Dom, 29 Abr 2018, 17:44
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Día de sensaciones contradictorias ayer.
Llegamos
matogrosso y yo a
Santiago, y pocos minutos antes ya había comenzado a llover. Malas noticias para las kiprono, desde luego. Ya nunca más serán puras y virginales, pensé con paternal preocupación.
Pero bueno, la
Santyago10k, no es una carrera cualquiera. Es una carrera de postín. Pasa por la universidad, se le ve que es de “posibles”, y acaba con pompa y boato a las puertas de una iglesia (catedral, para más señas), con toda la familia del running allí reunida en amor y compañía.
Esta vez no haríamos vídeo, correríamos los dos. Otros años no había salido muy bien la película, no se sabe muy bien si debido a la poca luz, a las pocas luces, o a una peligrosa combinación de ambas cosas.
Y nada más bajarnos del coche, empezamos a encontrarnos con foreros.
Lihto y
Pequeña Criatura, a menos distancia, muchísima menos, de la que suelen hallarse en el fragor de las carreras.
Saludamos a esta última, y en su rostro detecto cierta preocupación. Digamos que está como el día, con pocas ganas. Habrá que volver a enviar a nuestra camarada en misión secreta a
Mallorca, a robar el microfilm de sus vacaciones a las parejas de jubilados teutones, que aquí se nos deprime.
Las bromas y chascarrillos corren como la pólvora, pero hay que coger los dorsales y el tiempo apremia. Afortunadamente, la gestión de su entrega por parte de los voluntarios, es de sobresaliente.
Seguimos pues, y tras un breve calentamiento, más breve de lo recomendable, nos dirigimos a la rampa de lanzamiento. El ambiente es espectacular. Música a tope, luces de colores girando enloquecidas, muchas pupilas dilatadas. Solo faltan las go-gós desconyuntándose a golpe de cadera, y una fetua a los calcetines blancos, para que la discoteca sea entera y vera.
Pero entonces viene la cuenta atrás, y con el bocinazo, se acaba eso de flipar en colorines. Es el momento de que rujan los motores.
Empiezo alegre, con energía, cuando nos comunican por megafonía que una inmensa mancha de aceite nos aguarda a pocos metros. Que vayamos con cuidado. Safety car. ¡Y un jamón safety car! Aquí todo el mundo sale subiéndose a los pianos como siempre.
Y entonces empieza a haber cuestas. Hacia arriba, hacia abajo, y hacia Cuenca. Hacen algo de pupa, sí, pero no hay daños estructurales de los que lamentarse, con lo que sigo adelante con todo el trapo desplegado.
En el cruce de aguas, donde la corriente de galgos, el jet stream, se encuentra con la más densa masa de trotones, es cuando las posiciones de carrera ya se empiezan a definir, y las archirrivalidades toman cuerpo.
Una pareja de grandullones, hombre y mujer, eso sí, bien torneados, me saludan con un hola serigrafiado en la espalda de su elástica, y decido corresponder a su buena educación, ofreciéndoles mi hospitalidad, cual señorita de compañía, durante los próximos kilómetros. También les ofrezco mi hostilidad competitiva con varios adelantamientos e interiores in extremis, aprovechándome, como es lógico, de mi mayor maniobrabilidad.
Es una lucha divertida, pero mi pierna derecha me envía un aviso. El sóleo me empieza a cantar como la rueda de un carro herrumbroso. Oh sóleo miiioooooooo!
Me veo obligado a correr menos verticalmente. A hacer más centrocampismo, como en los rondos de la Masía. Vaya por dios.
Yo quiero futbol inglés. Patadón, y a romperse los cuernos en el área.
Pero entonces el dolor remite. Y es cuando veo pasar a una chica que también lleva una leyenda en su espalda en varios idiomas. Sígueme, si puedes. Sígueme se podes. Follow me if you can, y así unos cuantos más…. Falta el asturianu, pero, en fin. Nadie es perfecto.
Y nada, allá vamos, me dije. Fútbol inglés. You’ll never walk alone.
Sin embargo su velocidad de crucero es muy superior a la mía, y para evitar males mayores la dejo marchar, y salirse con la suya.
No pierdo eso sí la esperanza, la verde esperanza, intraducible al esperanto, de atraparla más tarde.
Así que bueno, entre pitos y flautas ya estamos en la Alameda, y allí, no sé si por el suelo terroso, más favorable a mis condiciones, o por los efectos homeopáticos del botellín de agua, con una dilución a la milmillonésima de babas resecas, recupero mi vigor juvenil, y me lanzo de nuevo a la aventura del saber. Todavía queda mucha novela que leer en las espaldas sudorosas de la gente.
¡Cuánto se aprende en las carreras! Y eso para que luego digan que los runners, y sobre todo los maratonianos, lo que tenemos es “titulitis”.
Pasan unos momentos en que estoy falto de alimento para mi cerebro, y el fugaz paso por el parque toca a su fin. No me gusta correr con la mente en blanco. Necesito caña, sensaciones, soy un drogadicto de las emociones fuertes. Pero nos han dicho que cuidado con las rayas blancas, que se resbala.
Entonces el globo de los 50, con la barahúnda asociada, muy chillona y alborotada, me da alcance, y encuentro al fin una causa en mi vida por la que luchar. No dejaré que me rebase tan fatídica cifra sin presentar batalla, y así, pongo a toda máquina, con sonido de carraca y tilín final, a mi vetusto vapor.
Surcamos los mares con buen viento, no tanto así para el pobre
matogrosso, que se ha dejado una pierna, y la yema de la otra, en los vericuetos del parque, y sin darme cuenta lo adelanto.
Más tarde me dirá que me vio exultante, cual delfín subido a la ola que el trasatlántico de los “Cincuenteros” provocaba. Saltando en la espuma de los rompientes, precediendo feliz y pizpireto a un monstruo de la ingeniería naval. Y en parte era cierto, pero también los kilómetros, y ya no te digo nada las millas náuticas, empezaban a pesar.
Las “kiprono”, de suela escasa, no están pensadas para el taconeo, el claqué en losa de granito, bañada en frío, de un trotón venido arriba, con lo que, con el inicio del callejeo en el casco viejo, sentí que mi poderío había irremisiblemente comenzado a menguar.
Tiro de honrilla y logro abrir hueco con el globo y su “rave” de autosugestión. Algunos runners caen en el intento, pero otros, que están vaciando ya sus cargadores hacia todo lo que se menea, y que no quieren dejar aplauso del público en pie, me obligan a buscar refugio en los exteriores de la trazada.
Es el kilómetro final, y ya nadie respeta a nadie. Me he metido en un avispero, pienso. Con lo bien que se iba en el globo, envuelto en el anonimato y la impunidad de la manada…
Pero no hay mal que cien años dure, y las torres de la catedral, deslizándose por entre los resquicios de la noche, asoman ya por fin sus fantasmagóricos capirotes. Gigantes atalayas desde las que nos contempla la historia, el correr de los tiempos, con poco menos que perplejidad.
La entrada en el
Obradoiro es un caos controlado, a duras penas, de luces, zancadas a destiempo, humo de endorfinas y suspiros de alivio. Ya solo corre el sudor. A ambos lados, las vallas de emesports son un improvisado hospital de campaña, espinazos doblados, miembros retorcidos por el dolor, donde la propia infantería, lleva a cabo escalofriantes amputaciones de chips sin anestesia.
La guerra ha terminado y una columna de prisioneros nos dirigimos hacia las carpas de la organización, donde firmaremos nuestra rendición a cambio de una filloa caliente que llevarnos a la boca.
Es entonces cuando me encuentro con
matogrosso, y me cuenta para mi sorpresa su via crucis personal, las penalidades por las que atravesó para seguir vivo en la competición. Tercera carrera, de siempre, en la que le gano. Esta vez, sin disparar un solo tiro.
Y con esas hacemos los honores y nos despedimos de
Pequeña Criatura y su séquito, de la villa santiaguesa y sobre todo, cómo no, de sus monumentos. De los de piedra y de los que nos dejan de piedra. Una carrera ciertamente con un ambiente y un escenario difícilmente comparables a nada de lo que por aquí estamos acostumbrados.
La
Santyago10k pues, no es menos historia ya, que la del pórtico del mestre Mateo, o los jardines de Fonseca. Si acaso no pasará a sus anales, pero eso, si se me permite, ya no es materia en la que yo desee profundizar. Al fin y al cabo, cada carrera es y deja de ser, a los dos o tres días, el mayor espectáculo del mundo, la más alta ocasión que vieron los siglos, los mejores juegos olímpicos de la historia, con una facilidad pasmosa.
Al menos de esta me llevo un merecidísimo reconocimiento de la curia compostelana, a los pies mismos de esta sede apostólica, santo y seña de la cristiandad, al haber sido ordenado “conejo” y concedida la potestad de “no” perdonar las lesiones ajenas.
Qué diablos, si lo único realmente importante es acabar la carrera con bien…
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.