Dom, 24 Mar 2019, 19:16
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Después de un comienzo de año renqueante, abonado a una baja forma crónica, y cuya guinda fue mi más que paupérrima actuación en la
10KPorriño (que usaba antaño de llamarse interruning), tocaba ahora enfrentarse a una 15k, la
Nocturna ourensana, y la verdad es que no las tenía todas conmigo.
Nos habíamos apuntado ya hace tiempo, para aprovechar las inscripciones menos onerosas, y casi que hasta ya nos habíamos olvidado de que había que correrla.
15 kms no dan miedo, pero sí respeto. Sobre todo si no te respetan las lesiones.
Fuimos pues
matogrosso y yo hacía la explanada del río donde estaba ubicada la salida y allí nos encontramos, como estaba previsto, con
empanado2. La animación llegaba ya desde el mismísimo centro comercial a la otra orilla del Miño, tomado al asalto por hordas de runners.
Y había también, por ello mismo, una afluencia inusual de espectadores no afines al mundillo. En su mayoría, público joven e influenciable.
Yo creo que todo esto, a
empanado2, que hasta hace no mucho era bastante renuente a las carreras, joven e influenciable él también, ha acabado por encandilarlo.
Calentabamos pues con él, sorteando a más y más corredores, muchos venidos de tierras lejanas, cuando de pronto, nos encontramos con una cara familiar, a la que desde luego no esperábamos por allí, pero que enseguida se sumó a nosotros. Alguien bien conocido de todos ustedes (no me cabe duda de que compartimos un buen puñado de lectores), el mismísimo
Pollastre.
Nuestro amigo valenciano pues prosiguió el calentamiento con nosotros, cuidándose bien, eso sí, de no recalentarse demasiado y acabar consumido en el fuego de la verbena cual ninot fallero. De eso ya habría tiempo más tarde.
Nos cruzamos con
Amador e Irdam (se me hacía raro ya que nadie del clan de los porriñeses anduviera merodeando por allí), y ya instalados en la línea de salida a la espera del pistoletazo, con el
Doctor. Sí, con el
Doctor.
Un
Doctor Slump, que si bien estaba vestido para la ocasión, se había apostado fuera del redil, como temeroso de ser engullido por la vorágine. Faltaba además en su cabeza el precinto de garantía que habitualmente porta en carrera, mala señal, y nos miraba con ojos acuosos, básicamente con la misma cara que Marco al barco en el que su mamá se marchaba a la Argentina. Era más que obvio que no iba a participar, y aun cuando el cuerpo se lo pidiera gritos, parecía reprimir su ansía con resignación, y aceptar cristianamente el martirio.
Abatidos pues por el drama ajeno, y tan reciente aún el propio, sonó al punto el arma homicida, y, con más miedo que siete viejas, emprendimos rumbo a lo desconocido. Esto último de lo desconocido es más que nada un recurso lírico, que esta zona del río es por donde yo entreno habitualmente, y me la conozco como si fuera el pasillo de mi casa.
Quería pues, como ya dije, ir regulando, pero en el bucle pequeño del principio una inmensidad de corredores, y sobre todo corredoras, me adelantó, y sobre la marcha tuve que improvisar y replantearme de arriba abajo mi concurso, enfocándolo desde una perspectiva mucho más agresiva.
Así, completada esta vuelta de reconocimiento, y en el paso intermedio por meta, me reencontré de nuevo con
Pollastre, y entre ambos, casi como dos ciclistas escapados relevándose, nos entendimos a la perfección para poner un ritmo que sin ser la repera, nos permitiera ir ventilando kms con alegría.
Y así estuvimos bastante rato, por otra parte aprovechando la agradable tarde que hacía, para contarnos nuestras vidas, en un tono entre quejicoso y moderadamente optimista, como no podía ser de otra manera.
De hecho el paisaje del río ayudaba bastante.
Pollastre como otros muchos que desconocen la zona quedó vivamente impresionado del tesoro del que los runners sparklandianos disponemos para hacer nuestros entrenos, y del que tan a menudo ni nos damos cuenta.
Pero ya, en llegando a la pasarela de
Outariz, donde se dobla el mapa, la noche se nos terminó de echar encima. Varias cosas cambiaron para mal, y, entre otras, el pasar de un suelo de amables senderos de tierra, a otro de enlosetado compacto y, más adelante, cemento al desnudo, la temible pista roja.
Ya no era tan bucólico el panorama, y las piernas empezaban a exigir un pronto final.
Nos habían avisado además de que un jabalí andaba por ahí suelto, haciendo de las suyas y con cara de pocos amigos, así que como quien dice, pies para qué os quiero.
Comencé pues a apretar el paso, y aunque era mi genio competitivo el verdadero culpable, me excuse con el correlega diarista en que no quería quedarme con una sola gota de glucógeno en el depósito, o al acabar me sentiría vacío interiormente (si paradoja tan cutre es posible).
Él, que alegaba problemas de visión para seguirme, más adelante me dejaría marchar. En ningún momento sentí su resuello acelerado, así que algo me sorprendí de verme de pronto solo. Seguramente decidió, pasada la distancia crítica de los 10 kms, preservar la integridad de sus rodillas en espera de ocasiones más señaladas. Cosa que yo, aunque lo entendía no lo podía compartir, pues jugaba en casa, y por delante mía todavía se hallaban numerosos archirrivales patrios, algunos de ellos muy jugosos, a los que creía aún poder dar alcance.
Uno de ellos fue
Manel, con el que me tomé cumplida revancha de
Porriño, y que no opuso ninguna resistencia. Deberíamos rondar el km.13, y la mala suerte se estaba cebando con él.
El resto del recorrido continué recuperando posiciones. Me encontraba muy ligero, y no podía dejar pasar la ocasión de asestar algunas puñaladas traperas. No sé si los coches a toda pastilla por la autovía paralela, o el trenecito turístico que nos lo encontramos de frente y algo malencarado, me habían bombeando inadvertidamente la necesaria adrenalina para tanto frenesí de última hora.
El festín terminó con la llegada a meta, un poco precipitada y no muy ortodoxa, con amago de esprint , no remunerado, incluido.
Y allí se quedó una noche espléndida, con escenario incomparable desde la terraza del
c.c. Ponte Vella, pero el fresquito, que aún estamos en marzo, comenzó a calar en los huesos, benditos y sufridos huesos, y tuvimos que levantar el vuelo en dirección a más cálidas latitudes.
Saludamos a
Nóvoa_run, a
Toño, a
Toledano, limiactivas varios, y a algún que otro más que me dará rabia olvidarme, y santas pascuas.
Para bien o para mal, seguimos vivos en este deporte tan mortificante.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.