Mar, 06 Xuñ 2017, 21:35
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Tercer año del gato. Día 332. (3 de junio)
Había un plan. Muerto como un plan urbanístico anulado, risible como el plan nueve del espacio exterior, fracasado como los planes del Coyote, inviable como un plan de pensiones sin ingresos, inacabado como los planes quinquenales soviéticos, ilusorio como un plan de fuga de Alcatraz, así estoy yo sin ti.
El objetivo no era Caminha, Caminha era sólo un medio y no un fin en sí mismo. El objetivo es el maratón de Nueva York. Dentro de diecisiete meses, sí, pero es este año cuando debemos lograr una marca para acceder al dorsal, y esta carrera portuguesa se antojaba propicia. Montse tiene que bajar de una hora y cuarenta y dos minutos, mi umbral es la hora y treinta y dos. Muy complicado. En realidad ella era la que iba a por la acreditación, para mí ese registro es (casi) tan imposible como meterme un pie en la boca y devorarme hasta desaparecer. Aun así el entrenador tiene razones que la razón no entiende y ordenó igualmente salir a darlo todo y a ver qué pasaba. El colapso, eso pasará, refunfuñé.
No habría de fallar por carencia de azúcares: la ocasión requería doble surtido de napolitanas de crema y pasteles de nata. Tampoco por calentamiento, que por una vez fue merecedor de tal calificativo. Y para el apoyo logístico y motivador habíamos apalabrado la presencia de sendas Tortujas. Y allá fuimos.
Caranquexo arrancó como un estilete penetrando en la carne y yo salí detrás aprovechando los huecos antes de que se cerrasen las heridas, y a mi lado se vino Lihto. Como Jose corre por libre de liebre y que le siga quien pueda, lo tomé como referencia a un par de zancadas de distancia. Llevábamos el paso perfecto, entre 4'25" y 4'30" min/km al comienzo y más rápido después. Me encontraba cómodo pero no holgado, sabía que estaba yendo cerca de mis límites y faltaba mucho por andar.
Ángel cantaba las previsiones siempre optimistas que yo agradecía, aunque no me cuadraban las cuentas. Poco a poco el Garmin se alejaba de los kilómetros reales y tenía que ajustar las cifras. En el cartel del diez crucé en 44'15" (ritmo de 4'24" por mi reloj), lo que multiplicado por dos más otros cuatro minutos largos del veintiuno más cien metros y algo de propina...
Todavía llegué al inicio del quince sin aflojar, si bien ya a tirones que desaprobaba Lihto. Josiño continuaba abriendo camino, una ambulancia despejando el tráfico. De frente, más rezagados, Juan y Montse codo con codo cumplían con su parte.
El cansancio y las cuestas empezaban a pesar. Quizás habría podido con ellas, espoleado por los insultos animosos de los compañeros, pero se levantó un viento maligno, un viento con aviesas intenciones, un viento cabrón y persistente, muy lusitano, del Cabo de São Vicente por lo menos. Aquello no era un simple tornado, era un sharknado y sobre las cabezas caían bacallaus.
¡Hay que buscar archienemigos!, gritaron las dos co-liebres, ¡es nuestra única esperanza! Caranquexo se lanzó tras un padre con niño y carrito al que le había cogido ojeriza desde los primeros momentos. Sin tanta rabia ni prisa haríamos lo propio más tarde. No alcanzamos en cambio a una camiseta amarilla que también figuraba en la lista de rivales.
Subíamos contra Eolo arrastrando los pies y ya di por perdida cualquier opción de milagro, que nunca fue más que eso el intento, y quise relajarme. Ángel, haciendo honor a su nombre, no me lo permitió, no dejó de esperarme (y de soltarme improperios). Y aunque no paró de soplar, un mínimo descenso y la recta final dieron el respiro necesario para no hundirme por completo, recuperar energías y entrar en meta esprintando para bajar de la hora y treinta y cinco. Que no se parece a lo que soñaba pero es mi segunda marca y en estas fechas tan señaladas me llena de orgullo y satisfacción.
¡Gracias, Lihto! ¡Gracias, Jose! ¡Gracias, Juan!
Porque me quedé en la alfombrilla aguardando por Montse y vigilando el cronómetro, confiando en que lo lograría, y los minutos corrían, ay, corrían más que ella. Y apareció Juan en solitario, explicando que se le había rendido y dado permiso para tirar, y al rato desfiló Montse, con una hora y cuarenta y cuatro, su mejor tiempo de siempre.
Lo que nos faltó, ese poquito, es lo que el viento se llevó. Y por no tener que jurar que no volveríamos a pasar hambre nos fuimos a cenar en grupo con camarero guasón.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones