Dom, 04 Mar 2018, 19:25
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Me preguntaba
Dani qué era aquello que el gato de no sé qué gif, varios días atrás y en estas mismas páginas, quería insinuar con su silencio.
Pues no quería insinuar nada. Simplemente no quería vender la piel del oso antes de haberla cazado. Hubiera sido muy fuerte anunciar a los
Grumpy Cats a bombo y platillo, y que luego, a la hora de la verdad, todo se quedase en agua de borrajas. Que agua, todo sea dicho, hubo en abundancia y no de mayo, precisamente.
Sin embargo, como bien dijo
Meigalicix, allí, en el centro comercial del puerto de
Oliveville, había foreros a punta pala, y todos con cara de fiesta. Nada de los típicos rictus serios, ni miradas nerviosas, de los momentos previos. Esta carrera, no cabe duda, es otra cosa, y aunque habrá quien, no sin su parte de razón, la califique de fantochada mayúscula, de ejercicio gimnástico de patio de colegio, tiene su aquel. Por decirlo más cúrsimente aún, tiene ángel.
En cualquier caso, sea o no un éxito, tenga muchos o pocos detractores, una vez al año no hace daño.
Toda la semana previa de hecho estuvimos envueltos en la vorágine de los diseños de las camisetas, las serigrafías, las inscripciones, las invitaciones oficiales, el fair play financiero y los fichajes fuera de plazo. Y como a mí me parecía que no dábamos suficiente el cante, se me ocurrió hacer un “tifo”, una bandera que animase a los
Grumpy Cats, por si llegado el momento, no nos aplaudía nadie, y el pobre
Doctor Slump se sentía fatalmente teletransportado al San Martiño, con toda la panoplia de males que ello le acarrea.
Pero nada de eso sucedió, y pese a que hacía un día de perros, los
Grumpy Cats, estaban en la línea de salida cuando llegó el turno de su cuenta atrás.
Salimos fuertes. Temíamos por
Isaías, teóricamente el eslabón débil, pero este respondía. ¿Aflojamos? No, pero, sin apretar más, nos reconvenía. Bien.
La primera vuelta la damos con energía, y las piernas van entrando en calor. Llevamos la bandera
matogrosso y yo, uno de cada punta. Pero, al pasar por boxes, este se anima, sus piernas empiezan a revolucionarse más, y comienzo a sentir el efecto “canicross”. Mi animal doméstico tira de mí.
Se lo comento y entonces
Dani, voluntariamente, coge el relevo. He dejado de ser portaestandarte de la delegación gatuna. Ya no soy como el príncipe Felipe en las olimpiadas de Barcelona. Ya no haré que la infanta Elena derrame lágrimas por mí desde la grada. Snif.
Bueno, el príncipe ya no es tal, sino que finalmente se le ha ascendido a rey. Un poco le ha pasado como a su padre, el pueblo no lo aceptó hasta que no hizo un discurso televisado, con tarifa plana, a mayores de los de navidad. Ese poquito más de implicación que hace falta en todos los curros, sea este de barrendero, o de espadón en la recepción del embajador.
Ahora su careto ya está en las monedas, al igual que el de
Tardar Sauce, la gatita con enanismo felino, también conocida como “Grumpy Cat” (gato gruñón), vía serigrafía pectoral, está en nuestros corazones.
Pero no nos distraigamos que la carrera aún no ha terminado. La lucha no era solo contra los elementos, o contra el crono. Los otros equipos, que venían más fuertes, nos adelantaban, y nos obligaban a correr por la zona “sucia” del circuito, teniendo que atravesar pantanos como el de Buendía, el de Entrepeñas, el de Alcántara, o el de Mequinenza… Aquellos conocimientos trascendentales, utilísimos, que nos impartían en la EGB.
Pero ello no me arredraba. Hombre precavido vale por dos, y había guardado en mi mochila todo lo necesario para hacer frente a esa eventualidad. Como en no sé cuál película del Vietnam, en la que el veterano recomendaba al novato que, si quería regresar entero a casa, su principal preocupación, antes que los chupinazos de los “charlis”, había de ser la de llevar siempre consigo una muda de calcetines secos.
Pero claro, ello no me evitó que a falta de 500 metros, los cordones de las zapatillas, que no son mis habituales, se reblandecieran, y se desataran.
Dios mío, pensé, voy a dejar cojo al equipo. Si me detengo ahora, podría no enlazar, perderíamos más posiciones… Pero por otra parte, supuse que aquello sería un gran balón de oxígeno para
Isaías, que, en todo caso y aun poniéndome en lo peor, me sobraban fuerzas suficientes para la renganchada, y que no tenía sentido arriesgarme a tropezar o a hacer tropezar a alguien. Y todo lo más rápido que pude, me paré, y sin más, me enrollé y remetí el cordón por el primer hueco de la zapatilla que encontré. No quedaba atado y bien atado, sino que me limité a guardar y hacer guardar, mire usted, y con las mismas, salir de nuevo disparado. No, no la cagamos, Luis Moya dixit.
Matogrosso, que es muy peliculero él, se descolgó del grupo, y me vino a recoger, ¡Cómo si fuéramos ciclistas!, para subirme de nuevo al pelotón de las maglias rosas. Di que sí, el espectáculo, que no falte. Qué pena que la moto de Eurosport pinchara unos metros antes.
Entretanto el
Doctor y
Montse se han quedado con la bandera, y serán ellos quienes en el esprint final por salvar el penúltimo doblaje, la hagan franquear victoriosa, todo honor y toda gloria, el arco de meta.
Todos abrazándonos. La gente felicitándonos, pese a haber quedado de últimos. Lo nunca visto. Y
Montxo, mientras tanto, flirteando con las integrantes de otros equipos femeninos. Lo primero es lo primero, qué diablos, y a los
Grumpy Cats los encontré en la calle.
El día desde luego se prestaba para una crónica mucho más amplía. Como una de esas hamburguesas de varios pisos. Pero habiendo tanto diarista por allí destacado,
Sonsuso, Sanmikel, Meiga, Beauvais, el propio
Doctor, no tiene sentido explayarse más.
Eso sí, con todos los que nos dijeron que si la bandera era madridista, o que sí qué rayos era lo que reivindicábamos, (perros no, se llegó a gritar); un poco de pedagogía vexilológica. Las banderas, sean estas cuales sean, incluyendo la de los
Grumpy Cats, lastran, son un engorro, y ni siquiera sirven para resguardarse del frío y la lluvia. Una bandera que desteñirá, se ensuciará, deshilachará y se perderá indefectible por un cajón de casa, flor de un día, y de la que ya nunca más se sabrá. Vamos, que se perderá como las lágrimas de una infanta, en un día de lluvia.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.