Mar, 21 Nov 2017, 2:25
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Cuarto año del gato. Día 136. (19 de noviembre)[i]
Este año, por una vez, esperaba con ilusión la cita en Ourense.
Me explico.
El entrenador no quiere que compita mientras sigo renqueante, ni aun prometiendo ir despacio, que lo voy, pues dice que el ambiente y la gente enmascaran las sensaciones y me impiden valorar correctamente las lesiones.
- Es verdad. ¿Pero y si pudiera encontrar una carrera en la que no hubiera peligro de dejarme llevar por el calor de la gente, una en la que no me venga arriba, una tan poco emocionante como pegar sellos, tan aburrida como una partida de ajedrez por la radio, tan sosa como tomar arroz integral sin sal estando resfriado?
- ¡No existe una carrera así!
Conque fui a ésta.
Y sí que hallé ajetreos y prisas y alborotos. En la previa.
Todos esos elogios desmesurados a la San Martiño, alharacas y perifollos (no sé pero suena bien), la cuenta atrás para el día D, etcétera, tanta historia y la mañana en cuestión los gemelos Wifredo y Asdrúbal se quedan dormidos y el recado sin cumplir. Idas y venidas, el coche que no abre, el bar que no se presta a cuidar de la mochila, el guardarropa al que no acudo por no tener acreditación, móviles que no funcionan fuera de casa. Cordones umbilicales sin cortar, y ya están talluditos. En resumen: de nuevo salí al final del pelotón y, perdidos entre la multitud, Moncho y Caranquexo acabaron corriendo sin dorsal (el papelito en el pecho, no la inscripción) y un servidor con tres colgando de la cintura cual falda hawaiana. Lo explico por si veis alguna foto rara. De otros indocumentados no respondo.
Y mientras esperaba (en vano) a que se resolviese la logística, pasaban al trote conocidos y ajenos, once mil según la organización y tres mil según la policía de Championchip. Por los altavoces entrevistaban a Alejandro Blanco, presidente del COE e inolvidable alcaide de “Cadena perpetua”. Me acerqué casi de casualidad a la fotoquedada, que me pilló despistado mirando hacia Cuenca. Por allí andaban Meiga, Nóvoa, Carlitos, o los Superchamorristas Amina y Jose. Yo, aturullado (palabro que creía gallego), no atinaba ni a saludar ni a poner los imperdibles. Lo de calentar y eso, ya si tal la semana próxima.
Arrancamos, cada uno con sus objetivos, urgencias o pachorras. Obedeciendo instrucciones, simplemente pretendía atender al cuerpo (al mío), hacer un entreno acompañado. Rodar: ¡silencio, se rueda! Los espectadores, infinitamente respetuosos, guardaron un mutismo absoluto. Qué público entendido. Qué fabulosa transformación. ¿Quién reconocería en estos vecinos a los mismos que tosen en el teatro, hablan en el cine, gritan sus conversaciones al teléfono, comparten generosamente las pataletas de sus hijos o tocan el volumen del televisor hasta que retumban las paredes?
Escuché. Todo lo escuché. Escuché a los insectos en sus mil rituales, oí crecer la hierba. El menor de los sonidos llegaba con claridad a la caja timpánica amplificado por la acústica de los adoquines, rebotado por el muro de personas volvía aumentado a nosotros, hipertrofiados murciélagos pedestres. El cri cri ci de mis rodillas, el crunch crunch del tobillo, el fsssssss de los cartílagos disolviéndose como una aspirina, el rac rac raaac de la cadera al raspar. La sangre circulaba por las arterias con un glu glu rítmico. Bum bum bum, mi corazón, que es un músculo sano pero necesita amor. Era la la sinfonía de la vida abriéndose camino.
Y en el kilómetro dos, de pronto, plas plas, un ruido extraño, novedoso, intranquilizador, que no identifiqué. ¡Algo grave, seguro! ¿Una piedra en el riñón? ¿La próstata? ¿Qué, qué? Era un antisocial aplaudiendo. Dónde vamos a parar.
Fue una excepción. Miradas de cristal bajo el saxo envueltas, perfecciones en los rizos, sus gargantas secas, fiesta de los maniquíes, no los toques, por favor. Pasaba el tiempo lentamente. La espalda me molestaba moderadamente. O estoy mejor o he vuelto a subir el umbral del dolor. Si continúo elevándolo con esta facilidad, llegará un momento en que me convierta en un ser virtualmente indestructible.
Ya no faltaba mucho. Quité los dos dorsales suplementarios para no alarmar a los jueces y me pinché con un imperdible. Como la Bella Durmiente con el huso de la rueca. La quietud soporífera de tarde de sofá en que nos movíamos invitaba al sueño de cien años. Empezaba a cabecear. Habría seguido al mismo ritmo relajado y autoconsciente hasta la meta de no ser por la irrupción de orion764. Reciente maratoniano, estaba descubriendo en ese instante los beneficios del ejercicio aeróbico y probándolos conmigo. Un archienemigo inesperado, normalmente un equipo modesto que da la sorpresa durante algunas jornadas y termina retornando a su hábitat natural... pero ¿y si Gonzalo era un Leicester, un Montpellier? Lo entretuve preguntándole por Budapest y comprobé alarmado que le sobraban fuerzas para responderme, contestar a los familiares y aumentar la velocidad.
Aumentó, aumentó, y no fue fácil aguantar su paso y guardar un último empujón para entrar delante, y aún menos hacerlo con cara de no darle importancia. No resultó muy convincente: habíamos cruzado el puente medieval como dos locos.
Allí aguardaban Moncho, los gemelos, PequeñaCriatura, con los que comeríamos (primer plato, segundo plato, bebida, café, y de postre caldo, toma innovación, Ferran Adrià) en cuanto pudimos escapar de la encerrona de humanidad sudorosa, que no es menos molesta porque no sea criticada como la de Santiago.
Mientras, en otras zonas de la carrera se disputaban otras peleas. Si no se me informa de ello con anterioridad no me parece justo que después se haga mofa y befa por quién corrió más. ¡Niego la mayor! Yo gané mi duelo y no sufrí demasiado, estoy satisfecho. Y en cualquier caso si ha de haber un héroe este domingo será Chamorro, tres horas y media en Valencia. Más Superchamorrista que ninguno.
En el espacio nadie puede oír tus gritos. En la San Martiño no oirás los suyos.
(Algún nombre ha sido cambiado para preservar la identidad de los impuntuales).
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones