Ven, 17 Nov 2017, 1:40
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Cuarto año del gato. Día 129. (12 de noviembre)
He visto cómo te miran y yo te miro mejor.
Según Laurence Sterne, la mejor manera de empezar una crónica es escribir la primera frase confiando en Dios Todopoderoso para poder escribir la segunda.
Porque... ¿qué me queda nuevo por contar de la Behobia después de siete ediciones? Y el siete en este caso no es número cabalístico sino sólo el que precede al ocho: ya está apuntada en el calendario de gatitos la próxima visita a Donostia dentro de doce meses. Como los niños que no se cansan de escuchar una y otra vez el mismo relato, yo tampoco me aburro de ir cada noviembre. No se ha perdido la magia, no me he desenamorado.
Nada nuevo pero siempre con novedades, con compañeros de estreno que vienen a comprobar en persona si es tan fiero el león. Repetimos coche con Juan y Lihto, y en Donostia nos citamos con Amina, Jose, Canido y Rubén. Cambiamos de pensión, se trasladó la feria de Anoeta al Kursaal y olvidamos las empanadillas. Por lo demás mantuvimos costumbres, reencuentros, horarios, paseos por la Concha, pintxos por la Parte Vieja y hasta el mismo restaurante el sábado. Subimos al Monte Igeldo, sacamos fotos y vigilamos el cielo, que la lluvia norteña es fría e incómoda y me preocupaba la impresión que se llevarían los debutantes. Sé lo que pensáis y es cierto: soy majo.
Y entre las conversaciones normales y recurrentes en los bares (dónde acaba el ibuprofeno y empieza la droga, si los perros no me gustan únicamente porque muerden, ladran, amenazan y persiguen o tengo alguna razón válida, si créeis que “Dirty Dancing” es una película romántica o softcore) nacían los inevitables piques en víspera de carrera, que en función de los zuritos consumidos eran suaves (por ser festiva) o enconados (por elegir el cajón inicial con o sin archirrivales).
Descarté mi dorsal rojo y opté por el azul, que es menos de lo que merecí en el pasado pero más de lo que alcanzo en el presente, para ir con Juan y Montse. Y por hacer de guía, si por guía entendemos payaso, fui a un bazar a comprar unos globos. Los de helio no por ser dopaje tecnológico, otros por muy grandes, y entonces encontré una bolsa con el número siete impreso, éstos serán, siete como mis participaciones, y las chicas hicieron ooooh qué bonito, era una de esas raras ocasiones en que sin querer resplandezco como un gusiluz. Montse, Maitane y Laura me pusieron ojitos, hasta la china de la tienda puso ojitos, si bien los suyos era rasgados e indescifrables.
Y ale hop, ya es domingo en Irún (o abrevio así o nos dan las uvas). Desayunados, transportados en tren, vestidos con nuestros plásticos impermeables de colores, el grupo reunido. Si huele a Reflex, soy yo. El día estaba fresco, recién horneado, perfecto para correr y para disfrutar. Nos acercamos a la salida y aplaudimos, saltamos, bailamos desde los Ramones hasta Luis Fonsi, que es pasar del hey-ho al dee-wye. Y con los globos en las orejas capté la atención de un cámara y me entrevistaron junto al arco. Arbeloa y Xabi Alonso palidecían de rabia a unos metros.
Fueron partiendo los de las sillas de ruedas, los patinadores, la élite. Álex Otero, Roberto, el morañés Manolo, y a su debida hora Jose, Lihto y Amina, emocionada. Y sentí envidia porque aquélla era su primera Behobia. Lau, hiru, bi, bat. ¡Suerteeee! Al rato fue nuestro turno. El cajón azul lo encabezaba María brincando, siempre sonriente, y nos unimos a ella. ¡Vamos, vamos! Eran cerca de las once y arrancábamos.
La carrera, ay, se convirtió pronto en una batalla entre las fuerzas de la luz y la oscuridad, las endorfinas y el cortisol, el goce y el sufrimiento. Iba feliz, devolviendo palmas, tan contento de estar otro año más por esas carreteras, recibiendo el calor del público, y al mismo tiempo no podía ignorar el dolor que irradiaba de la espalda al sacro y que hacía penosa cada zancada. Pero los niños se reían al verme, todos me llamaban por el nombre, y no hay achaque que pueda con miles de personas animándote, gritándote aúpa Dani, no hay condromalacia que no se olvide cuando una joven te suelta un ¡pero qué salao que eres!, cuando te tratan como a una estrella y te lo crees porque transmiten amor.
Ventas, Gaintxurizketa, el pirata y su familia, y ya habíamos llegado al kilómetro diez. Tan fácil es correr aquí. No importan las cuestas, no importan las molestias. Triunfando con los globos, qué tontería, qué bien. Qué buen humor, me dicen, y uno me da la enhorabuena por el cumpleaños y otro me pregunta si he tenido gemelos. Y para entonces ya sé que voy a conseguir terminar, que las dudas y los problemas de estas semanas han quedado atrás, o quizás me aguardan más tarde, lo que es seguro es que no me van a impedir completar esta Behobia. Tengo un acuerdo con los espectadores. Yo no soy yo y mis circunstancias, aquí yo soy ellos.
En Errenteria me elevé. Fui flotando, sin pisar el suelo, ingrávido, como en un sueño. Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí, pero Juan no. Al girar la cabeza sólo veía los plásticos hinchados de aire, plop, plop, amarillo el de la derecha, rosa el de la izquierda, y el número en ellos agitándose. Ya me alcanzará, supuse. Y en Capuchinos, con la gente empujándonos para que no decayéramos en el repecho, vamos Dani, aúpa Dani, vamos valiente, me atraganté y subí llorando y adelantando con mis globos de siete leguas.
No me preocupaba de ritmos o marcas, sólo de aprovechar, de festejar, de corresponder. La carretera se movía bajo mis pies casi por voluntad propia. Se notaba ya la presencia de Miracruz, y ese puerto es especial pues me esperan arriba con un abrazo y un ¡hasta dentro de un año! Volveré.
Después ya es bajar, y es el peor tramo. Es donde todos los dolores reprimidos salen de golpe a saludar. Hasta que cambio el paso y lo alargo, comienzo a correr de verdad, activamente, y me alivia. Y hago los dos últimos kilómetros aplaudiendo y siendo aplaudido, saboreando el Boulevard. Gritando. La meta se esconde tras tanto arco, finalmente surge y la cruzo con los brazos alzados. Con un nudo en la garganta, muy feliz. Se me nota en la cara, y otro periodista me fotografía y hace una segunda entrevista para El Diario Vasco. Estamos hablando y aparece Montse, fantástica, y Juan, tocado.
Nos reunimos con los demás: sonrisas y más sonrisas. También volverán.
Alguien que te quiere es alguien que te abraza aunque estés sudando.
Decía Macbeth: la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada. Pero Andrés Montes nos prometía que la vida puede ser maravillosa. La vida está hecha de momentos. Y entre los míos, entre los momentos que me llevaré, estarán todas las veces que he venido a la Behobia.
Ocho Behobias vascas, pronto en sus cines.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones