Lun, 23 Xan 2017, 22:57
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Tercer año del gato. Día 200. (22 de enero)
De otra carrera portuguesa había escrito lo mismo: algo tendrá el agua cuando la bendicen. De acuerdo, ¿pero me podéis explicar qué quiere decir esa frase? ¿Es un elogio o una crítica? ¿Significa que es tan buena que incluso llegan a consagrarla, o que como viene con defectos intrínsecos hay que purificarla antes de beberla? Google no me ayuda. Como sea, un año más fuimos a Viana, nosotros y cienes y cienes de gallegos, todos entusiasmados menos yo que arqueaba una ceja escéptica.
El sábado vimos “La tortuga roja” en el cine, de modo que, por asociación de ideas y por acompañantes, en el pito pito colorito de mis clubs salió premiada la camiseta verde tomiñesa, aunque no faltasen los Currelas y varios Jackbauers.
Desde la Behobia no hacíamos una kilometrada larga, y aún estamos a trece semanas del maratón, construyendo la base. El preparador manda, que para eso lo buscamos, y nos dio instrucciones detalladas de ritmos y marcas finales: sobre la hora y cincuenta en mi caso, cinco minutos más en el de Montse, que protestó por parecerle muy lentos. Mira tú qué aires.
Modestamente, también tengo mi prestigio, aunque sea imaginario, y me apresuré a informar: no, hoy no puedo correr, no me deja el entrenador porque voy a Londres en abril. Y eran tantos los conocidos en Viana que lo repetía en bucle. Desayuné un pastel de nata, y después con Sanmikel y Xabi un segundo (tercero con el de casa) café y unas
torradas. Bien alimentado y tras negociar mi asistencia sólo como espectador a la próxima Palas-Melide, el calentamiento consistió en ir del bar al coche sobre la bocina para desesperación de Juan que aguardaba con las llaves. Perdona, me despisté, es que hoy no puedo correr, no me deja el entrenador...
Ya estaba formada la melé, cerca de tres mil personas, y era imposible meterse en esa marea. Nos colocamos en un lateral y con disimulo fuimos incorporándonos, enseñando zapatilla, pierna, michelín, como esas señoras que asoman el carrito del niño en los pasos de cebra y detienen el tráfico, y poco a poco comenzamos a trotar. Muy despacio, mientras no se ampliase la calzada. En ese tramo mi objetivo pachorrento coincidía con el del pelotón, y aproveché para hablar con unos y otros. Pasaba Irene: hola, es que hoy no puedo correr. Adán, cuánto tiempo, es que hoy no puedo correr. Carlos, tira que yo no puedo correr. Eh, Anita, dale que no puedo correr. Basi, Cesarin, id delante que no puedo correr. Gebrselassie, gana tú que yo hoy no puedo correr, es que estoy preparando Londres, gracias. Andrés61, no sé si te he dicho que hoy no puedo correr.
Pero Andrés iba con bronquitis y se adaptó a mi marcha, y juntos o cercanos hicimos prácticamente toda la prueba. Si veía que me aceleraba, levantaba el pie y dejaba que se escapase. En las subidas recuperaba el terreno perdido y volvíamos a unirnos, dos polos que se atraen sin ser opuestos. Hubo partes en las que tiré de él y sus carraspeos, elegantes dentro de lo que pueden serlo. Tranquilo y con mocos, doblemente flemático, se disculpaba por no dar conversación, salvo que consideremos como tal esos mugidos inquietantes. Aaaaf. ¿Estás bien? Aaaaf. ¿Seguro? ¡Aaaaf, aaaaf! Vale.
Óscar viene de frente y me grita que tengo a Basi a veinte metros. ¡Si es que hoy no puedo correr...!, le contesto. No le hago caso, sigo en mi plan. Y Andrés en el suyo: envidioso de mi fama mediática por los saludos recibidos, toma una cuesta abajo y se adelanta y además promete un cambio de velocidad en el dieciocho. Abandonado, busco una nueva referencia, y oportunamente pasa una chica colorida, de camiseta rosa y piel a juego, toda ella sonrosadita. Durante unos minutos voy detrás, pero los espectadores del puente ofrecen naranjas y cojo una, y entre pelarla y comerla (la fruta) trastabilleo y la pierdo (la joven) de vista. Del rosa al naranja, como una película de Manuel Summers.
Me duele la pelvis, no por rodar suave me libro de los achaques, pero ya vamos llegando. Se me pone a hablar un portugués veterano, que si esto y aquello, y por aprender idiomas le pregunto cómo se le llama al adoquín en su idioma: paralelepípedo. ¿En serio?
Veo que Andrés no se ha ido muy lejos, y no tiene trazas de hacer ese cambio famoso. Me despido del compañero luso y alcanzo al ferrolano, y como es costumbre pongo la voz de De Niro en “El cabo del miedo” y le digo
obrigadooooo... Sus gemidos van aumentando de nivel sin llegar a hipohuracanados. Lo animo, venga que ya estamos, y en contraprestación me lanza dos sprints a traición de los que no le creía capaz, ni por maldad ni por rapidez. Vaya zancada cuando quiere. Me descoyunto pero a estas alturas no me importa ya el ritmo previsto ni el maratón ni el paro juvenil, sólo me preocupa no descolgarme, y a cabezonería entro en meta un cuerpo al frente y nos damos cariños.
Una hora, cuarenta y nueve minutos y treinta segundos. Qué disciplinadito que soy.
Dos apuntes para ir cerrando:
Juan me comenta después que menuda carrera le dio un señor que jadeaba como un fuelle estropeado. Con la camiseta del Boimorto. ¿Sabes algo de esto, Extremeñeiro?
La juntanza posterior fue una prolongación de la media: en un restaurante sin mayor interés, una comida que ni fu ni fa, con buen trato, y el ambiente que lo pusimos nosotros.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones