Sáb, 25 Feb 2017, 12:01
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Sr.
Andrés61, voy a recordarle algo que usted y yo sabemos, que todos en este mundillo sabemos, pero que a algunos les gusta o conviene olvidar, y que es que el running es una droga.
Sí, señor, una droga. Droga legal, pero droga al fin y al cabo. Y si no me cree léase todos esos estudios científicos que detallan el efecto que tienen en el cerebro las endorfinas, similar al de los opiáceos, cuando nos metemos un chute de kilómetros.
Debería saber por tanto que con las drogas no se juega, y debería saber aún más cual es el verdadero peligro de ellas. De modo que hágase un favor y no caiga en la trampa de ir aumentándose progresivamente las dosis. No quiera usted viajar al otro lado del espejo, sigue estando usted solo pero del revés.
Hay mucha gente que ama el maratón. El maratón es la última frontera, dicen. Un territorio exclusivo solo para elegidos. Pues bien, rebatamos esa falacia una vez más. Un maratón lo puede terminar hasta Perico de los palotes. Los que no pueden por facultades rellenan los huecos con terquedad, y listo. Es así como año tras año, ancianos y ancianas, cojitrancos y cojitrancas, asmáticos y asmáticas, se suman en tropel al palmarés de esta “mítica” prueba. Not for me, for sure.
Y con todo, pese a haberse masificado y haber hecho fortuna, no deja de ser una cosa antinatural y hasta nociva. El cuerpo humano no está diseñado para correr de manera espontánea una distancia superior a los treinta kilómetros. Originalmente, en la prehistoria, los cazadores recolectores debían moverse por una extensión de terreno en la cual encontraran su alimento, las pieles con las que vestirse, la leña con la que calentarse, sin que ello les obligase a esfuerzos extenuantes que les pusiera a merced de sus tribus rivales o depredadores. Para estos antecesores nuestros la clave de la supervivencia se hallaba en el superávit, obtener más recursos del entorno de los gastados en conseguirlos.
Esta premisa, como bien se ve, no se cumple con los corredores de maratón, para quienes la relación energética entre calorías perdidas y ganadas siempre arroja déficit, y ello se debe a una degeneración cultural de los tiempos modernos, por la que se asume que los recursos son ilimitados y que su disponibilidad es total. Pero el organismo, que básicamente sigue siendo el mismo que hace miles de años, no sabe ni entiende nada de esto, y hace sus propias cuentas que acaba cobrando por otros medios.
El running rejuvenece, y por eso cuanto más haga mejor. Pues mire, no. Tal vez su aspecto físico mejore un poco al eliminar la grasa sobrante, pero piense que con ella se van también, por el mismo sumidero, colágenos y un sinfín de sustancias beneficiosas que arden en la misma pira.
Pero como ya le comenté el peor daño es a nivel mental. Usted habla de entrar en el Olimpo, y yo lo único que veo es el purgatorio. Un lugar del que todas las almas condenadas regresan mansas como corderillos. Y es que al fin pueden mirar a la cara a ese vecino que tiene una familia de anuncio de cereales, un cochazo y un chalet con piscina, porque ellos han hecho un maratón y él no.
Pues no señor. No voy a ser yo el que a cambio de un cofrecillo de cuentas de vidrio, medallitas y pulseritas, regale mi tiempo libre, los pocos placeres mundanos de los que aún esté en condiciones de disfrutar, y me lance ciego a ese camino de mortificación autoinfligida que es el maratón. El tiempo de zurrarle al malvado y salvar a la protagonista ya pasó, no tiene sentido buscarse enemigos invisibles contra los que ejercer el legítimo derecho al pataleo, pero que en realidad no conducen a nada, porque a lo que nos enfrentamos es a nosotros mismos, y más concretamente, a nuestra no aceptación de nosotros mismos, el peor depredador que existe de la felicidad de las personas.
Qué más le voy a contar… Usted ya sabe que el running de los coleccionistas de hazañas no es el mío. Llenar las paredes de mi casa de trofeos de grandes astas y colmillos, tan resecos y moribundos como yo, no es un fin en sí mismo que merezca mi aprobación, y ni siquiera mi complacencia.
La leyenda negra de esta carrera, el sacrificio estéril de Filípides, y la pulsión suicida que lleva encubierta, autolesiva en su versión más moderada, me produce retortijones. Leyenda falsa de los pies a la cabeza, por otra parte. El caso es que todo ese esfuerzo gregario y sin ningún asomo de altruismo que acabó dando con los huesos por el suelo del ateniense, constituyen la mayor ofensa posible a todo el compendio del pensamiento racional y elevado que surgió en esa misma época y lugar históricos.
No, yo no quiero ser heraldo de las victorias que no se disfrutan, que se cuentan para otros, que se quedan calcificadas en la memoria de las gentes y los pueblos medrosos, condenados a vivir esclavos de un éxito que, como el agua entre las manos, se escurre inexorablemente, para desesperación y locura, del sediento y del hambriento.
Todo esto escrito desde el cariño inmenso hacia este deporte, sin olvidar que jamás se debe decir "de este agua no beberé", y que nadie es dueño de su destino hasta el punto de asegurar cual será y cual no, su última morada deportiva.
Un saludo, estimado correlega, y espero haberle respondido sincera y satisfactoriamente.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.