Lun, 18 Nov 2019, 21:13
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Reza el dicho que “Tres cousas hai en
Ourense, que non as hai en
España, o Santo Cristo, a Ponte, e as Burgas fervendo auga”, y con ser muy cierto, hay también a quienes esto les parece una lista demasiado corta, y les gustaría añadir, por ejemplo, un rascacielos de 80 plantas. ¡Sujétate los machos!
A mí, personalmente, ni me gusta ni me disgusta la idea, aún cuando sí estoy muy cierto de una cosa en cuanto a la puesta en práctica de dicha obra: Aquí, en este santo
Sparkland, la casa siempre se empieza a construir por el tejado.
Por eso amigos, no os voy a aburrir, como en buena lid me pediría el cuerpo, siguiendo la misma línea hiperbólica, diciendo que el San Martiño es la mejor carrera del mundo, que no hay otra cosa igual en toda la esfera del universo, que el día que la hicieron se rompió el molde, que preferiría caer muerto en medio de la pista, antes que tener que verla desde el gallinero. Y sin embargo llegará ese día.
Pero mientras tanto…
Pues mientras tanto, una edición más que me echo al coleto. Y si este fuera uno de esos diarios mal llamados serios (que a serio, cuando este tiene el día cenizo, nadie le gana) - que en el fondo lo que tienen diferente es el ser mucho más meticulosos, y más respetuosos con la cifra decimal y las operaciones algebraicas, menos indisciplinados en suma, y de vida disipada – os podría decir cuántas van, y cuántos kilómetros sanmartiñeros comportan, y cuantas aguas he cogido de los voluntarios, y cuantos escupitajos he sorteado, y cuántos no, y cuántas veces he hincado el codo al de al lado, y cuantas he sido yo el empitonado, con el codo u otra parte del cuerpo análogamente protuberante, (estas, las menos).
Esa es la realidad, las estadísticas de esta carrera me la refanfinflan. Y es que el San Martiño es pura emoción, es un sentimiento inefable, es una vida entera de entrega desinteresada, es aquel juguete que dejaste olvidado en el recreo y que se lo llevó otro niño. Es eso, aquello ante lo que tenemos que arrodillarnos e inclinar la cabeza, y pedir clemencia. Es la carrera que saca la espada de la piedra en esta ciudad gris y plomiza, la que la salva de la oscuridad del otoño, la que te cura de una lesión mal curada, por la simple razón de que no hay nada más allá por lo que merezca la pena luchar, y aquí se viene a morir, legionarios de Roma!!!!
Te saludo, Oh San Martiño, comencé diciendo pues en esa mañana de ayer. Mi cuerpo está maltrecho y agostado por los muchos otoños, pero un año más seré fiel a la llamada a filas de nuestra patria chica (para otros, imperio en el que no se pone el Baltar).
Acudimos por tanto
matogrosso y yo hacia la estatua del coloso de Nexus, donde el general
Baoes había previsto reunir a las tropas correrengalicienses. Sin embargo, cuando llegamos, las cohortes ya habían sido dispersadas. En el fragor de los calentamientos la revista se había adelantado a su hora. Un chasco, sí, pero en el amor y en la guerra, todo vale. En fin, sin foto, y con el ego malherido, tendríamos que apretarnos el centurión.
Y entonces nos encontramos con
empanado2, con quien compartimos esos momentos previos de puesta a punto, y el trance de encomendarnos a las fuerzas de lo oculto, principalmente, ese glucógeno intramuscular que nunca sabes si lo llevas de más o de menos, o si te lo dejaste en la mesita de noche.
No ha lugar a demasiadas reflexiones ya, ni últimas consejas. La megafonía nos impele a ocupar nuestros puestos en la explanada de la salida, mirando a los arcos arpados, y escarpados, del puente del milenio, cuyo esquelético tórax, de antediluvianas reminiscencias, habremos de atravesar cual punción multicolor con nuestras primerizas, vigorosas, efervescentes, torpes y azoradas zancadas.
Y enseguida soy consciente de que no es mi día; que el haber procrastinado, cual Krusty el payaso, y haberme fumado entrenos cruciales, me va a pasar, y me está pasando ya, factura. Nunca mejor dicho, la dolorosa.
Y entonces me empieza a pasar gente y más gente, sin tan siquiera haber puesto un pie en ninguno de los otros puentes que me esperan, que son un puñado. Y me comienzo a desesperar.
Veo archirrivales y más archirrivales que parecen salir hasta de debajo de las piedras, y que ponen tierra de por medio, pero no puedo hacer nada, y entonces comprendo que mi objetivo será ya solo resistir. Resistir y alcanzar la meta con bien. Con toda la dignidad de la que pudiera ser capaz en medio de tamaña debacle. Sin el recurso siquiera de que al día siguiente me pague Malú, pelillos a la mar, unos bocatas en una jamonería de carretera.
Y sin embargo, piano, piano, si va lontano. Los kilómetros empiezan a caer, y cuando quiero darme cuenta, estoy bajando en dirección al Puente Nuevo, desde donde ya, cualquier cosa que se haga, para bien o para mal, es a fondo perdido. Atrás queda aquel señor en el casco viejo, que con anciana voz y anciano resabio, nos recordaba desde lo alto de su balcón, que por moito que correramos, xa non chegábamos cedo. Verdades como puños que te golpean más que los kilómetros, y que en el noventainueve por ciento de los casos son manos ganadoras, pero que en el San Martiño no.
Es así la vida, amigos. Nadie espera del San Martiño que sea una competición de guante blanco, ni que lo practiquen brutos que se comportan como caballeros, ni que sea acogido entre la lista de los Majors (amén Jesús), con la misma hospitalidad que en las coplas dos Maios.
Esta es una carrera hecha para vivirla, no como unas vacaciones en el Caribe con la churri, sino como una Nochebuena en familia. Aguantando a mucho cuñado, por supuesto, que también tienen derecho a la vida, y a quitarte ese muslo del pavo que, de crío, la abuela te guardaba como oro en paño.
Y sí, se puede hacer un pésimo San Martiño, y ser feliz. Irse para casa sin la sensación de derrota. Aceptar hámster como animal de compañía en una carrera donde la piel del conejo estaba vendida de antemano.
Habrá más San Martiños. O no. Y por ello, hay que disfrutarlos siempre como si fueran el último, como si los fueran a prohibir, como si de pronto, y sin previo aviso, los Esprintes decidieran pasarse a los dardos… Que no es esto una microvenganza en respuesta al vacile que me metió
Oscarourense, cuando él y sus sicarios, al mando de los globos del minuto 50, me engullían por Doctor Fleming, sin que ni siquiera la penicilina me pudiera salvar de tamaña dolencia.
Los últimos compases del San Martiño, que es donde me había quedado en este relato, lleno de flashbacks, anacronías y memento mori, faltaba como no, un “deux ex machina” en forma de arcos inflables salvíficos. Y estos aparecieron por fin en el viejo puente medieval, Romano para los amigos, (¡oh
Sparkland, ciudad eterna!), y a las puertas mismas del pabellón de los Remedios, donde sin remedio acaba dando uno con sus huesos. Y de bruces, con la implacable verdad, suprema sentencia, del crono.
Por primera vez, en mi larga, no digo ya dilatada, sino directamente dada de sí, convertida en colgajo repugnante, experiencia atlética, por encima de los 51 minutos. No ya cincuentón, sino peor.
Pero esta es ley de vida, se mire por donde se mire, se cuente como se cuente, latigazo verbal envuelto en purpurina de chascarrillo. La mala baba de la naturaleza que se filtra por entre las grietas de la piedra y la erosiona caprichosamente, diluyendo toda pasada forma cincelada por la voluntad humana. No hay peor sabiduría que la del cascarrabias anónimo. Xa non chegamos cedo. Imposible quitárselo de la cabeza.
Pero nadie llega a tiempo a donde no es esperado. (Esto vaya por lo de la fotokedada, Paco) Y esto es cierto para todo en la vida, menos para el San Martiño. Porque el San Martiño espera a todos, y es amable con todos, y se alegra de vernos a todos los que le seguimos, lleguemos tarde o temprano a la meta, y nos recompensa a todos con su gracia y grandeza. San Léguas, capítulo tercero, versículo quinto.
En fin, amigos, que se me han quedado pegadas las yemas de los dedos al teclado… Esto ha sido todo. Se acabó el San Martiño. Hay que esperar otros doce meses. No puede ser, quiero llorar. Descontadme las semanas de vacaciones y echadlas a los perros, renuncio a ellas. Ansío que llegue ya otra vez esta semana de noviembre. La primavera en el Corte Inglés, me sobra también. Ahí van los Carnavales, tampoco los quiero. Las hogueras de San Juan... En la hoguera, abjuro de ellas.
Es la hora del adiós, y así, sin más, os lo digo, muchedumbres incrédulas, gentes de poca fe, y a Dios pongo por testigo, que por mis santos *******, mientras haya San Martiño, este simple mortal, arrastrará sus cadenas y su cruz por la calle de la amargura, que lo son todas en esta ciudad cuando sale el día torcido, hasta el final de los tiempos, por los siglos de los siglos. Amén.
Imagen real de la prueba, publicada por La Región, en el día del señor del 16 de noviembre de 2019.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.