Dom, 09 Dec 2018, 3:35
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Quinto año del gato. Día 148. (1 de diciembre)
Hay una parte de mí que es curiosa, aventurera, deseosa de novedades, ansiosa por ir a ver qué hay en todos esos lugares sin chincheta en el mapa. Y hay también una parte leal, amiga de los rituales, de las repeticiones, de lo conocido, como el niño que quiere que le lean el mismo cuento una y otra vez. Ambas partes conviven perfectamente y se reparten la custodia de mi ocio. Aquélla me lleva por caminos inexplorados y me descubre el mundo, ésta me invita a regresar de cuando en cuando a pisar las huellas que dejé tiempo atrás. La mano izquierda busca y marca en el calendario nuevos destinos, la derecha recuerda y anota las citas fijas: Copenhague en septiembre, la Behobia el segundo domingo de noviembre, Ginebra el primer sábado de diciembre.
Igual que a las viejas melodías que siempre se oyen con gusto, volveré a ellas mientras me siga divirtiendo.
Uno de esos relatos que escucho sin cansarme es el del asalto fallido del Duque de Saboya a la ciudad-estado ginebrina hace más de cuatro siglos, y de cómo en la noche más oscura del año sus tropas fueron rechazadas por los habitantes, de Isaac Mercier cortando la cuerda del portón, de Mère Royaume arrojando una olla de sopa hirviendo sobre los atacantes que subían (esto es,
escalaban) los muros. De esa batalla hoy nos queda el cantón integrado en la Confederación Suiza, el himno que recoge la historia, la marmita de chocolate que aplastamos a la voz de
¡Así perecieron los enemigos de la República! y comemos, la celebración por las calles, la Course de l'Escalade.
No es una carrera al uso. Dura dos días normalmente, tres cada lustro con una prueba añadida, llamada con ironía la Course du Duc. Cincuenta y seis salidas diferentes, cuarenta y siete mil participantes, más mujeres que hombres, seis mil niños, nueve mil inscritos para la caminata, tres mil disfraces registrados (éramos muchos más con los que doblábamos), la élite africana y la estrella local Julien Wanders. Ningún coche pitando, ningún paisano protestando, ningún padre sobreprotector acompañando a su hijo de la mano. Ésas son cifras. La organización, el público, el ambiente, la fiesta, los detalles, la implicación, el civismo, las bandas de música, el buen humor, la paciencia, las sonrisas, la acogida, sólo son palabras. Como
gracias, otra palabra.
Nuestro turno era a la hora del almuerzo, a las dos y cuarto de la tarde. Ejerciendo de chicarrón del norte fui de camiseta de tiras y pantalón corto, y el gorro de Nueva York para localizarme en el vídeo. La duda no era el frío sino mi estado: el pico de forma es como la amistad, o se cuida o se pierde. Lo que me dio el maratón, el viento de la pereza se lo llevó. Aun así, pensé que era el momento de probar.
Y aunque L'Escalade no tiene de tal más que el nombre, sí guarda algunas cuestas cortas e intensas y losas tramposas y curvas cerradas. Y empieza subiendo. Encontré mi ritmo, lo mantuve con una dieta de suspiros, aplausos y frases de autoayuda, aguanté valientemente. Iba con cuidado por los adoquines. Si no voy más rápido, decidí, le echaré la culpa al empedrado, el del casco antiguo de Ginebra. Iba lo bastante rápido, en cualquier caso. Superb Daniel, allez Daniel, bravo Daniel! Sólo son palabras, pero me empujan como si fuesen brazos. Los espectadores golpean las vallas rítmicamente, tocan campanillas, gritan, les devuelvo los ánimos. Una, dos, tres vueltas y a meta. Una última aceleración, levanto el puño en alto, la satisfacción.
He batido la marca del año pasado, he corrido como hace dos. ¡Sí! Me ha costado, pero siento que ésta es una victoria contra la decadencia, contra lo inexorable, me siento bien, me siento joven. ¡
Soy joven!
Y después, por regodearme, reviso los resultados históricos, y hallo, oh broma cruel, que me había equivocado, que ésta ha sido mi participación más lenta, no es posible, no lo acepto, repaso los registros anteriores y compruebo, como Jorge Manrique, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Soy retablo, carcamal, matusalén.
Entre tanto, las carreras continuaban. Y quedaba mucho fin de semana por delante todavía.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones