Mér, 27 Xul 2016, 18:41
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Bueno, la crónica de lo sucedido este fin de semana daba para echarle una planchada de tres o cuatro capítulos más a la Biblia, primeramente por lo extenso que se haría, y en segundo lugar por lo lioso, difícilmente verosímil y atropellado del asunto.
Todo empezó en el momento de hacer las inscripciones, instante en el que como de costumbre,
matogrosso y yo hacemos el reparto de las carreras del finde, con la misma enjundia y disposición que en su día
Churchill, Stalin y Gromenauer, se repartieron el mundo en la
conferencia de Yalta.
Para mí serían la
Nocturna de Vilagarcía y la Santiaguiño do Burgo, y para el camarada
matogrosso, la
Carneiro ao Espeto de Moraña.
El problema es que tras mi último entreno preparatorio, en el que abusé de unos ejercicios de saltos (sí, me dio por ahí, será cosa de un complejo de rana, o renacuajo, no resuelto) las piernas se me quedaron a la funerala durante varios días.
Llegaba pues el sábado, y esa misma mañana ya era consciente de que, si ya malamente podía “chiquitear” al levantarme de la cama (ya no digamos andar), las 10 horas subsiguientes no serían margen suficiente que me permitiera ni tan siquiera recuperarme como para hacer un calentamiento digno.
Empezamos por tanto, el tovarich
matogrosso y yo, a mover las fronteras de los Balcanes, o en su defecto, Roma con Santiago (léase Santiaguiño). Tú coges mi dorsal aquí, y yo el tuyo allí, y entre ambos levantamos un muro que nos impida volvernos atrás… Porque todo este cambalache estresa mucho, y mis cabezas nucleares te apuntarán a los cataplines si vienes otra vez con esas, porque tienes más cuento que los tres cerditos, el lobo y la abuelita, juntos, etcétera, etcétera…
Corrió pues
mato, que venía de hacer un entreno fuerte el viernes, en desigualdad de condiciones, según él, con todos esos que ahora dice son sus archirrivales, y que antes eran míos. Acusándome, atención a la desvergüenza, de obligarle a correr desmedrado y tumefacto, para que estos dieren, si se terciare, buena cuenta de él, y yo así, “mal de muchos, consuelo de tontos”, obtener una turbia e infecunda satisfacción personal en su derrota.
Afortunadamente para él, tanto el
Doctor Slump, como
Montxo, así como otros de cuyo nombre no quiero (ni puedo) acordarme, parecían no encontrarse tampoco en la mejor de sus versiones.
Sea como fuere,
matogrosso echó el resto, y, cumplida su parte del trato, se confiaba en mi recuperación total, para un día después en la
Carneiro.
Pero una nochecita toledana de calor intenso y oleadas de mosquitos, que como los stukas nazis no dejaban de hacer razias en vuelo rasante, llevándose por delante horas de sueño valiosísimas, provocaron el que al levantarme, las piernas hubieran vuelto a la casilla de salida.
Pregunta
matogrosso, que tampoco había soñado con los angelitos precisamente, y le informo de la triste realidad. Mis piernas no obedecen al alto estado mayor. La rebelión prosigue sin visos de ser sofocada. Y entonces comienza el intercambio de acusaciones, calumnias e injurias entre gemelos. Que si tú sólo quieres correr las carreras de guante blanco, que si las “peleonas” son solo para mí, que si esta es la enésima vuelta de tuerca para provocar mi caída ante el
Doctor, o que tú lo que en realidad persigues es que me vuelva a lesionar… Pues con esta harina tenemos que hacer pan… Y pues que no me sale del orto… Y que eres un Ruiz… Y tú más… Y otras lindezas similares que omitiré por respeto a la audiencia, y por estar todavía en horario infantil.
Total, que la
Carneiro ao Espeto, a la que estaba inscrito
matogrosso, y en la que habíamos pactado correría yo, quedó ahí en medio, cual tierra de nadie, abandonada… Algo así como la zona desmilitarizada entre las dos Coreas. Que cada cual elija, quien es la del Sur, y quien la del Norte.
Perdernos la paparota de confraternización, que reunía a gran cantidad de foreros, nos hizo sentirnos un poco como ZP cuando se quedó fuera del G20. Pero, el running no entiende de buenos propósitos, ni de compromisos sociales de kilómetro cero, ni de adolescentes góticas en el despacho oval.
Y al fin, el domingo, por fin mis piernas volvieron a ser personas.
Hacía un día estupendo en
Pontevedra, y por un momento logramos olvidar que habíamos “copado” (en mi cole se decía así) a
Moraña. Eso sí, evitamos todo lo que pudimos a
Celina y Manolo, que también andaban por allí, no fuera a ser que nos pusieran sendos ceros en asistencia.
No fueron necesarias las mismas prevenciones con
Anillaco y su costilla, o con
Nandopr y Mary, con los que pudimos conversar y expresarnos libremente, dentro de un sistema garantista.
Nandopr nos expuso con gran lujo de detalles sus planes de conquista de la ría de
Oliveville, y yo no pude, por un momento, dejar de pensar en el
Doctor al baño maría, chapoteando tras su estela. No, imposible, me reconvine. Los gatos y el agua, por el principio de
Archienemímedes, son inmiscibles.
Yendo al grano… Fue una carrera deliciosa en todos los sentidos, pues me encontré muy bien, en un terreno muy favorable a mis preferencias, y con una organización excelente, y ello puso un inesperado broche de oro a lo que había sido el tan accidentado puente de running santiaguero.
En el día de
Galicia, y a orillas del
Lérez, la pesadilla se había evaporado, y el zumbido de los mosquitos saboteadores era ya sólo cosa de un lejano rumor. La deuda de sangre papalegüense con estos bichejos inmundos había sido, por fin, felizmente expiada.
En todo caso, otro fin de semana como este, y al teléfono rojo habrá que empezar a llamarlo el teléfono cianótico. O si se prefiere, al maletín nuclear, la bolsa del corredor.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.