Mar, 23 Out 2018, 19:52
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Quinto año del gato. Día 107. (21 de octubre)
Pues anda que no hay diferencia. Es igual que en el ciclismo: al que cierra el pelotón le suman el mismo tiempo del ganador, en cambio, si se descuelga un pocos, lo penalizan con varios minutos. Lo mismo: si ruedo, paro y después corro, tan sólo habré hecho una triste carrera a ritmos muy pobres (con un calentamiento previo), fatal, pero si engancho ambas partes las convierto -¡tachán!- en una estupenda tirada larga al paso adecuado de maratón, excelente.
Estuvimos de café y foto de equipo, saludé a conocidos, y a las diez y treinta y cinco, calculando con exactitud la jugada, empecé a trotar. Probando el atrezzo que he de llevar el día D: el móvil en el brazo, la riñonera, geles, sales. El diablo está en los detalles. La tarjeta del metro la imaginé. Como fantaseé que los puentes de Pontevedra eran los de Verrazano-Narrows, Pulanksi, Queensboro, Willis Avenue, Madison Avenue.
Eran las once y yo seguía dando vueltas para completar los cinco kilómetros iniciales. Partió el grupo, los galgos, los veloces, los normales, los lentos, los despistados, una pausa, Tiojuan y otros dos cambadeses, un hueco, Montse. Ya recogían las vallas cuando pisé la alfombrilla de salida, tarde y persiguiendo a los procesionarios como en una escena de Berlanga que no logro situar. Sin prisas, intimando con un chaval de O Carballiño (¿o de Carballido?) muy majo.
Contándonos batallitas deportivas y proyectos futuros fuimos juntos un rato largo. En el furgón de cola los aplausos son más especiales. En los cruces me animaban los compañeros, desde el público escuchaba gritos con mi nombre, y así pasé ante el compañero por muy popular y con don de gentes. Realmente estaba disfrutando mucho de las sensaciones, de la tranquilidad y de la conversación con Fran, hasta que le invité a irse y no frenarse más por mí.
Ya había alcanzado y dejado atrás a Isaías, Moncho y Montse, en similar aventura extendida, así que uno de los cuatro iba más rápido de lo que debía. En efecto, camiseta que veía, camiseta que pedía ser adelantada. (Andrés61 gastaba camiseta y por eso también). Por suerte me uní a Juanjo y Eva y me moderé. Nada me dolía, todo marchaba bien, charlábamos.
Los kilómetros no pesaban. Casi sin querer llegamos al trece: la mitad ya, pensé, y a ellos les faltan dos tercios todavía. A partir de ahora haré siempre distancia de más para que parezca menor la restante, qué idea genial.
Catorce, quince, dieciséis y sin problemas. Imaginaba barrios, Staten Island, Brooklyn, Queens, Manhattan, Bronx, Manhattan de nuevo, imaginaba bandas de música. Tenía que imaginar mucho, la verdad, el ambiente era el que era. Cuando Eva aflojó me despedí, y avanzando encontré a Nando renqueante. Estaba por retirarse pero se vino conmigo (no sin echármelo en cara), y otra vez acompañado y hablando, que no recuerdo una carrera tan social, nos acercamos a la meta.
Nando se hizo a un lado por agravamiento de la lesión y continué solo. Atrapé a Celina. A punto de entrar en el estadio noté una presencia, el viento me trajo el olor de la fiera, era Moncho lanzado en mi persecución. Aguardé por él, caballeroso, y en las pistas apuramos para coger a Gondomar -mi tocayo bueno- y Sandra, enhorabuena, y no respondí al sprint, canallesco, por no romper nada. Ése es mi lema actual: que no rompa nada, que no rompa nada.
En total fueron veintiséis kilómetros y dos horas y veinte minutos. Moncho sobrado, Montse eufórica, Isaías arrebatando el globo a la liebre y guiando a las masas, yo sin molestias serias.
Nuestras tiradas, las marcas de Maseda y Sonsuso, la de Óscar, el trofeo de Laura, la comida. Una gran mañana.
¿Que si me veo acabando el maratón? ¡Sííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííí...!
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones