Xov, 20 Ago 2015, 17:26
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Vd. me abruma, estimado correlega. Yo sólo soy un “polvorilla”, tanto en el mundillo este de la “correduría”, como en el de la “escrituración”.
No obstante se agradecen, y mucho, sus ánimos y el apoyo brindado a mi innoble causa. Probablemente los “siareiros” del archirrival eterno sean mucho más numerosos, pero los míos consiguen acogotar con sus cánticos a los contrincantes, al trío arbitral y hasta al delegado de campo.
Dicho esto, ayer realicé un inesperado entrenamiento, que no por ello menos deseado, por entre los riscos y peñascos del monte del castro en
Vicus.
¿Y eso?, os preguntaréis.
Bien, a
Guille le surgieron unas gestiones en
Oliveville, y en el mismo día tenía que ir para allá, así que decidí acompañarlo. Y para no perder del todo el rato que él iba a estar ocupado, programé un entreno libre por la zona.
Hacía años que no trotaba por el lugar. De cuando un cubata en “La cepa” costaba doscientas pesetas, y la entrada a “Sol”, cien rubias más. Por lo que tuve que cartografiármelo mentalmente todo de nuevo.
Excluyendo la zona de la escalinatas, que ya tenía más fresca, de la carrera a la que da nombre, y que deliberadamente evité, lo demás era
terra incognita.
Y así, por la zona de los restos arqueológicos, donde la pendiente está lo suficientemente domesticada, encontré un lugar que me tentó para hacer unas series. Con salida en rampa hacia abajo, como en contrarreloj ciclista, y llegada en repecho, al pie de una puerta natural ubicada entre dos enormes árboles muy juntos, que vendría siendo la meta volante.
Y fue volante porque, en la primera que me hinqué, volé cual golondrina en celo recién llegada de sus migraciones, audaz y temeraria.
Me llevé los dos dedos a la carótida, y miré en el casio el cómo se iban desgranando los segundos, con notable parsimonia en contraposición a la rebolera de las pulsaciones. 240, calculé, lo menos. Así, a ojo de buen cubero, a la antigua usanza, y sin aplicarles el IVA gatuno.
De modo que, eufórico, me fui a por la segunda serie. Esta ya fue más el vuelo del cóndor (con dolor aquí, con dolor allí…). Y la tercera, bufff. Bueno, ya no hubo tercera.
Fui a pincharme con los dos dedos el cuello, cual manecilla de gramófono, y la cosa sonaba a vinilo rayado. Ni eso siquiera… A disco de pizarra, de los tiempos de gloria de la Piquer y Paco, el lagartija.
Dejé pues de jugar a los médicos conmigo mismo, y me embarqué en una ruta sin destino por todos los vericuetos y desfiladeros del egregio monte, pasando, eso sí, cada 15 minutos, por el punto de extracción en el que había quedado con
Guille para mi eventual recogida. Teníamos que hacerlo así, pues poco antes, la carga de mi móvil había hecho
ploff.
Pero en lugar de recogida, la cosa se fue pareciendo cada vez más a un rescate (griego). El tema se alargaba y el León negro del gemelo (su coche) no se asomaba por allí.
Me dio tiempo a subir al mirador de arriba, ir de un una torreta de vigía a otra, sobrevolar la ría con las pupilas de una punta a la contraria, de las retozonas Cíes a esa hamaca gigantesca que es el puente de Rande. Qué descanso. Qué paz. Todo un lujo para la vista.
Y así estuve unos minutillos, rememorando tiempos pasados, sin duda mejores, mientras “miraba” brillar la estela de luz que dejaba el sol en el mar, y su reflejo plateado, sobre la que un día fuera mi ciudad.
Di una vuelta más por el coso, reconocí algunas caras habituales de las carreras olivevillenses, (lo cierto es que somos cuatro gatos, y que nos repetimos más que las natillas de cebolla), y vencido por el cansancio, tomé al asalto, aunque sin butrón, uno de los bancos de piedra.
Eran las ocho y media, y por fin, el seat matogrossiano, se presentó a la cita. Sin ramo de flores ni nada que me aliviara el sinsabor de la tardanza. Pero, no hubo problema, me había metido entre pecho y espalda uno de los mejores entrenos del año. Y casi se podría decir, siendo optimistas, que la
Correr e andar de Baiona, a la que me he inscrito in extremis, está ya encarrilada.
Traballo feito non ten presa.
Al regresar, y bajando del castro por una calle que daba a la plaza de ‘paña (la de los caballos), un perroflauta se nos manifestó en un semáforo.
Sus juegos malabares con tres pelotas de tenis eran gráciles y acrobáticos, de precisión matemática y elasticidad envidiable para todo runner, y para todo R, aun cuando yo no prestaba demasiada atención, esa es la verdad, empeñado en encontrar en la mochila un botellín de Powerade que creía ilusoriamente haber traído conmigo.
Entonces un flamante Porsche Cayenne azul marino, por la orza de barlovento, atracó justo a nuestro lado, y el espectáculo circense se transmutó en un constante recoger las pelotas del suelo, sólo apto para almas compasivas.
Lo ve usted, estimado señor
Andrés61. Algunos no estamos preparados para los grandes retos. La excelencia de nuestro arte requiere de ubicaciones recoletas, y de que el objeto empleado para su transmisión, eso sobre todo, no se casque con el impacto del adoquinado. Vivimos de la calderilla, y que no falte.
¿El galgoflauta nace o se hace?
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.