Xov, 28 Dec 2017, 18:26
Asunto: Re: El "Papa" les desea felices carreras y prósperos kms nu
Pasa la Navidad y pasa con ella el tiempo. El tiempo, sí, esa espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas.
Me levanto por la mañana, y al mirarme al espejo no puedo dejar de exclamar sobrecogido: ¿Quién es ese viejo que lleva puesto mi pijama?
Los años pasan, y dejan su huella en el rostro en forma de arrugas. Unas arrugas que son los surcos de una vida sometida a la incertidumbre del ser, el vaivén de las emociones y los caprichos de los tiránicos dioses.
Afortunadamente tenemos a la familia para sobrellevar mejor ese vacío, ese páramo, existencial.
La presencia en Sparkland de mis dos hijas, María Cristina y Cristal, ha sido en ese sentido un bálsamo.
María Cristina, la mayor, es tierna pero obstinada. En eso, creo yo, ha debido salir a mí. Claro que también me cuesta reparar en don o virtud alguna que haya heredado de su madre, que en gloria esté…
Normalmente vive con su novio de siempre, con el que ya hay planes de boda sobre la mesa. Comprometida y trabajadora, buena estudiante en su día, siempre ha sido para mí una fuente de alegrías y satisfacciones. Todo lo demás, lo malo, lo triste, lo desagradable o lo directamente incómodo de asumir, ella es así, me lo ahorra.
Nunca hizo deporte, y siempre dijo no necesitarlo. Se acepta a sí misma tal como es, y vive de su fuerte personalidad, cual si de ella pudiera sostener a varias familias. Ella me inspira armonía, seguridad, una demostración viviente de que se cumple la teoría del todo. Y para más señas adornada en una fórmula bella, simple y fácilmente inteligible.
En cambio Cristal es la reina del desorden, y sin embargo, al mismo tiempo un rayo de luz en las catacumbas del caos. Cuando llegó al mundo, comprendí enseguida que mi corazón sería para siempre un rehén suyo. Es mi ojito derecho.
Por lo que yo sé no tiene novio o amigos especiales conocidos, y si así fuera, me rompería el alma en dos, pero por otra parte me gustaría que apareciera alguien que le ayudara a encontrar su camino en la vida. Parece tan frágil y sin embargo tan llena de energía…
Una vez le propuse acompañarme a una carrera y accedió. Pero enseguida, ni tan siquiera habrían transcurrido unos pocos kilómetros, se hizo a un lado y abandonó. Obviamente no quería sufrir. Me hizo sentir un poco imbécil, cuando a cada paso por meta, ella me miraba con gesto a la vez entre avergonzado y crítico. ¿Se había abierto una brecha entre nosotros?
A veces esperamos de los demás lo mismo que nosotros estamos dispuestos a ofrecer. Esa creo yo, es la base de todos los desencuentros afectivos que nos atormentan.
En estos días de festejos y vacaciones, también me he visto en la obligación de acomodar en casa a Cristian, el mediano.
Tras el divorcio fue el que peor se lo tomó. Nuestra relación no es ni remotamente buena. Al verlo, la mayor parte de las veces siento una gran impotencia, cuando no el impulso irrefrenable de arrearle un par de bofetadas.
Creo que ejemplifica mi fracaso total como padre. Aunque él, todo sea dicho, no tiene en absoluto un carácter compatible con el mío, y probablemente, tampoco con el de nadie.
En algún momento alguien le metió en esa cabecita suya que era un genio, y en esas estamos.
Quizás hubiera sido preferible que le hubiera dado por ser uno de tantos jóvenes que aspiraran a cambiar el mundo, o cuando menos a mejorarlo. Él, se remite únicamente a sacarle las faltas, y a reírse de ellas.
No soy yo pues el único que está disgusto. En realidad nadie lo soporta.
Una tarde me lo llevé conmigo al salón de casa, con la intención de hablar de los grandes temas de la vida, de hombre a hombre. Pero al minuto siguiente de haber empezado, las chanzas y chascarrillos silbaban por las cuatro esquinas de la habitación.
Una generación perdida.
Tal vez sea cierto que disfruta de un enorme potencial esperando a ser aprovechado, otras veces, sin embargo, lo pienso más detenidamente, y llego justamente al convencimiento de todo lo contrario.
El número de veces que me ha defraudado, se pierden ya en la noche de los tiempos.
Muchas veces trato de consolarme pensando que esa forma suya de ser hunde sus raíces en la genética de la otra familia, la política, pero luego lo miro a la cara, y veo que es clavadito a mí cuando tenía su edad.
Y eso que al principio, cuando niño, éramos uña y carne. Su gran ilusión era complacerme en todo. En los estudios, en el deporte… Sobre todo en esto último, en el deporte. Incluso el entrenador del equipo de atletismo del colegio llegó una vez a decir que apuntaba maneras de figura.
Nunca sabré qué lo truncó todo. Quizás llegado al punto de dar el salto de calidad, sencillamente, este no se produjo.
A partir de ese momento, que coincidió con la llegada de la adolescencia, se volvió más hosco y retraído. Apenas ya salía de su cuarto más que para lo justo e imprescindible, y, de forma excepcional, los fines de semana, para juntarse con tres o cuatro petimetres, sin oficio ni beneficio, como él. Seguramente, para drogarse y alcoholizarse sin control ni mesura alguna.
Una madrugada, las siete o así debían de ser, me lo encontré dormido, sentado en la taza del váter, y de allí, en estado catatónico, me lo hube de cargar hasta su cama.
En buena hora se me hubiera ocurrido reprochárselo. Las bromas, las burlas, el pitorreo sobre mi autoridad, habrían arreciado. Y con ello, recíprocamente, mi repudio hacia él.
Afortunadamente este año próximo comienza en la Universidad, y podré por fin quitármelo de encima. Allí, tendrá que relacionarse forzosamente con gentes muy diversas, que no le tolerarán ni por un segundo su permanente deriva infantiloide, ni su afán por hacer de todo y todos, una caricatura. En ese medio, hostil y a la vez atrayente, crecerá como persona y se distanciará definitivamente de sus complejos, fobias y manías. Crucemos los dedos.
Por último, como todos los años, he recibido la visita del primo Crisanto.
Todo un personaje.
Vendrá acompañado, como siempre, por su amantísima esposa, una pequeña mujer rechoncha y con cara de bibliotecaria de convento, que es comenzar a hablar, y recordarme a una ametralladora de la guerra del Rif.
Se conocieron en el hipermercado en el que trabajan ambos, y poco después se formalizó el matrimonio, momento a partir del cual comenzaron, sin prisa pero sin pausa, a prosperar y a subir como la espuma, a cuenta de ello fustigando a infieles de toda clase y condición.
Tanto ella, Puri, como el primo Crisanto, viven por y para la opinión que los demás tengan de ellos. Presumir, presumir y nada más que presumir. Bien de su alta consideración profesional, de sus coches, de sus casas, de sus viajes a la Cochinchina… O de lo que toque en fortuna.
Y a ello dedican su ministerio. De hecho es venir a verme más que nada por si, mientras se pasa revista al conjunto de sus logros y consecuciones, es capaz de advertir en mi rostro reserva alguna, incomodidad o congoja, que ponga de manifiesto la inmensa envidia que me provoca. Pero pierde el tiempo, y es a la postre él quien se angustia en mi lugar, y quien se reconcome, y quien se da interiormente de latigazos…
Me gustaría, en algún momento concreto, agarrarlo de los hombros, darle un par de sacudidas bruscas, y hacerle ver lo absurdo de su comportamiento, pero él lo entendería al revés. Lo interpretaría como un triunfo, como la confirmación de sus postulados más delirantes. Dejaría de considerarme como una plaza a ganar, su oscuro objeto de deseo, y ya nunca más volvería a acordarse de mí. Lo cual por otra parte bien pudiera ser un acierto. Mas sería victoria pírrica. Su necesidad de abatir imaginarios Goliaths, urbi et orbi, no terminaría conmigo, y en aquel preciso instante.
El mundo ofrece recursos inagotables para quienes cifran la estima de sí mismos en la categoría de los enemigos a los que se enfrentan.
Si bien en algún momento retornaría desengañado y sediento de imaginarías indemnizaciones morales, por principio insatisfechas. Atrapado en un círculo vicioso, el cuento de nunca acabar, cada vez más virulento, agrio y desesperanzado.
Tal vez algún día comprenda mejor al primo Crisanto y me compadezca de él. Aunque a decir verdad, esta es la hora en que ya me compadezco, y sufro por él.
No abandono, en todo caso, la esperanza de que algún día venga a buscarme en chándal, dorsal en mano, y con la mejor de sus sonrisas en la cara, para compartir aunque solo sea un día de fiesta y regocijo en las carreras.
Pero hoy por hoy, no lo veo en absoluto factible. Para él y su costilla, ese esfuerzo tan inmenso, en modo alguno remunerado, inútil por definición, y, aún más, sacrificado en el altar pagano del culto al cuerpo, representa la mayor de las abominaciones. Una apostasía inconcebible de todo aquello que alienta y gobierna sus vidas, amén de invalidar su irredenta y fantasmagórica cruzada.
Con todo… ¡Qué gusto reencontrarse y tener por estas fiestas a la familia reunida!
Estoy ahora mismo bajo la ducha, absorto en todos estos golosos pensamientos, que el tiempo se me ha pasado volando y hasta me he llevado la bombona por delante.
¡Qué sensación tan desagradable pasar del agua caliente a la fría!
Soy tan despistado. Era siempre mi ex la que se ocupaba de atender estos asuntos, y de paso, de dejarle la consabida propina al butanero.
A este creo que nunca lo he visto por las carreras…
Ayer: 7.84 kms
Apuntado para la san Silvestre ourensá.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.