Lun, 24 Dec 2018, 16:41
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Tanto se ha hablado del éxito organizativo de la carrera del
Polígono de San Cibrao, que la del
Arenteiro, con otra organización potente y gran poder de convocatoria, iba a tener que echar el resto para no quedar a la zaga. Y ya desde el primer momento se les veía volcados en la tarea.
Había en el ambiente ese run-run típico de las carreras que apetece correr. Nada de venir a cubrir el expediente, y, como mucho, embolsarse unos pocos y trabajados puntos del circuito.
Por tanto, yo también debía presentarme con mis mejores galas, pero por desgracia, oh fortuna, como no encontré en casa mi camiseta oficial del
Papagrosso Team, ni quería vestir tampoco en solitario la de los
Grumpy Cats, no me quedó más remedio que correr con la que me dieran de obsequio, confundido entre las hordas de runners ocasionales.
Es sin duda una carrera con tirón, algo corroborado por la presencia de multitud de inscritos foráneos, principalmente porriñeses como
Amador, Irdam o Basibasi, que sin duda prefieren esto a que un tsunami se los lleve en Tailandia por delante, y ojo, que no me refiero a nadie en particular.
En el calentamiento,
Luisiño Lamas, uno de los atletas punteros del club local, nos iba avisando uno por uno, todo un detalle por su parte, de la peligrosidad de algunos tramos, muy resbaladizos. Y es que como ya dije, todos se esforzaban en que el éxito de la prueba, en todos los aspectos, estuviera garantizado.
Falta ya nada para el comienzo, que de nuevo, que mal cuerpo deja, nos encontramos otra vez guardando silencio en memoria de
Laura Luelmo. Algunas chicas participantes son reclamadas a ocupar la primera fila, de modo que el homenaje se extienda también a ellas. Unas valientes.
Estos días, aunque no os lo creáis, he recapacitado bastante sobre el hecho de que cada vez que me pico con una corredora femenina, juego con la ventaja añadida de que yo nunca tengo que cuidarme del cuándo y el por dónde entreno, algo en lo que nunca antes había reparado, y una cosa que, desde luego, le resta bastante épica a mis glorias deportivas.
Pero bueno, que nadie se asuste; Al final, como soy incorregible, volveré a las andadas.
Y así, ya con la tropa desfilando a paso ligero por las rúas carballinesas, iba yo con esa sola idea, de meterme en todas las batallas, ya sean estas de tirios o troyanos.
El caso, sin embargo, es que no empiezo bien. Tengo las piernas todavía algo adormiladas, y no quieren ponerse a la faena. Y como la carretera pica hacia abajo, y la gente ha salido decidida a comerse el mundo, pronto me veo peleando por no caer arrollado bajo los parachoques de los autobuses de cola.
Afortunadamente esta situación empieza a corregirse en cuanto se nivela el terreno, y damos la vuelta en dirección hacia el rio. Allí trato de recuperar posiciones, y maquillar un poco mi, hasta ese momento, desangelada actuación, pero el piso está muy resbaladizo, y la única zona estrecha del sendero confiable, no permite hacer adelantamientos limpios.
Cruzamos las temidas pasarelas de tablas primero, y metálica después, y afrontamos las cuestas verdaderamente duras de la segunda parte de la prueba. Hay gente que baja el ritmo considerablemente y otra que directamente echa pie a tierra, pero no es mi caso. He ahorrado fuerzas y es el momento de gastarlas. Eso sí, sin despilfarrar ni una sola gota de sudor, que está la cosa muy achuchada.
Salgo de ellas bastante entero, y entonces es cuando decido que la vida son cuatros días, y que voy a tirar la casa por la ventana. Este arreón súbito me permite regresar raudo a la zona templada de las carreras, el vecindario por el que habitualmente suelo moverme, y dar caza a algunos archirrivales que ya daba por perdidos.
Uno de ellos, que asegura leer estos tostones soporíferos que publicamos por aquí (vaya moral), se extraña de estas prisas de última hora y me llama al orden. Pero voy como alma que lleva el diablo, y no puedo pararme a dar explicaciones. Estoy siendo víctima de poderosos efectos gravitacionales cuyas complejas fórmulas matemáticas me obligarían a enmarañar de tiza varias pizarras, no siendo el menor, la proximidad de la línea de meta.
Me lanzo pues a tumba abierta por la cuesta arriba de la recta, larguísima, previa a la de llegada. Y digo a tumba abierta, no por el peligro de que me fuera a caer, sino porque durante algunos segundos coquetearé con el infarto. Algunos espectadores me ven la cara de sofoco, y mascullan entre dientes, dejando entrever alguna sonrisita socarrona.
¡Qué fácil se pierde la dignidad cuando uno se mete a exhibiciones de poderío físico en fechas navideñas, con el buche cargado de postres tradicionales!
Al final tiempo muy malo: Por encima de 50 minutos, y abocado sin remedio a posiciones netamente cricetinas.
Ya veremos si de aquí a una semana, en la
San Silvestre ourensá, logro revertir esta tendencia, o el lado oscuro de los turrones ha conseguido seducirme por completo.
En esto no hay ninguna ciencia. Por cada polvorón que te zampas, un par de kilómetros de entrenamiento que se te descuentan por transferencia inalámbrica.
Y da igual lo fidelizado que estés a tu banco de abdominales... Nadie se libra de las comisiones de las comilonas.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.