Sáb, 08 Dec 2018, 21:53
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Creo que puedo por fin decir que la lesión que me gané en el
San Martiño es ya solamente una estadística, en un diaro que abomina de las estadísticas.
Así las cosas, esta mañana, salí ya con la idea de meterle al cuerpo un entreno como dios manda. Pero, cuando este es el plan, también suele coincidir que más se opone el susodicho (cuerpo) a su realización.
Eso por no hablar de lo fuera de forma en que me hallo. 2 kilos por encima de mi peso habitual, que hay que achacar a la inactividad de estos días, obviamente, pero también, para qué nos vamos a engañar, a una intolerable mala praxis alimenticia.
Empecé pues teniéndomelas tiesas con la pereza, típica de los días festivos, y el frío, mucho y muy típico también de esta época del año. Tenía que rebelarme contra mis propias inercias inmovilistas así que, qué mejor que vestirme de fosforito como los gilets jaunes (chalecos amarillos) del país vecino, líderes indiscutibles del tour del porvenir chungo y de la clasificación de las pelotas de goma volantes.
Pero yo no estoy por la gresca, y desde luego tampoco mis piernas parecen andar lo suficientemente finas para, en caso de carga policial, poder salir con bien del trance.
Los primeros minutos, con este frío ya propiamente invernal, son los peores. Como los motores viejos, el mío no va. Me miro reflejado en un escaparate y pienso en esos campeonatos de ultraveteranos, en los que ya bastante hacen con seguir de pie tras apenas 60 metros de fogosidad atlética. Y a mí me queda por delante toda la sesión.
Mal que bien, voy consiguiendo convencer a una pierna, y luego a la otra de alternarse ordenadamente en la pesada tarea de hacerme avanzar. Es una lucha constante pero, poco a poco, me voy acercando a Oira, uno de los primeros puntos críticos, y más tarde, ya estoy por fin atravesando el embalse de Velle por la presa homónima.
No suelo ir casi nunca por ahí, pero hoy, al ser por la mañana, decido regalarme el espectáculo de ver las aguas embravecidas saliendo expulsadas en inmensos chorros de espuma blanca hacia la libertad. Es una estampa que debería motivarme, y hacerme sentir a mi también poderoso, pero como que no.
Echo de menos al pasar, eso sí, el típico arco iris que se forma en la neblina de las cataratas famosas del mundo, Victoria, el Niágara, el Iguazú... Pero luego me acuerdo que es el símbolo de la comunidad gay, y que tradicionalmente muchos de ellos solían, y suelen, citarse por aquí. Mejor no tentar a la suerte, me digo, y pienso en otra cosa.
No sé si esto es o no un chiste homófobo, pero tampoco creo que por ello pierda algún día de presentar ninguna gala de los oscars.
Ya casi he atravesado la presa, y el parque de generadores, con su zumbido característico, me espera al final del recinto. Ya sé que no va a pasar nada, pero el ruidito de marras sobrecoge.
Dejo atrás la presa, y regresa una gran sensación de fatiga, que me obliga a bajar el ritmo. Lógico. Si la presa de las tres gargantas en China ha podido ralentizar la rotación terrestre, sería de tontos pretender que la de Velle no hiciera otro tanto conmigo.
Tiro hacia el parque de la Lonia, y para ello me papo una buena cuesta por la que discurre un sendero en estado deplorable. A veces parece que tuviera que elegir entre un esguince y el caer bastantes metros por un terraplén contra los cantos rodados emergidos del lecho del rio, pero afortunadamente, la poca velocidad imprimida a la tarea, ayuda bastante a la hora de gestionar los riesgos.
Doy tres vueltas al parque, nada más que por cubrir el expediente kilométrico, pues aburrido lo es un rato, por allí no pasa ni un alma, y en la última, cuando ya me dispongo a abandonarlo, noto que la pierna derecha, la de la lesión, comienza a dormírseme. ¡Pues sí que estamos buenos!
Salimos de Guatemala, como quien dice... Esta no es forma de correr, me reconvengo. Esto no lo permiten las leyes de la santa madre iglesia. Voy a volver a cargarme la junta de la trócola.
El sufrimiento por tanto, pasa a convertirse en tortura, y así desde el kilómetro 5 hasta el 7 y medio. Toda la gente con la que me crucé en ese intervalo debió pensar lo mismo: ¡Pobre tullido!¿A dónde va arrastrando así esa pierna?¿Será de nacimiento?
Así es la vida. Todo aquello que más te gusta, más tarde o más temprano acaba haciéndote perder la dignidad. Pero, aleluya, a partir de un cierto momento, ya enfilando las termas de la Chabasqueira, el problema desaparece. ¿Serán los vapores minero-medicinales? ¿Serán las miradas curiosas de las jovencitas de 60 años que las abarrotan?...
Aprovecho entonces para que el trayecto de ida y vuelta al Tinteiro me sirva de entreno verdaderamente provechoso, marcándome unos ritmos algo más desahogados. Un envalentonamiento que posteriormente se revelará como fatal.
Ya voy por el kilómetro nueve y me hago una tripleta de cuestas fuera de programa, apartándome un poco del recorrido oficial y habitual, para que este vigor recobrado no quede incorrupto. Pero, ay, el cuerpo vuelve a protestar, y esta vez utiliza una fórmula, en absoluto respetuosa ni civilizada. En cosa de un momento todo tipo de incontinencias fisiológicas, menores y mayores, me asaltan.
La situación no es tan dramática como para no llegar a casa entero y sin perder la buena reputación, pero la cosa va a andar justita. Sin más dilación pues emprendo un regreso a casa contrarreloj, pero, naturalmente, condicionado a mantener una velocidad de bajas revoluciones.
Es entonces cuando por el rabillo del ojo capto como se me acerca un chalado a toda pastilla, un aborto de keniata, que sin duda, pretende aprovecharse de mi eventual fragilidad fisiológica, para hacerme una pasada rasante y arrancarme las pegatinas. Él es Maverick, a los mandos de un F-18 supersónico, y un servidor, el atolondrado vigía de la torre de control del portaaviones de Top Gun. Pero no, al llegar a mi altura, echa el freno, y acompasa sus andares a los míos. Se trata de alguien conocido me digo. Miro, y veo que no es otro que
matogrosso. ¡Ni a mi propio hermano gemelo había podido reconocer, agobiado como iba con mis muchas penalidades! Su gorra fosforita, calada hasta las cejas, también me lo había impedido. ¡Qué perra tenemos hoy con el color fosforito!
Nos despedimos. Él acaba de salir, y yo ya estoy dando mis últimos coletazos. Solo me falta la peor parte, pasar por delante de las terrazas del centro comercial, como ya he comentado antes, estando en mi estado.
Subo las rampas previas, y al final de la última, un chucho feísimo, malencarado, a diferencia de su dueña, que está de buen ver, posa su mirada en mí. ¿Querrá atacarme? ¿Me morderá? ¿Irá el domingo al Bernabéu con todos sus otros amiguitos subhumanos de las barras bravas? ¿Sós un boludo?
Paso de él y él pasa de mí, y cuando me quiero dar cuenta, he dejado atrás las cafeterías y sus corrillos de gente fumando y tomado el vermú, a los que poco o nada les interesa un matao quemando suela. Y curiosamente, los problemas gastrointestinales quedan atrás también.
Son los mejores momentos. Desde ahí hasta casa voy ligero, como arrastrado por el viento, grácil y armonioso. Ahora, casi me da pena tener que terminar.
En el semáforo de enfrente del portal, cinco niños ataviados con chalecos amarillos esperan a pasar, y junto a ellos me detengo, y detengo a su vez al Ciripolen.
Seguramente todos los que esperan del otro lado se habrán sorprendido por la inusitada concentración de indumentarias fosforitas, pero no hay nada de que extrañarse. Siempre fue así. Lo que es la moda en París, acaba siéndolo en el resto del mundo.
En resumen 12,19 kms en 1:22:44.
Ya con la carreira do Nadal y la San Silvestre en mente.
A partir de ahora el frío empieza a ser ya un factor a tener muy en cuenta.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.