de pésimos camareros) y unos gin tonics con el ambientazo en las calles.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones