Lun, 27 Feb 2017, 20:43
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Tercer año del gato. Día 235. (26 de febrero)
Ay, si no fuera por estos momentos.
Yo no soy malo, es que me han dibujado así. Un poco rencoroso, de guardármelas, y, si puedo, devolverlas con ironía. Esperaba esta carrera desde que hace un año me descalificasen (y rehabilitasen después) por ir disfrazado y llevar el dorsal en la espalda. Si no quieres caldo... Decidí insistir de nuevo con el tema, a riesgo de contar un chiste privado, y me vestí de hombre invertido (quizás no es la palabra más adecuada), vuelto hacia atrás por completo.
No siendo habilidoso y no teniendo niños con los que practicar manualidades, la cosa prometía salir mal. No había ya tiempo para suscribirse al canal de Art Attack. Pero con imaginación, improvisación, atrezzos del chino y algo de hilo y cinta, compuse una figura más o menos lograda y, confiaba, alusiva al asunto.
Como necesitaba una camiseta lo bastante ancha para cuatro brazos escogí la más grande del cajón, que casualmente era la de la invasión a Balaídos. Inocente de mí. ¿Tengo acaso la culpa de que, además, el Dépor perdiese cuatro a cero el sábado y estuviesen los ánimos soliviantados? Disculpad pero no me preocupo de esas rivalidades menores, igual que ignoro quién golea a quién en el derby entre Pinto y Valdemoro. Mi caracterización no era la de aficionado céltico, pese a algún
Vigo no que me soltaron. Tampoco de señor desconocido. Iba únicamente de corredor al revés, por crearles dudas legales a los jueces de la Federación y hacer que se ganasen las dietas, y si hubiera estado en un desfile de comparsas de fantasía con aspiraciones artísticas y nombres pomposos tal vez me habría definido como
Alegoría de la terquedad.
Pelo en el lugar del rostro, careta en la nuca, zapatos en ambas direcciones, extremidades de corcho en la retaguardia. Dejaba la pensión de tal guisa ataviado y una de las limpiadoras dio un respingo al encontrarse de pronto con la niña de
The ring por un lado de la cabeza y el Fantasma de la Ópera por el otro.
Sacamos unas fotos y nos acercamos al Obelisco. Di unas zancadas. Hum. Tendría que haberlo probado todo antes, pero ¿cómo iba a salir por Carregal con peluca y miembros postizos? Bastante desconfiados están ya de mis actividades nocturnas. Ahora lo comprobaba en directo: las gafas de sol por los aires, los pies postizos llagándome la tibia, la máscara saltando. El resto bien, es decir, molestando y aguantando en su sitio, y es que si hubiera querido estar cómodo todavía permanecería en cama.
Soluciones de urgencia. Los zapatos de plástico, que daban el toque final de calidad, tuvieron que quedarse en una papelera. ¡No lo consiguieron! Quité las gafas, las puse en el cuello (entiéndase, en la nuca) y con ello descubrí los ojos falsos de muy inquitante estrabismo. Y la cinta de la máscara la enganché debajo de la nariz a falta de otro apéndice más apropiado.
Calenté un poco con Khene y sus Mapomas y lo tomé de liebre, me coloqué cerrando el grupo para no molestar con las ortopedias, y justo cuando arrancábamos apareció el jefe de todo esto, el Admin himself. Primeros metros, primeros adelantamientos, primeras risas. Mira ése, hay que tener humor, vas al revés, eres un crack. Pero principalmente: ¡ay, qué susto! Tan acostumbrados a que nos pasen coronillas con capilares (los calvos, por algún motivo, son más rápidos y ya hace rato que van delante), causaba impresión ese rostro espectral vigilante. La cara blanca, los ojos saltones y causando grima, así debe de ser el día a día de Christopher Walken.
Como en natación sincronizada. Idea, un ocho. Dificultad técnica, un ocho con cinco. Ejecución, un cuatro. Los brazos, mal sujetos con un cosido apurado, tenían vida propia, lo que podría dar realismo si no tendiesen también a caerse por el costado. Por dentro de la camiseta intentaba recolocar la espuma y no acertaba con ella en el hombro opuesto. Que la mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha.
¡Y un calor! Una humedad, una asfixia, y el roce de la banda en el bigotillo, y el correr sin balanceo. Sacaba la muñeca por el dobladillo, ya entumecida, y entre la maraña de cabellos intentaba ver cuántos kilómetros llevaba. ¿Cómo, tan pocos? Ay, ay, ay.
Abandoné a Khene. Y según iba avanzando posiciones, notaba una especie de cambio de estrato social en el pelotón, una actitud distinta en los participantes. Los comentarios jocosos del comienzo eran menos, la gente iba concentrada y en silencio, y las bromas empezaban a escasear hasta desaparecer, como si la velocidad fuese algo serio que no se puede confundir con el tocino. Por suerte desde el público continuaban llegando aplausos, y también de algún colaborador. Gracias.
Mientras, en cada control me giraba y con peligro para mi integridad y la de los que se hallaban cerca cruzaba en modo retro-running para que la alfombrilla detectase el dorsal. Y, no lo negaré, para hacerme notar. Estaban los jueces con sus chalecos naranjas y su aburrimiento y era llegar yo y despertar y rascarse la mollera. ¿Qué artículo del reglamento es aplicable aquí?
Con los brazos quietos y las manos en el vientre, dos horas agarrándolo, fui más consciente que nunca del estado de mi estómago: orondo. Empapado en sudor, frío, blando, resbaladizo, redondo, era como estar acariciando un pulpo. Vemos la faja en el ojo ajeno y no vemos la barriga en el nuestro. Podemos estar de espaldas a la realidad, pero si de pronto se nos ocurre correr de espaldas entonces la realidad nos golpea de frente.
Pequeños problemas logísticos se añadían. Los voluntarios ofrecían agua a la altura reglamentaria, demasiado alta para mí. Y si lograba coger una botella y doblarme y mojar la boca, tragaba pelos en el proceso. Era interminable aquello, sobraba media media. Había incluso un muro maratoniano.
Viene Sonsuso, hola, hola, uno de espantajo y uno con camiseta moscovita, fue un momento friki. Él y Kurty y Extremeñeiro y Norris me reconocían, ¿no se supone que voy con una melena negra en la cara? Me repeinaba para taparme pero a esas alturas se habían abierto las puntas y vuelto lacios los rizos y perdido el brillo y volumen de antaño. Y como me temía, al buscarme esta mañana en las fotos he comprobado espantado que se me veía todo, y me sentí desnudo, como una famosa de las que despellejan en Cuore (la única revista que te sube la autoestima) con zooms a sus zonas íntimas pilladas en descuido.
Y ello sin desatender el crono, marcando el ritmo para terminar en la hora y cuarenta y cinco prevista. Que por lo del decalaje y eso se fue un minuto por encima, y moralmente varios por debajo. Os digo que no fue fácil. Y entré en meta siendo ovacionado y en el último retro-running atropellé a uno que se había parado a celebrar. No sólo Sergio Sánchez venció, muchos más fueron, fuimos los que ganamos.
Después vendría la compañía, la comida, las charlas de Sanmikel, los cafés, el fútbol y el gin-tonic. Y después del después, o sea, el lunes, unas agujetas y unos dolores tremendos. Por no estirar.
Ah, y no estoy descalificado.
P.S.: A Coruña mola más que Vigo. Por lo menos como turista ocasional.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones