Sáb, 06 Xan 2018, 23:38
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Cuarto año del gato. Día 178. (31 de diciembre)
Con lo que me gusta el jaleo es curioso que todavía no hubiese hecho la Vallecana. Nunca coincidía bien. Son fechas para estar en familia, si por
familia entendemos marchar lejos de casa a la playa. Esta vez cuadramos el regreso por la capital para aprovechar, ir al teatro, callejear, comer porras, asaltar la Fnac y sacarnos la espina.
Al recoger los dorsales la víspera nos sometieron a un chequeo de la marca y la documentación meticuloso y desconfiado hasta la irritación, incluyendo insinuaciones de falsificación. Ya me preparaba para la exploración rectal cuando nos aprobaron la solicitud. Un cuarto de hora después pudimos huir con la camiseta de manga larga, la pulsera y el honor intacto.
El domingo subimos (¿bajamos?) al metro y nos dirigimos a la zona de la salida. En los vagones la mayoría de los pasajeros iban también a participar. Cuarenta y dos mil inscritos, un número indeterminado de gorrones que saltan las vallas y se suman, ambiente de prueba grande, tráfico cortado desde el día anterior, retransmisión en directo... y aun así la ciudad no
huele a carrera. Huele a Cortylandia, a prisas, a fotos en la Puerta del Sol, a compras. Lavapiés, donde tenemos el alojamiento, a restaurante hindú cutre. Y la partida, junto al Bernabeu, cuyo palco es el centro neurálgico reconocido de la corrupción en España, y por tanto de Europa, a podrido y rancio.
Llegamos allí siguiendo la marea celeste, que era el color de esta edición. Soplaba un viento helado y no había ningún local para un café previo. Calentamos por no quedarnos congelados y nos metimos en nuestro cajón, en la oleada inicial de los populares. La élite vendría más tarde y nos la perdimos buscando un sitio para cenar.
Mientras aguardábamos comenzaron con la música, los speakers, las conexiones con las cadenas de televisión, los mensajes de euforia, los dedos al cielo, las entrevistas. La parafernalia que me entona, la salsa picante. Yo ya estaba brincando. Y con puntualidad iniciaron la cuenta atrás en las pantallas, los famosos cantaban: Marc Gasol, ¡nueve!, Gómez Noya, ¡ocho!, Mireia Belmonte, ¡siete!, Sergio Ramos, ¡quince!... Y en lo más alto, en el punto álgido, ahí precisamente, empieza a llover. Un jarro de agua fría literal.
Arrancamos. Creo que jamás he corrido con tanta gente a mi alrededor. Dejé a Montse e intenté llevar un ritmo constante como buenamente podía, unirme quizás a los globos de cuarenta y cinco minutos, pero era imposible. Más preocupado de no caer que de apurar, con las gafas mojadas, anocheciendo, encajonado, era un topo cegato alineado por despiste en una fila de lemmings suicidas que se lanzaban descendiendo.
Está claro que Rousseau se equivocaba: el hombre es malo por naturaleza. Delante de mí un tipo cruza la carretera sin mirar, con las manos en los bolsillos, pachorrento. No pretendía atravesar con cuidado, no, él iba con desprecio consciente, demostrando que le importábamos una mierda. Lástima de las leyes físicas que no permiten la coexistencia de dos objetos en el mismo espacio. Se dio de bruces con el primero que pasó, y ofendido y con más que decir se plantó abierto de piernas y brazos a insultar al torpe y su progenie, y los demás esquivándole a duras penas. Hasta que otro, no tan tolerante, le clavó el codo en la espalda intencionadamente. Lo sé porque era yo.
Fue el único incidente. El público animaba desde los laterales, aunque no podía verlo por miopía y riesgo de atropello. Atendía sólo a los tobillos cercanos. Si levantaba la cabeza el mundo era azul, miles y miles de pitufos. Por fin, según transcurría el tiempo, la densidad del grupo disminuyó. Se formaron huecos por los que respirar, vías de escape. Los compañeros se individualizaron y adquirieron rostros. Quise encontrar archirrivales pero todos vestían igual, no los distinguía. Éramos como extras digitalizados en una película moderna de acción, o una serie de repeticiones de Escher. Por ello, porque eran más escasas y por otras virtudes que las adornan, me centré en las chicas.
Error. Cómo van aquí las mujeres. Me adelantaban y abandonaban. Más rápidas, más regulares, más competitivas, más fuertes. Venían de atrás y se habían dosificado mejor. Fue una masacre. Me derrotaron en cada uno de los duelos imaginarios, sin excepción. Por decenas. Quizás era una invasión de nórdicas o es que en la meseta se las gastan así. Asustadito.
La cuesta interminable del kilómetro ocho fue el último clavo en mi autoestima. Sufrí bastante, bastante, bastante. Tres bastantes son bastantes bastantes. Alguna idea de echar el pie a tierra me rondó, simplemente rondó. Y el tramo final, más desahogado y con los espectadores volcados, fiestón deslucido por las inclemencias, sirvió si no para recuperar fuerzas sí para acabar al menos en menos (menos por menos es más) de cuarenta y ocho.
Evalué los daños: sangre, sudor y lágrimas. Sangre en los pezones por la camiseta nueva, sudor porque me entrego, lágrimas las del que recibió el codazo. Lágrimas que se perderán en la lluvia. Es hora de morir, 2017.
Un año en el que ha habido de todo, como en botica o en el Lidl. Un año en el que, allá por agosto, creíamos que llamar a la prensa e inventarse noticias y hacer trampas era lo peor que podíamos esperar de un colega de afición. Inocentes.
Tengo importantes planes para 2018. Tras el maratón de Londres, la Behobia, la Course de l'Escalade y la San Silvestre de Madrid, sólo se me ocurre una carrera que esté al nivel. Sí,
ésa en la que estáis pensando.
Viajar es la única cosa que pagas y te hace más rico.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones
Última edición por DoctorSlump o Lun, 08 Xan 2018, 21:36; editado 1 vez