Papa-Léguas escribió: |
Una cita, esta última, la del Albariño, en la que he constatado, como espectador y, a mayores, cual fedatario audiovisual, un fenómeno al que no parece posible por más tiempo ser indiferente: La creciente “despopularización” de las carreras.[b] Para algunos tal vez un alivio. Para mí una calamidad. No me gusta cuando el atletismo se convierte en una secta de élites hiperespecializadas, restringida a un puñado escaso de primas donas con pantorrillas de jilguero, pero bueno, aceptémoslo, las lorzas, y no tienen necesariamente porque ser eslavas, escandinavas o bálticas, sino sencillamente flácidas, a menudo resultan un poco cargantes en este mundillo. . |
Papa-Léguas escribió: |
Que los galgos son la guinda del pastel nadie lo discute, amigo Larpe. No hay más que ver como pierden el culo los políticos para salir bien pegaditos a ellos en las fotos del pódium. De hecho, otro día, con más tiempo, podríamos hablar aquí de la estrecha relación de interdependencia que se trenza entre estos dos estamentos tan relevantes de nuestra sociedad. Muchas veces, demasiadas desgraciadamente, contagiándose los modos y maneras de los unos a los otros, y confundiéndose los intereses de ambas partes, como en las centrifugadoras de plaquetas de un laboratorio. Pero, por suerte o por desgracia, cualquier cosa que diga yo aquí contra los galgos, ya sea comido de la envidia, supurando pus a borbotones, destilando quina por garrafas, iba a dar lo mismo, porque por este santo diario ni se acercan. Y si alguno por descuido lo hace, al ver que no hay ni una sola anotación de crono, ni un solo gráfico de calorías quemadas o desniveles, ni un solo paquete muscular u osteo-tendinoso correctamente identificado por su nombre clínico, saldría escopetado como alma que lleva el diablo. Que ello no quita que por el foro tengan puñados y más puñados de admiradores rendidos, deseosos de lanzarse en plancha sobre la granada para salvarlos de ignominias diversas, como aquellas que, por ejemplo, suceden de cuando en cuando, cada vez que a alguien por aquí, le da por sacar el tema de las jeringuillas. En este mundillo se tiende muchas veces a situar el “buen rollito” por encima de todo, como si con ello se conjuraran todos los males que asolan a otros deportes. Baste mirar el caso de la competición de pértiga entre el victorioso jovenzuelo sueco Duplantis, recién aupado al estrellato, y el veterano dominador del cotarro Lavillenie. Este último ejerciendo de postizo mentor, y hasta de padrazo, compartiendo delante de las cámaras guiños, carantoñas, sonrisas de oreja a oreja, y sin embargo cada vez que le enfocaban de través, yendo a recibir consignas de su técnico al foso de la grada, se le escapaba un rictus de perro callejero moribundo, que era capaz de ensombrecer el alma del más enconado de sus detractores. Esta pantomima, este teatrillo del compadreo sin fin, con ser una constante, pocas veces me ha empalagado tanto. Pero es, qué le vamos a hacer, el santo y seña de las clases pudientes. Y menos mal. Los piques del populacho son siniestros, a la chita callando, con alevosía y nocturnidad. Desprovistos de asomo alguno de piedad. Yo hace ya mucho que desisto de presentarme a ciertas competiciones, porque sé que me van a pintar la cara. El viernes en Cambados, a ciertos señores que puntualmente ganan carreras poco concurridas, aunque sin tanto glamour ni ringorrango como esta, se les veía sufrir como chinchillas para mantener una posición que, utilizando las tablas diseñadas en su día por el autor de este santo diario, no irían más allá del “hamster”. Todo esto no refleja más que un problema de fondo que es, a nivel del running en general, la pérdida del estatus de fenómeno de masas. La burbuja se ha pinchado, y la gente empieza de nuevo a vernos, cuando entrenamos por los parques o los arcenes de las carreteras, como a unos molestos bichos raros, de expresión crispada y corva sudorosa, que desentonan con lo apacible y encantador del paisaje. Ancianos que se agarran con fuerza al bastón al vernos pasar, temerosos. Bolsas de la compra que se sujetan bien; el carrito del niño, a resguardo; un tirón a la correa del perro, no vaya a ser. Esa mano que comprueba en el bolsillo de atrás del pantalón si la cartera sigue ahí. Ya no somos dignos de las aceras. Desconfianza. Miradas ceñudas. Hemos regresado a la miseria que nos vio nacer. Es trágico asistir al triste espectáculo de la constelación de eventos pequeños, grandes y medianos que surgieron al calor de las épocas de bonanza, pegándose en esta web por obtener unas migajas de atención, la de los pocos fanáticos que quedamos por aquí, con sorteos de dorsales y otras desafortunadas fórmulas de mercadotecnia que, nos guste o no, llevan aparejado el tufillo a liquidación de existencias. Sé que decir estas cosas, aquí y ahora, le crea a uno un montón de enemigos visibles e invisibles, pero, mi buen amigo Larpe, uno no se puede esconder siempre. |
Meigalicix escribió: |
Nun lugar non moi lonxano dese onde entrenas ó solpor, sigue dando cera e pulindo cera a señora Minducha. Alguén que a visitou estes días faloume do seu bo estado de forma e me fixo chegar algunha frase máis das súas, pero que xa compartirei noutro momento, para non cortar o tono de "palio sonrosado de luz crepuscular, mirando al mar" que ten hoxe o Correo Papalegüense |